Opinión

Contengan el entusiasmo con Elon Musk y Twitter

Me resulta inevitable la desconfianza sobre los mesías contemporáneos. Sobre esos filántropos que aparentemente actúan en favor del bien común y presuntamente no ganan nada con su generosidad. Desde Bill Gates hasta Elon Musk. O los cocineros y párrocos locales

  • Elon Musk -

Antes de que la sociedad digital se apoderara de todo, estábamos más desinformados y éramos más felices. No había un caudal constante de noticias sobre los riesgos que nos amenazan y tampoco conocíamos la opinión del vecino sobre todo los temas de actualidad. Internet ha matado una buena parte de nuestra bendita ignorancia y ha avivado los odios, algo normal si se tiene en cuenta que la burricie emana de miles y miles de gargantas, conectadas a una única red global y deseosas de publicar a cada rato sus prescindibles deposiciones argumentales sobre lo que ocurre a su alrededor. Podría decirse que el papel de Twitter ha sido importante en ese proceso de cambio.

Esta red social resulta singular. Es una plaza pública donde confluyen algunas de las personalidades políticas e intelectuales más relevantes. También se encuentran una buena parte de los periodistas y de los más insignes columnistas de la depauperada prensa española, que poseen en algunos casos cientos de artículos firmados, licenciaturas universitarias, másteres, negocios prósperos y hasta títulos nobiliarios, pero que se comportan en esta plataforma como niñatos. Con sus rabietas, sus dejes de tirano, sus alardes sobre lo que son o lo que tienen; y sus broncas evitables. Es patético. Quizás a veces habría que aportar un test de alcoholemia negativo para poder escribir en Twitter.

El magnate Elon Musk ha anunciado que se convertirá en el dueño de esta plataforma tras conseguir 44.000 millones de dólares para comprarla. Hay quien ha celebrado la noticia, dado que considera verosímiles las palabras del empresario, con las que ha sugerido la posibilidad de mejorar los mecanismos de libertad de expresión en esta red social. Esta queja es lícita y quizás el caso más sangrante que se ha producido en su historia sea el de la censura de la cuenta de Donald Trump. Porque mientras dictadores como Nicolás Maduro -amén de extremistas de todo pelaje- escriben sus mensajes a diario en esta red social, al expresidente estadounidense se le censuró en un momento político clave.

Esta diferencia de trato entre las partes ha formado parte del negocio de los medios de comunicación durante toda su historia, pero hubo quien se sorprendió cuando Twitter, Google o Netflix la exhibieron. Porque hay un error que se comete con demasiada frecuencia ante las nuevas tecnologías, y es el de considerar que sólo aportan aspectos positivos y que son nobles e incorruptibles. Esa idea estúpida -que predomina en la prensa especializada- conduce todo el rato a la desilusión.

Hay un error que se comete con demasiada frecuencia ante las nuevas tecnologías, y es el de considerar que sólo aportan aspectos positivos y que son nobles e incorruptibles

El consejero delegado de Vocento, Luis Enríquez, planteó este debate cuando Google comenzó a negociar con los editores de prensa para que le cedieran sus artículos para los nuevos servicios de noticias que ya ofrece a sus usuarios. El ejecutivo afirmó algo así: nuestros periódicos tienen una línea editorial y nuestros lectores la saben. ¿Pero de verdad conocemos la de la multinacional estadounidense?

Con Musk ha ocurrido algo similar. De repente, se ha puesto el disfraz de héroe y ha sugerido que liberará la red social del yugo de la censura y ya hay quien ha empezado a aplaudir con la convicción con la que aletea una foca. Ocurrió igual cuando Jeff Bezos adquirió el Washington Post. Los opinadores más bobalicones apoyaron la maniobra de reanimación sobre un gigante de la prensa. ¿Habla mal ese diario de Amazon? ¿De verdad fue el acto desinteresado de un servidor de la democracia?

Quizás sea una cuestión de manía personal, pero me resulta inevitable la desconfianza sobre los mesías contemporáneos. Sobre esos filántropos que aparentemente actúan en favor del bien común y presuntamente no ganan nada con su generosidad. Desde Bill Gates hasta Elon Musk. O los cocineros y párrocos locales, tan buenazos en apariencia, pero tan retorcidos cuando se les cuestiona o cuando toca hacer negocios.

Elon Musk y Twitter

Es evidente que Twitter ha tenido durante los últimos años una línea editorial que ha favorecido lo polite frente a lo crítico -aquí no entran los mamarrachos extremistas-. También que la plataforma del pájaro azul ha sido muy ineficiente a la hora de controlar a los llamados bots que han utilizado todos los partidos políticos y que actualmente usan a modo de soldados las grandes dictaduras del mundo. Comenzando por la china.

Ahora bien, considerar a su nuevo dueño como un libertador es estúpido y naíf. Musk ha comprado el mayor medio de comunicación del mundo -o el más influyente para dejar opiniones- y no sólo lo ha hecho para favorecer la libertad de expresión. Varios de sus negocios promueven un cambio de paradigma en sus campos -como el del coche eléctrico- y es evidente que esas ideas encontrarán una mayor difusión en Twitter a partir de ahora. También es lícita la pregunta acerca de si sus empresas nos conducen a un mundo mejor o a uno en el que sus bolsillos estén todavía más llenos. Porque la modernidad no es sinónimo de bienestar. O no tiene que serlo necesariamente.

Los tiempos han cambiado y la influencia de los medios de comunicación es mucho menor que la de las redes sociales. Por eso Musk compra Twitter y no The New York Times. Por eso, entre otras cosas, Mark Zuckerberg fue llamado a declarar en el Congreso de Estados Unidos. Dicho esto, tampoco hay que obviar otro debate importante sobre estos gigantes tecnológicos, que ganan mucho dinero en todo el mundo y dejan muy pocos beneficios en todos los países menos el suyo. Esa frase se encuentra en la definición del término 'colonialismo'. Mientras celebrábamos que nos ofrecían una cuenta de correo electrónico gratuito o la capacidad de opinar en una plataforma con alcance mundial, no hemos reparado lo suficiente en este factor, que es crucial. Hemos sido demasiado inocentes.

Lo peor es que no aprendemos: otro magnate ha llegado con palabras prometedoras que inciden en la mejora del mundo y la garantía de un derecho... y hay quien le ha vuelto a creer a pies juntillas.

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