Si en el debate general estamos presos de un cortoplacismo creciente, en el debate económico esto resulta evidente, además de contraproducente, por las consecuencias que de ello se derivan para el progreso económico y social debido al imperceptible debilitamiento de las sólidas estructuras que deben soportar el bienestar futuro. La calidad del debate político nos puede contrariar y afectar moralmente, pero acompañado de un mal debate económico trasciende mucho más y nos afecta de forma directa. Por esto, es importante intentar hacer un ejercicio de clarificación respecto a qué propuestas ofrece cada formación política de cara al nuevo Ejecutivo comunitario y al Europarlamento. Como he dicho en otras ocasiones, debemos felicitarnos de que reine un consenso básico en relación al proyecto comunitario, pero eso no significa que no haya nuevas ideas e iniciativas a la hora de plantear las propuestas económicas de cada formación.
Los representantes de las tres grandes familias políticas europeas –socialdemócratas, cristianodemócratas y liberales– están comprometidos con la senda de reducción de déficit, al menos nominalmente, por más que llevemos años sin tomar medidas de tipo estructural para de verdad reducir lo que debemos. En España es cierto que hemos salido por fin del brazo corrector de la UE, al bajar del 3% del déficit en 2018, pero nuestra deuda sigue cercana al 100% en un contexto de dudas generalizadas en el continente y las medidas de gasto preelectorales y las anunciadas hacen prever un importante desvío sobre la senda pactada y un punto de inflexión en una tendencia positiva que nos acercaba a la normalidad. Nos vamos a quedar sin apenas munición fiscal en caso de que el crecimiento se reduzca y la economía se contraiga. Necesitamos que la Unión Europea insista en el cumplimiento del compromiso de reducir el déficit y deuda pública. Las tres lo llevan en su programa, pero aún seguimos pendientes de ver cómo pasan de las musas al teatro.
Sectores de la izquierda más vetusta insisten, en la larga tradición de la izquierda a la que pertenecen, en que el BCE es un poder antidemocrático y en el que es necesario ‘recuperar el control’
Además de no tener margen fiscal para lo que pueda venir, tampoco tenemos margen monetario. La política heterodoxa de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, sirvió para salvar varias bolas de partido, pero su extensión en el tiempo hace que corramos el peligro de acostumbrar a la economía a funcionar "dopada" y que se creen burbujas de activos. La normalización monetaria se ha puesto en modo pausa debido a las dudas sobre la economía europea, cuyo crecimiento es magro y decepcionante. Draghi ha vuelto a afirmar que habrá que ser "imaginativos" con los instrumentos de la política monetaria si la situación lo requiere, pero lo cierto es que el presidente que lo sustituya a finales de año en Frankfurt tendrá muchos menos recursos de los que él dispuso para encarar la crisis europea.
En cualquier caso, y dado que el BCE es un organismo independiente del poder político, nos interesa saber qué piensan los principales partidos respecto de esa independencia. Las tres principales fuerzas la defienden como lo que es: un gran activo para pensar en términos estratégicos y a largo plazo, fuera del ciclo electoral y la inmediatez. Hay, por tanto, consenso en ese pilar básico de la estabilidad europea que es la independencia de la autoridad monetaria. No obstante, actores importantes de izquierda vetusta han vuelto a insistir –en la larga tradición de la izquierda a la que pertenecen– en que el BCE es un poder antidemocrático y en que es necesario "recuperar el control". Recuerdan las embestidas de Trump, infructuosas gracias al sistema de contrapoderes americano, a la independencia de la Reserva Federal. El sistema de checks and balances es muy incómodo para personalidades aficionadas en la ingeniería social de escaso talante democrático. Además, es un discurso en la estela que los partidarios del Brexit y otros movimientos populistas de derechas blanden en relación a las fronteras y la inmigración. Todo en la lógica de una emergente democracia directa y aclamativa, opuesta a los fundamentos de la democracia liberal y representativa con la que se concibió y fundó la Unión. Modos de democracia alternativos que, como aprendemos de la historia, causaron los máximos destrozos conocidos en la sociedad humana.
Será importante que los grupos neosoberanistas que defienden el proteccionismo y el intervencionismo en la economía, recetas todas fracasadas de forma trágica, no ganen tanto peso específico como el que le auguran algunas encuestas. Por suerte, socialdemócratas, cristianodemócratas y liberales –más los europeístas de los verdes– están en buena disposición de mantener una mayoría en la Eurocámara y en la Comisión y el Consejo, para reimpulsar así las políticas económicas que necesitamos para hacer de la europea una economía más libre, innovadora, sostenible y sólida. Es decir más justa y progresista.