Hace unos días, el INE publicó los resultados de la Encuesta de Condiciones de Vida de 2019, referida a datos de ingresos de 2018. Esta encuesta indica que la desigualdad de la renta después de impuestos y transferencias volvió a disminuir en 2018. El ratio S80/S20, que resulta de dividir la suma de los ingresos del 20% de la población con mayor nivel de renta entre la del 20% con menores ingresos, disminuyó hasta 5,9, la cifra más baja desde que se iniciara la Gran Recesión. Por su parte, el índice de Gini (que toma el valor 0 en la situación de perfecta equidad y 100 en la de desigualdad máxima), se redujo hasta 33.
Que en 2018 se combinara el crecimiento del PIB (2,4%) con la reducción de la desigualdad es, sin duda, una buena noticia que merece la pena poner en perspectiva, tanto temporal como internacional. Si nos centramos en el índice de Gini, que en la práctica guarda una estrecha relación con el ratio S80/S20, la desigualdad de 2018 fue ligeramente inferior al promedio de las últimas tres décadas y muy similar a la de 1992, 1999 y 2008, justo antes de la Gran Recesión, tal y como se muestra en el Gráfico 1.
Gráfico 1: Desigualdad y tasa de desempleo, España, 1990-2019. Fuente: elaboración propia a partir de Solt (2020), de la Escosura (2019), de la Fuente (2012), Eurostat e INE.
Este gráfico permite obtener también algunas conclusiones interesantes. Primero, la desigualdad de ingresos en España no muestra un aumento tendencial en las últimas décadas, a diferencia de lo que se observa, por ejemplo, en Estados Unidos. Segundo, que el comportamiento de la desigualdad en España es fundamentalmente cíclico y está muy relacionado con la evolución de la tasa de desempleo, que permite explicar casi el 80%de su evolución temporal, como ya he señalado en estudios anteriores con Javier Andrés, y en línea con los resultados de Francisco J. Goerlich (2016). Tercero, que los niveles de desigualdad alcanzados en la Gran Recesión fueron similares a los de la crisis de los años 90, a pesar de que el aumento del desempleo fue muy superior. En claro contraste con la percepción social, la actuación de las políticas de rentas y del estado de bienestar fue más efectiva durante la Gran Recesión que en la crisis de los 90, lo que debe ser puesto en valor porque evitó un aumento mayor de la desigualdad. Entre 1990 y 1994, la tasa de desempleo aumentó en 6 puntos y el índice de Gini en 3, mientras que entre 2007 y 2013 se incrementó en 18 puntos y el índice de Gini lo hizo de nuevo en sólo 3.
Aunque la desigualdad en España es muy inferior a la de países como Estados Unidos, es mayor que en las economías europeas más avanzadas, con las que compartimos un proyecto político. En 2018, el índice de Gini de España (33) se situó casi a mitad de camino del de EE. UU. (39 en 2017) y del de las ocho economías europeas más avanzadas (28), muy por encima de países como Dinamarca, Finlandia, Holanda o Suecia, aunque algo más cerca de Alemania (31). Respecto a otras economías europeas, la desigualdad en España en 2018 fue similar a la de Italia, Grecia o Portugal.
La reducción de la desigualdad de la renta que consiguen los impuestos y transferencias en España es similar a la de Holanda o Suecia
La comparación con los países del norte de Europa nos permite entender muy bien las causas de la desigualdad en España. Los datos de World Inequality Database y de The Chartbook of Economic Inequality muestran que la participación en la renta antes de impuestos y transferencias del 1% de la población con mayores ingresos en España es similar a la de países nórdicos como Suecia, o incluso inferior a la de Alemania. Por su parte, en contraste con la opinión bastante generalizada de la falta de progresividad de la fiscalidad y de las políticas de rentas en España, lo cierto es que la reducción de la desigualdad de la renta que consiguen los impuestos y transferencias es similar a la de Holanda, Suecia o Dinamarca. En otras palabras, aunque hay mucho margen para mejorar las políticas públicas de rentas, la desigualdad en España no se debe a una escasa redistribución, sino a que el punto de partida en términos de la distribución de las rentas antes de impuestos y transferencias es mucho más desigual que en esos países del norte de Europa.
Por tanto, el problema de la desigualdad en España se concentra en la escasa participación en la renta de los deciles de población con menores ingresos, muy determinada por la incidencia del desempleo, la temporalidad, el empleo a tiempo parcial y la economía sumergida en muchos hogares. El Gráfico 1 ya mostraba la estrecha relación entre el desempleo y la desigualdad a lo largo de las últimas décadas, por lo que es fácil de entender que la elevada tasa de desempleo de España (el 16,9% de media entre 1980 y 2019) sea una de las causas principales de su mayor desigualdad.
Sistema educativo
El funcionamiento ineficiente y poco equitativo del mercado de trabajo en España refuerza e intensifica la menor igualdad de oportunidades en España como consecuencia del fracaso escolar y el abandono temprano del sistema educativo, que tristemente lideramos en el conjunto de la Unión Europea. La educación no es sólo el motor del crecimiento, sino que también lo es de la igualdad de oportunidades. La tasa de desempleo es mayor entre trabajadores con menor nivel de cualificación. Además, el progreso técnico sesgado en habilidades que acompaña al proceso de transformación digital en curso aumenta la brecha salarial entre trabajadores en función de su formación.
De acuerdo con las previsiones de BBVA Research, incluso en un escenario con rebrotes, pero sin nuevos confinamientos estrictos, la crisis de la covid-19 aumentará el desempleo en España y, con ello, la desigualdad. Cuando en 2021 se publiquen los resultados para 2019 de la Encuesta de Condiciones de Vida, todavía se observará previsiblemente una reducción de la desigualdad y habrá que esperar a 2022 a conocer su aumento en 2020. Pero no debemos olvidar que, más allá del deterioro cíclico que ya podemos anticipar, la sociedad española tiene un problema de desigualdad estructural que requiere potenciar la igualdad de oportunidades, reducir el fracaso escolar y el abandono temprano del sistema educativo, mejorar el capital humano y alcanzar un funcionamiento eficiente y equitativo de su mercado de trabajo. El avance en estos ámbitos nos indica que, con las políticas adecuadas, no hay disyuntiva entre crecimiento y equidad. Precisamente, las economías europeas que más han avanzado en automatización y digitalización muestran tasas de desempleo y niveles reducidos de desigualdad, mostrando el camino para aprovechar las oportunidades de la transformación digital y mejorar la sostenibilidad social.
Rafael Doménech
BBVA Research y Universidad de Valencia