El pasado mes de junio falleció el profesor italiano Nuccio Ordine, autor del muy entretenido libro La utilidad de lo inútil. Recordaba, en una de sus magnetizadoras conferencias lo que decía Kavafis: “en la vida lo que cuenta no es llegar a Ítaca, lo que cuenta es la experiencia que nosotros tenemos durante el viaje. Esa experiencia nos hace mejores y nos enriquece. Dice Kavafis: «No tengas la menor prisa en tu viaje» […] Al final del viaje «habrás comprendido el significado de las Ítacas».
Ese comprender significados requiere tiempo, distanciamiento, curiosidad, esfuerzo, experiencia en el error, respeto por los maestros pasados y presentes, valentía, exigencia de veracidad
En el mundo salido de la Ilustración y la Revolución Industrial, tanto desde el liberalismo como desde el marxismo, los discursos y comportamientos debían regirse por el cumplimiento de objetivos económicos y sociales so pena de ser considerado un loco. Por cierto, que esa estigmatización fue asumida inicialmente como bandera por el romanticismo y las vanguardias artísticas, hasta que, incluso estas, comenzaron a definir objetivos de caos y revolución en Occidente. Y algunos objetivos ya son hoy mismo el mayor síntoma de locura institucionalizada: los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Instaurar la supremacía de los objetivos tiene varios problemas: desde la asunción práctica de que el fin justifica los medios hasta el aplastamiento del mismo concepto de sujeto humano. Este se reduce a pieza dentro de los engranajes del tecnocapitalismo en alianza con los izquierdismos. Ambos promueven los sacrificios en los altares de la Diosa Madre Tierra. Y, si a una persona no se le encuentran suficientes utilidades, se le eutanasia felizmente y se van cumpliendo delirantes objetivos.
Lo verdaderamente importante, como dice Kavafis, es poder comprender el significado de esos objetivos en los que se nos encajona. Y ese comprender significados requiere tiempo, distanciamiento, curiosidad, esfuerzo, experiencia en el error, respeto por los maestros pasados y presentes, valentía, exigencia de veracidad. Este trayecto escrupuloso había sido codificado por la Universidad humanista que se fraguó en la Edad Media.
En la forja del humanismo -que tan bien nos ha servido en Occidente hasta estos tristes días de su inocultable desintegración- hay una figura esencial, Santo Tomás de Aquino (1224-1274). Su inmenso trabajo intelectual, su esfuerzo por conciliar la razón aristotélica con la fe cristiana sentó las bases de una concepción de lo humano con todos los atributos de la dignidad y la inteligencia como fundamentos de la autonomía individual, autonomía incompatible con la tiranía.
La teoría marxista de la cultura vino a desprestigiar lo cultural y artístico en tanto que no eran más que efectos alienantes de sistemas de dominación económica. Marx nunca pudo explicar cómo era posible que las tragedias griegas mantuvieran su atracción para las masas cuando el sistema económico griego que las produjo había desparecido hacía más de dos mil años. Luego vinieron los de la escuela de Fráncfort a tratar de revitalizar el marxismo –teoría crítica mediante- cuando se dieron cuenta de que el proletariado no era ninguna fuerza histórica. Asociaron la obra de Freud con su proyecto, lo cual sirvió para deformar el legado del descubridor del inconsciente hasta hacerlo casi irreconocible. Con todo, acertaron sin querer, seis décadas antes, en lo que hoy es la cultura de masas: basura. Lo hicieron Adorno y Horkheimer en un texto de 1947 en el que definen el concepto de “industria cultural”. Sucede que los que deciden en las actuales industrias culturales transmedia se formaron en las universidades en las que se esparció la teoría crítica.
De ahí que, por ejemplo, hoy, actores o cantantes no tengan inconveniente en difundir su incuria en favor de proyectos totalitarios de izquierda. Se les ha hecho creer que son esa élite. Patético
En las estrategias de supeditación de lo cultural que es la subordinación de lo humano, y las humanidades a proyectos de dominación totalitaria no puede faltar Antonio Gramsci. Lo escribió en El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce (1948): “Autoconciencia crítica significa, histórica y políticamente, la creación de una élite de intelectuales; […] no hay organización sin intelectuales, […] es decir, sin que el aspecto teórico del nexo teoría-práctica se distinga concretamente en una capa de personas "especializadas" en la elaboración conceptual y filosófica.” La idea del dominio o hegemonía cultural como condición y camino estético hacia la revolución, en realidad derivaba de las propuestas dadaístas y futuristas. De ahí que, por ejemplo, hoy, actores o cantantes no tengan inconveniente en difundir su incuria en favor de proyectos totalitarios de izquierda. Se les ha hecho creer que son esa élite. Patético.
Yuval Noah Harari, el filósofo hebreo que explica lo que es el dataísmo (imperio de los datos) y el tecnohumanismo, ha escrito en Homo Deus (2015): “El primer mandamiento humanista (« ¡Escúchate!») ya no es tan evidente. A medida que aprendemos a aumentar y reducir nuestro volumen interno, desistimos de nuestra creencia en la autenticidad, porque ya no está claro de quién es la mano que maneja el mando.” Resulta que Harari es constantemente invitado a dar charlas en Silicon Valley, allí donde directivos e ingenieros trabajan denodadamente en reducir la vida humana a cifras digitalizadas y en diseñar el tecnohumanismo. Tal vez les guste oír que la administración de datos masivos los convierte en dioses; tal vez aprovechen las ideas del filósofo para crear nuevas ideologías, nuevos disfraces. Sólo sé que no sé, pero puedo sospechar lo peor.
La realidad debe ser constantemente escudriñada, pues, en ese preguntarse por el sentido, cada hombre puede alcanzar algún conocimiento, útil por verdadero, sobre sí mismo
A la Universidad le toca hacer un esfuerzo, en nuestros desorientados días, comparable, salvando las distancias, al que hizo Santo Tomas de Aquino. Es preciso ese escucharse despacio. Es imprescindible la interrogación constante por los significados y por el sentido de los signos que los humanos hacemos circular. Historia, arte, filosofía, filología, semiótica, antropología, derecho, literatura, son los nombres de las preguntas inútiles. Son los saberes que debieran ser llevados a sus más altos grados de exigencia por ser imprescindibles para la vida humana digna.
La realidad debe ser constantemente escudriñada, pues, en ese preguntarse por el sentido, cada hombre puede alcanzar algún conocimiento, útil por verdadero, sobre sí mismo.
Hay un formidable trabajo por realizar. Las autopercibidas élites gramscianas que consideran útiles las humanidades sólo si sirven a la transformación social totalitaria se han hecho fuertes en la Academia. Es una losa pesada pero agrietada. Que Santo Tomás de Aquino nos ayude.
vallecas
Misión (casi) imposible D. Víctor. A diferencia de Tomás de Aquino, que seguro vivía muy humildemente, en la actualidad a los profesores de universidad, filósofos, escritores, humanistas, pensadores, etc, etc, les gusta, o simplemente necesitan, mucho dinero. Una buena casa "normal" de 100 m/2 en Madrid cuesta casi 1 millón de euros. Para que un pensador sea LIBRE tiene que tener el sustento asegurado.