Ada Colau proviene de la farándula, de la Commedia dell'Arte donde Colombina, Pantaleón y Polichinela se hacían trastadas; en suma, Colau es actriz y ahí reside su principal arma para hacerse valer. Como los analistas estamos siempre pendientes de encuestas nos olvidamos de lo importante: las pasiones de nuestras madres y padres de la patria.
Defiendo que Colau, en la reunión con Ernest Maragall, ha sacado esos resabios de actriz que jamás abandonan a las personas tocadas por Talía. Sin temor a equivocarnos, la reunión ha debido transcurrir más o menos así. Dejando aparte la estupefacción producida por Valls, el erre que erre de Artadi – si la ven, invítenla a un café, anda con la moral más baja que el profesor de inglés de Belén Esteban – o las risas que se escuchan en el despacho de Iceta, Colau, con boa de plumas de marabú, voz de cantante de cabaret berlinés a lo Ute Lemper o, mejor aún, de Severija Janusauskaité – increíble su voz decididamente canalla entonando Zu Asche, zu Staub, Dem Licht geraubt -, la alcaldesa ha debido decirle al hermanísimo “Ernest, quiero ser artista”. Ah, queridos hermanos y hermanas, la letra de la canción de Concha Velasco, modificada oportunamente, ha debido ser decisiva.
Modificada oportunamente para el caso, se la transcribimos: “En el espejo de mi habitación, flotaba una comunista en camisón, que, en vez de preocuparse por gobernar, le daba solo por soñar; esa comunista en las nubes era yo. Y pensaba con toda razón que hay dos clases de gente nada más, los comunistas y los que votaron a Valls. Sacaba desahucios viejos del baúl y me vestía como en jolibú, me hartaba de cantar y de bailar o de ensayar la escena del sofá, me ponía sandalias de salón, no me pintaba los labios de carmín y buscaba el valor para decir: Ernest, quiero ser artista”. Imaginamos a ese provecto Maragall algo sorprendido, especialmente cuando Colau, en una silla al estilo de Liza Minelli en Cabaret, coreografía a medias entre Bob Fosse, Gerardo Pisarello y Jordi Borja, le ha susurrado “Ernest, quiero ser artista, ¡oh, Ernest!, ser protagonista, con cargos o trapos con tal de que sean pactos, de estrella solista que hace suspirar”.
Aún suponiendo que Maragall haya podido abrir la boca, con éxito escaso, suponemos, porque cada vez se le entiende menos y, cuando se le entiende, peor, Colau ha debido rematarlo con un crescendo tal que así: “¡Oh, Ernest!, ser la más hermosa, firmar talonarios y en el escenario pisar a diario el ayuntamiento para continuar”.
La política en nuestro país, y me temo que, en todas partes, ha dejado de ser la legítima confrontación de ideas para devenir en mero teatrillo
Alguno de ustedes puede pensar que este es un artículo frívolo, porque unir el music-hall con la política puede parecerlo, pero no se equivoquen. La política en nuestro país, y me temo que, en todas partes, ha dejado de ser la legítima confrontación de ideas para devenir en mero teatrillo, donde acaba llevándose el gato al agua quien que sabe interpretar mejor el papel que han escrito oscuros guionistas que jamás aparecen en público. No se acuse al escribano de frivolidad, pues los frívolos son ellos, y vean por qué lo digo: Ciudadanos dice que apoyará solo a Collboni, mientras que Valls hace rancho aparte y apoyará a Colau que, a su vez, no quiere pactar con Valls, aunque sí con los socialistas y Esquerra la cual, por su parte, reniega de pactar con los socialistas porque son los del 155, mientras que Artadi, pobre, dice que pacten Esquerra y Junts per Catalunya aunque no tengan mayoría.
Y si lo que pretendían es que les dijera quien acabará siendo el próximo alcalde, lo mismo me da que me da lo mismo. La dosis de mendacidad e ineficacia de Colau y Maragall o Maragall y Colau son similares. Lo mejor sería que formen compañía junto a Collboni y Valls y salgan de tournée por provincias, dejando la administración de la Ciudad Condal en manos de funcionarios de nivel treinta y tres, que todos saldremos ganando: ellos, porque tendrían público y escalera de vedette para descender en la apoteosis final; nosotros, porque las cosas mejorarían indudablemente.
¡Cuánta falta nos hace Matías Colsada, que Dios tenga en su gloria!