Opinión

Europa y el invierno del fin del mundo

Los más pesimistas creen que esto no ha sido más que el comienzo, que este invierno será aún peor y todo saltará por los aires entre cortes de energía e inflación por las nubes

  • Un hombre con su hijo, menor de edad, en Irpin (Ucrania) -

Llevamos meses oyendo eso de que este va a ser el invierno del fin del mundo, que en cuanto llegue el frío nos vamos a enterar de lo que es bueno. En invierno, a causa de las pocas horas de luz y del frío, se dispara el consumo energético. Las luces pasan encendidas mucho más tiempo y tenemos que poner la calefacción. Si la calefacción es de gas (algo muy común en toda Europa) las facturas serán altísimas. Si es eléctrica también pagaremos mucho más porque el gas se emplea también para generar electricidad en las centrales de ciclo combinado. En España, Portugal o Italia, donde los veranos son por lo general calurosos, no nos pilla de nuevas. Este verano hemos lidiado con las altas temperaturas limitando al máximo el uso del aire acondicionado. Estos aparatos consumen mucha electricidad y en verano suponen el grueso del consumo para quien los usa. En otros países donde las temperaturas veraniegas son más suaves y el uso de aire acondicionado es residual no lo han padecido de la misma manera. La verdadera prueba les viene ahora.

En Bruselas lo sabían desde antes de comenzar el verano. Para entonces ya se sabía que lo de Ucrania iba para largo. La guerra se había estancado en el Donbás e, incluso en el caso de que terminase de forma inesperada, los problemas con el gas iban a persistir durante mucho más tiempo. Eso condujo a la Comisión en junio a solicitar a los países miembros que hiciesen acopio de gas para que la llegada del otoño no les pillase con las reservas al mínimo. Los países europeos suelen recargar sus depósitos de reserva de gas durante el verano cuando el consumo es más bajo con la idea de tener algo guardado para el invierno. Europa lleva todo el verano corriendo contra el reloj para llenar sus depósitos. La Comisión europea les pidió que los tuviesen al 80% antes del primero de noviembre y ya han alcanzado esa cifra. Este lunes los depósitos de gas de la UE estaban al 86% de promedio.

Ese llenado exprés se ha hecho a costa de un gasto altísimo. El coste de reponer existencias superará los 50.000 millones de euros, diez veces más que la media en los últimos años. Aparte de pagar mucho más, los países europeos han tenido que tocar otros resortes para poder llenar las reservas a tiempo. Han tratado de frenar la demanda, han aumentado considerablemente las importaciones de GNL y, en algunos casos, han tenido que reabrir centrales de carbón ya cerradas para no tener que quemar gas en la generación. La intención ahora es alcanzar un promedio del 90% de las reservas para principios de noviembre, algo que algunos países como Polonia, Francia o Alemania ya han alcanzado.

En circunstancias normales Rusia aporta de media el 40% de lo que se consume en Europa, pero eso también va por barrios o, mejor dicho, por países

Una vez estén llenos el invierno se abatirá sobre Europa. La pregunta que muchos se hacen es si bastará con las reservas, si en el caso de que se interrumpa el suministro de gas podríamos abastecernos sólo de lo que hemos acumulado. La respuesta es breve: no. Las reservas aseguran el suministro durante unos dos meses de promedio para toda la UE. Pero eso no nos dice nada porque la capacidad de reserva es muy distinta en cada país. En Alemania las reservas les dan para 88 días de consumo, en Italia para 123, en Francia para 89, en España para 34, en Bélgica para 16. Ya fuera de la UE, en el Reino Unido, las reservas sólo les garantizan 7 días de consumo.

Eso implica que hay que seguir importando. Si Rusia interrumpe por completo el suministro, el gas tendrá que llegar por los gasoductos del Sáhara, que van de Argelia a Italia y España y de barcos metaneros. Los gasoductos saharianos tienen una capacidad muy limitada por lo que la mayor parte de las importaciones será en forma de gas licuado a bordo de buques metaneros. En circunstancias normales Rusia aporta de media el 40% de lo que se consume en Europa, pero eso también va por barrios o, mejor dicho, por países. Los húngaros o los eslovacos importaban en torno al 90% del gas de Rusia, los alemanes el 65%, los polacos el 55%, los holandeses el 25%, los franceses el 17% y los españoles el 10%. Ahí los países del oeste lo tendrán más fácil que los del este ya que están habituados a traerse el gas en barco.

En España muchos aparatos de aire acondicionado han pasado el verano como meros objetos decorativos en las casas. Las lavadoras y los lavaplatos se ponían llenos y se evitaba gastar más de la cuenta

El problema que se presenta aquí es que al aumentar sensiblemente las importaciones de GNL de proveedores como Estados Unidos o Qatar, el gas se encarecerá aún más porque Europa competirá con Japón o Corea del Sur, cuya única fuente de suministro de gas es el que les llega por mar. Hay evidentemente un límite en lo que se puede hacer a corto plazo para importar suministros adicionales porque, por un lado, hay una cantidad limitada de GNL en el mundo y, por otro, también es limitada la flota de metaneros. Hay unos 700 metaneros en todo el mundo que están muy solicitados. Pueden construirse más, y en ello están, pero los astilleros no dan abasto y un metanero no se construye en una semana, hace falta entre un año y un año y medio.

Así las cosas, el panorama pinta tan negro que a los europeos no nos va a quedar más remedio que ahorrar. Ese ahorro puede ser voluntario o forzoso. Las facturas de la luz y del gas ya han hecho su parte para reducir el consumo. Este verano se encendía el aire acondicionado cuando era estrictamente necesario o no se encendía en absoluto. En España muchos aparatos de aire acondicionado han pasado el verano como meros objetos decorativos en las casas. Las lavadoras y los lavaplatos se ponían llenos y se evitaba gastar más de la cuenta. Si eso no bastase los Gobiernos impondrán medidas de ahorro como las que se aprobaron este verano.

Pero el problema no es tanto residencial como industrial. El consumo casero es mucho más flexible. Basta con resignarse a pasar calor en verano o abrigarse en invierno, ir apagando luces por la casa y sólo poner el lavaplatos cuando está lleno hasta los topes. En la industria es distinto. Ahí el consumo de gas y electricidad es mucho más rígido. Una fábrica se pone en funcionamiento y su consumo de energía es estable. El verdadero drama está ahí.

La crisis energética ha puesto en jaque a la industria europea. Muchas han tenido que reducir su producción, otras han cerrado porque no pueden permitirse pagar la electricidad o el gas tan caro, y algunas están trasladando producción a otros lugares, especialmente a EEUU. ArcelorMittal, con sede en Luxemburgo, adelantó este mes que reduciría la producción en dos plantas alemanas y en las plantas españolas ha anunciado un ERTE que afectará a más de 8.000 trabajadores. El gigante químico alemán BASF, uno de los mayores consumidores de gas natural de Europa, ha recortado la producción en sus fábricas de Bélgica y Alemania. OCI, otra de las principales industrias químicas de Europa con sede en los Países Bajos, también ha recortado producción y ya ha empezado a importar amoniaco desde Texas. Volkswagen va a duplicar el tamaño de su planta en Tennessee. Tesla paró este verano la construcción de su “gigafactory” en Berlín para producir baterías y, aunque luego retomó las obras, ya han dicho que priorizarán la producción en EEUU ya que allí la energía es más barata.

Estamos en una guerra energética y, como todas las guerras, traerá medidas de excepción, algunas ya las tenemos entre nosotros como los planes de ahorro aprobados este verano

Como vemos el sector industrial se enfrenta a una recesión segura. Desde la industria del aluminio, que consume muchísima energía, hasta los fabricantes de fertilizantes, de automóviles y de cualquier otro producto, empresas de toda Europa se han visto obligadas a reducir drásticamente la producción o incluso a declararse en quiebra ante los precios desorbitados del gas y la electricidad. No nos encontramos en unas condiciones de mercado normales, son condiciones extremas. Estamos en una guerra energética y, como todas las guerras, traerá medidas de excepción, algunas ya las tenemos entre nosotros como los planes de ahorro aprobados este verano. Los más pesimistas creen que esto no ha sido más que el comienzo, que este invierno será aún peor y todo saltará por los aires entre cortes de energía e inflación por las nubes.

Ese es un escenario, seguramente el peor, pero no el único. El futuro no lo conocemos. Si hace un año nos dicen que nos íbamos a encontrar en estas no lo hubiéramos creído. En septiembre del año pasado el problema era lo recalentada que estaba la demanda y el optimismo general que lo impregnaba todo. Pero ante una crisis siempre hay que tener en cuenta los peores escenarios y estar más o menos preparado para ellos. Lo que ahora sabemos es que la energía está muy cara y podría encarecerse más. Esta semana bastó que el Kremlin anunciase la movilización parcial para que el petróleo y el gas subiesen. Si a eso le sigue el cierre total del Nordstream 1 las cosas se pondrán todavía peor.

Conforme crece el enfado la solidaridad europea se va debilitando. Eso es malo para Bruselas y para el apoyo que brinda a Ucrania frente a los invasores rusos

El descontento se ha instalado en la sociedad europea y puede agravarse. Se han producido manifestaciones contra los altos precios de la energía y la inflación en algunos países. En Praga unas 70.000 personas salieron a la calle a principios de septiembre en una manifestación con el lema "La República Checa primero" para exigir mayor implicación del Gobierno. En Italia pequeños empresarios se manifestaron rompiendo públicamente las facturas de la luz. Esto podría ir a más. Conforme crece el enfado la solidaridad europea se va debilitando. Eso es malo para Bruselas y para el apoyo que brinda a Ucrania frente a los invasores rusos. Esos empresarios italianos que se manifestaban este mes no culpaban a Putin de la situación, sino a Ursula von der Leyen. Es fácil concluir que, si los precios se mantienen muy altos este invierno, aumentará la tensión política. Cuando hay tensión los políticos tratan de salvarse a ellos mismos y mantenerse en el cargo.

Si el invierno es templado la demanda de gas será menor. En ese caso los europeos podrán capear el temporal de un invierno que va a ser complicado si o si. Entretanto la desconexión con Rusia se habrá consumado. La economía rusa parece haberse librado de lo peor de la guerra energética hasta el momento ya que está protegida por los altos precios del petróleo y el gas. A la larga, cuando Europa finalmente encuentre proveedores alternativos y Rusia pierda su principal mercado de exportación, el equilibrio cambiará. No hay suficiente infraestructura física para que Rusia dirija todas sus exportaciones a China. Puede ir construyéndola, pero hasta que estén terminados los gasoductos tendrá que quemar su propio gas natural en lugar de venderlo.

Rusia se ha eliminado a sí misma de los mercados europeos. Para un país cuyas exportaciones energéticas (gas, petróleo y carbón) representan el 48% de las exportaciones totales cortar con su principal mercado de exportación es un salto al vacío que les terminará pasando factura, pero eso sucederá en el largo plazo. En el corto lo que tenemos es un otoño-invierno complicado, lo que desconocemos es cuán complicado será porque, además de no saber lo que va a pasar, esta situación no tiene precedentes sobre los que extraer lecciones.

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