Romper la maldición de la torre de Babel y comunicarse y entenderse con todo el mundo es una de las aspiraciones de la humanidad. Hemos buscado soluciones en una lengua única para todos, por eso se ensayó con el esperanto. El experimento exigía poner de acuerdo a tanta gente que no resultó. Las lenguas solo se instalan cuando se necesitan, de manera natural, y no se puede, ni se debe, forzar el aprendizaje.
La gente buscó, sin intención de buscar, una lengua común y eligió, no sabemos bien cómo, aunque podamos dar muchas explicaciones, el inglés. Más de 1.500 millones de personas de todos los continentes son capaces en la actualidad de entenderse en inglés. Nadie lo impone, nadie lo obliga, nadie lo vigila. Los estudiantes de inglés pueden ser rusos o chinos, chilenos o vietnamitas. No importa que buena parte de la humanidad desprecie a los británicos o a los estadounidenses, se aprende en todos los rincones. Pero quedan seis mil quinientos millones de personas que no lo hablan. Estamos lejos de una lengua común.
El otro camino para facilitar el entendimiento, tan quimérico como inútil, es aprender idiomas, cuantos más, mejor. ¿Es una solución? La universidad de mayor oferta es la de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO)... ¡Solo enseña 53! Una de las más importantes universidades de Estados Unidos, Virginia Tech, solo pone a disposición de sus estudiantes cuatro lenguas, español, francés, alemán y ruso.
Y si ha conseguido ser la mayor plataforma de búsqueda de información del mundo, ¿conseguirá ponerle fin al estudio de lenguas extranjeras?
Investigadores especialistas en medios tecnológicos intentan romper las barreras. Hasta ahora con limitaciones, pero cabe preguntarse si se van a superar. Un gigante de la tecnología, Google, se ha propuesto trabajar seriamente en la utopía. Y si ha conseguido ser la mayor plataforma de búsqueda de información del mundo, ¿conseguirá ponerle fin al estudio de lenguas extranjeras?
De momento pone a disposición de cualquier usuario su Traductor automático, sistema que regala equivalencias de texto y voz en 133 idiomas, entre ellos el latín y el esperanto. De su interés cosmopolita y enciclopédico da muestra la presencia de idiomas africanos vehiculares como el hausa, suajili y bambara, y también el somalí y el ewe; y lenguas de la República Sudafricana como el afrikans, shona, sesoto, xosa, y zulú (utilizo mis propuestas ortográficas). Evidentemente también aparecen el catalán, gallego y euskera. El sistema no utiliza gramática sino estadísticas. Busca patrones en cientos de millones de documentos que contienen entre 150 y 200 millones de palabras y elige la más adecuada, que no siempre es la más exacta, y a veces muy poco precisa.
Desde 2017 los usuarios contamos también con DeepL, traductor que utiliza redes de palabras y expresiones construidas sobre Linguee, una base multimillonaria en datos. Los inventores de la plataforma no dan más detalles. Supera bastante al traductor de Google, pero solo cuenta con 25 lenguas. Cinco germánicas: inglés, alemán, neerlandés, danés y sueco. Cinco neolatinas: español, portugués, francés, italiano y rumano. Seis eslavas: ruso, búlgaro, polaco, checo, eslovaco y esloveno. Dos bálticas: letón y lituano. Tres fino-húngaras: finés, estonio y húngaro. Y el griego. ¡Ah...! Y dos asiáticas: chino y japonés.
Las gafas traductoras son un prototipo en fase de pruebas y pasarán años antes de que se comercialicen, y aún más antes de que lleguen a todos
Pero la noticia, aún no sabemos qué grado de transcendencia alcanzará, es que Google inventa unas gafas con traducción en directo que podrían permitir que personas que no hablan el mismo idioma se comuniquen de forma extremadamente fluida y sin restricciones. Utilizarían micrófonos para escuchar y traducir lo que dice el interlocutor, y luego mostrar la traducción como texto, del mismo modo que los subtítulos en una película. El método requiere una inteligencia artificial muy avanzada para interpretar la oralidad y traducirla, y transcribirla casi instantáneamente.
La comunicación es esencial en el comportamiento y la interacción humana, y ese tipo de revolución podría tener numerosos de efectos positivos. Este paso, y otros inesperados que han de sorprendernos pronto, muestra la ambición de Google, que no impone límite alguno a potencial tecnológico tan sorprendente. Las gafas traductoras son un prototipo en fase de pruebas y pasarán años antes de que se comercialicen, y aún más antes de que lleguen a todos. Pero nunca se sabe si tenemos en cuenta las sorpresas de las últimas décadas.
¿Serán capaces de traducir las siete mil lenguas del mundo? Mientras lo consiguen bueno será recordar que más de la mitad de la humanidad es ambilingüe, es decir, usuaria de dos lenguas en la vida diaria: tártaro y ruso, galés e inglés, bretón y francés, catalán y español… Para esos hablantes bi-propietarios con conectar una de las dos sería suficiente, pues tan propia es la una como la otra, y tan querida para sus hablantes es la una como la otra. Se trata de entenderse, no de pavonearse. En realidad, las conexiones podrían quedar reducidas a las 25 lenguas que ya traduce DeepL, de las que se podría suprimir el danés y el sueco, por ejemplo, porque sus hablantes son ambilingües con el inglés, y tal vez añadir alguna más, no muchas más. Hemos podido asistir a tantas novedades en los últimos años que las gafas-intérpretes de Google bien podrían ser realidad en unos años.
¿Diremos adiós al aprendizaje de lenguas?
Urente
Desde luego, a día de hoy, DeepL supera goleada a los demás traductores disponibles en la red. No me extrañaría que su final fuese ser adquirida por Google.