Opinión

El presidente y el juego de espejos

El juguete se ha roto, la atención de la opinión pública se ha saturado, el presidente, en efecto, es impopular

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la entrevista.

Como la “conversación pública” española hace tiempo que sólo va de poner en circulación narrativas en conflicto, y las narrativas cada vez tienen una relación más tenue con lo que aproximadamente podríamos llamar la realidad, he visto últimamente varios intercambios entre partidarios del gobierno que no se explican por qué va cuesta abajo en las encuestas. Es verdad que desde la covid, o antes, todo parece posible -hasta que el ministro responsable de una de las peores gestiones de la pandemia saque un libro explicándonos la jugada-; pero aún extraña que personas formadas y más o menos integradas en la vida social muestren una incapacidad tal para aprehender lo que sucede alrededor de ellas. (Bien es cierto que muchas son académicos o periodistas; es decir, el tipo de gente que se lo puede permitir).

Una versión sofisticada de esta perplejidad -difundida por terminales del PSOE, obviamente- hace referencia a la doble pregunta del CIS sobre la percepción de la economía, y a la disparidad entre la respuesta por la situación general y la personal. Tampoco hace falta perder mucho tiempo en esto: baste pensar qué pasa en el país si en torno a un 20% de la población se ve en graves dificultades económicas; o considerar que cerca de un quinto de los españoles son pensionistas y muchos otros tienen, por el momento, salarios indexados. Lo sustantivo es que vivimos en burbujas de prescripción que ya no sólo no perciben la realidad circundante, sino que han perdido casi cualquier capacidad de prescribir. La mercancía es de bajísima calidad, pero además es que sólo la consumimos los propios traficantes. Pero hay signos de que esta máquina del movimiento perpetuo de la propaganda está gripando.

Si muchos antiguos desafectos del bipartidismo están dispuestos a votar a Feijóo es porque representa una forma tranquila de, no diremos antipolítica, pero sí apoliticismo

Tomemos por ejemplo la entrevista a Sánchez en Televisión Española, a cargo de un locutor servicial. El share fue menos que discreto, pero tampoco hay que cargar las tintas con el presidente: a estas alturas del partido, todos los políticos son tóxicos en mayor o menor medida para el público; y si muchos antiguos desafectos del bipartidismo están dispuestos a votar a Feijóo es porque representa una forma tranquila de, no diremos antipolítica, pero sí apoliticismo. Pero, frente a los discursos que achacan a la perniciosa influencia de los medios fachas el descrédito de este impoluto gobierno -que los hay, eh, créanme-, lo que la pobre audiencia de Sánchez refleja es que a cada vez menos gente le importa una higa los contenidos políticos y las narrativas de los partidos o del propio gobierno. El juguete se ha roto, la atención de la opinión pública se ha saturado y la era de la hiperpolitización neurótica toca a su fin. (Y sí, por cierto, el presidente es impopular; y, cuando uno va a los sondeos, cerca de un tercio de quienes declaran que seguirán votando al PSOE consideran que el partido debería buscar otro candidato.)

Damnificados de esta nueva fase son, claro, los “nuevos partidos”, que se auparon gracias a los formatos de infotainment; y también el último en llegar, Vox, que ha cometido un error parecido a los de los otros: confundir tus obsesiones particulares con el estado de ánimo del país, y creerte que los electores te votan por lo que dices en lugar de por lo que ven en ti. Cuando Andalucía parecía precisamente el laboratorio de esta nueva despolitización -en una tierra ya de por sí bastante despolitizada-, ensayaron una campaña folclórica como la que les había funcionado en Castilla y León en circunstancias bien distintas. Y desde entonces no levantan cabeza.

Y si la “alerta antifascista” cada vez le importa menos a nadie, el principal truco de prestidigitación de la coalición gobernante -“la confusión reinante”, como llamaba Bergamín a los Borbones- pierde fuerza. Pero a un perro viejo no se le enseñan trucos nuevos y la maquinaria gubernamental, en sentido amplio, parece incapaz de virar el rumbo. Al contrario, todo parece indicar que todos van a seguir tocando la única melodía que saben; que habrá indulto a Griñán; que seguiremos viendo campañas disparatadas para cambiar la conducta privada de unos ciudadanos que ya no escuchan; que se seguirán enviando al Congreso textos legales de ínfima calidad y dudosa justificación democrática; y que insistirán en envolverlo todo en una retórica antisistema tanto más ridícula cuanto el PSOE es el partido-sistema por excelencia en España. Y los turiferarios, como la banda del Titanic, seguirán hasta el final intentando mantener en pie sus ficciones y sus juegos de espejos, un mundo de mentirijillas en el que ya solo habitan ellos.

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