Opinión

El gasto público lo es todo para Sánchez

El remate sería que se subieran impuestos en el resto de España para otorgar más dinero a Cataluña, lo que ocurrirá si el concierto va adelante

  • Pedro Sánchez y Salvador Illa: el impuestazo que anuncia el concierto -

El diario El País, que refleja bien lo que se piensa en el Gobierno, publicaba el pasado domingo 24 de noviembre un artículo en el que se decía lo siguiente sobre las consecuencias de una no aprobación de la mal llamada reforma fiscal (en realidad, un conjunto bastante regresivo de medidas recaudatorias de las que solo se aprobó una parte):

“Pero había una consecuencia aún más grave, de la que se ha hablado poco: la Comisión Europea iba a exigir a España que, si no era capaz de aumentar los ingresos, entonces tendría que comprometer un ajuste de gasto que implicaría recortes profundos. Un desastre completo que podía realmente hundir la legislatura”

No se puede señalar de manera más clara y evidente cuál es el Norte de la política económica de este gobierno. Es el gasto público, para cuya financiación se suben los impuestos sin cesar.

Gasto clientelar

El gasto público tiene una enorme utilidad para el gobierno Frankenstein, porque permite atender un gasto clientelar muy importante y efectivo. Gasto para colectivos entre los que esperan conseguir votos en unas eventuales elecciones. Gasto en favor de los partidos y partidillos que apoyan y sostienen el tinglado gubernamental, dado que Sánchez y el PSOE perdieron las elecciones. Gasto sin restricciones para atender las obsesiones woke y verdes de la izquierda. Gasto que se “vende” a la población como si fuera destinado “a educación y sanidad”, aunque tenga otros muchos destinos.

Y, sin embargo, otros posibles empleos del dinero público, como por ejemplo las obras para prevenir inundaciones, las reducciones en las listas de espera de la sanidad pública o la compensación a las CCAA infra-financiadas, son manifiestamente insuficientes…

Gasto que sostiene (a corto) el PIB

El gasto público tiene otra ventaja evidente para el Gobierno: sostener el crecimiento del PIB. Recordemos, por ejemplo, una información de este mismo medio (Vozpópuli del 22 de octubre): “El 60% del crecimiento del Producto Interior Bruto acumulado en los últimos cinco años ha venido dado por el gasto público. Éste explica 3,4 de los 5,7 puntos que ha crecido el PIB respecto al último trimestre de 2019”

El consumo de las administraciones públicas es el factor que más empuja el PIB, mucho más que lo que lo hacía antes de la llegada de Sánchez a la Moncloa. Pero un crecimiento económico basado en el gasto y, por ende, en la deuda pública no es sano ni resulta sostenible. Sin embargo, a Sánchez -y a su banda de corifeos- les viene muy bien para despistar a la población y presumir de que crecemos más que Europa, aunque ello solo sea a corto plazo.

España está inserta en la Unión Europea y tiene que cumplir determinadas normas para no ser expedientada y para poder percibir los desembolsos de los fondos europeos. Eso obliga a ir reduciendo el déficit. ¿Cómo se conjuga esto con el incesante aumento del gasto público? Muy sencillo: subiendo impuestos sin parar. Así, según un estudio del instituto Juan de Mariana, en España se han aprobado 81 subidas de impuestos y cotizaciones desde que Pedro Sánchez llegó al Gobierno en el año 2018.

Subir impuestos

El Gobierno siempre nos dice que solo sube impuestos a los ricos y a las grandes empresas. Pero esto es parte del trampantojo habitual. En realidad, la mayor subida de ingresos para el Gobierno no ha venido de ahí, sino que ha sido por no deflactar la tarifa con la inflación, que acumula una subida del 19% desde que el PSOE llegó al poder hace seis años. Así que la realidad es que se está penalizando, de manera no explícita pero real, a las clases medias para así poder financiar la política electoralista del Gobierno. Y ya el remate sería que se subieran impuestos en el resto de España para otorgar más dinero a Cataluña, lo que ocurrirá si el concierto va adelante.

Para colmo, las subidas de impuestos se hacen sin orden ni concierto, y en algunos casos con serias sospechas de inconstitucionalidad (aunque pasarán años hasta que se declaren como tales). Todo ello, atenta a la seguridad jurídica y espanta a la inversión. Que no es suficiente y que podría ser mucho más elevada si no se le asustara. Hace años se pidió a un grupo de expertos (aunque con cierto sesgo) definir una reforma fiscal que tuviera sentido. Pero duerme el sueño de los justos y se ha sustituido por los palos de ciego de la ignorante Sra. Montero.

A nadie se le ocurriría que la presión fiscal de quien gana 50.000 euros tuviera que ser igual que la del que gana 100.000. Pues no pretenda usted que tengamos la de Alemania o la de Francia... sino que hay que mirar el esfuerzo fiscal, y es ya muy alto

En realidad, lo que debería hacerse es bajar el gasto público y dejar de actuar exclusivamente sobre los ingresos. Hay mucho gasto ineficiente y redundante. Y alguna vez habrá que afrontar su racionalización. Si de algo sirven algunos ejemplos, ahí está Milei en Argentina, cuya labor de reducción ha sido premiada por los mercados. O lo que se propone hacer Trump en Estados Unidos, con la colaboración de Elon Musk.

Sin embargo, desde los medios y opinadores ligados al Gobierno se suele decir que nuestra presión fiscal es menor que en la UE y que, por tanto, hay que subirla más, no gastar menos. Pero eso tiene fallas evidentes. A nadie se le ocurriría que la presión fiscal de quien gana 50.000 euros tuviera que ser igual que la del que gana 100.000. Pues no pretenda usted que tengamos la de Alemania o la de Francia... sino que hay que mirar el esfuerzo fiscal, y es ya muy alto. Aparte de que el peso de la economía sumergida en nuestro país es más elevado y la presión fiscal normativa nos sitúa en altas cotas comparativas. No pretenda usted que los que pagan lo hagan desproporcionadamente para compensar por los que no pagan.

En fin, España necesita como el comer otra política fiscal. Pero con este Gobierno eso sería como pedir peras al olmo. Sería una bendición que este Frankenstein no durase demasiado, que acabara habiendo por fin un cambio… y que el eventual nuevo gobierno hiciera lo que debe (que ya veremos).

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