El clásico "ladran, luego cabalgamos", en que se ha inscrito el 41 Congreso Federal del PSOE, puede, o suele, ser muy engañoso, por cuanto tiende a invertirse en un autocomplaciente "Ladramos, luego cabalgamos". Así lo refieren últimos viajeros, venidos del fin de semana congresual celebrado en Sevilla. Cuentan acerca de la actitud de la dirigencia partidaria y describen el espectáculo de luz y sonido al que han sido sometidos los compromisarios socialistas allí concentrados para el aplauso, el amén, el silencio y los himnos rituales, en un clima imbuido de victimismo repudiado por Emiliano Page, presidente de Castilla La Mancha y secretario general de esa federación para quien el victimismo es el último recurso de cualquier proyecto político y en el que sólo se puede incurrir si fuera precedido de una dosis enorme de autocrítica.
El menor atisbo de autocrítica
No fue el caso porque ni siquiera una veterana militante de Izquierda Socialista, que invocaba el artículo 21.1.b según el cual hay que debatir y juzgar la gestión de la Comisión Ejecutiva, para que al margen del voto a favor o en contra, se desarrollara como creemos que debería haberlo estado, es decir, con más participación. Y concluía: “si se puede, intervenimos, y si no, que al menos quede constancia en este Congreso”. «Gracias compañera», le replicó Espadas presidente de la Asamblea, «quedará constancia de tu intervención en ese sentido». Y la gestión presentada por el secretario de Organización, número tres de la Ejecutiva, sobre la que nadie más tuvo nada que decir quedaba aprobada por asentimiento. Imposible que los testigos presenciales pudieran detectar el menor atisbo de autocrítica. Pero, lo que sí captaron en el auditorio fue un creciente deseo de sentirse ofendidos, de llamarse a agravio, para exigir disculpas o emprender querellas o reparaciones o alimentar el ejercicio activo del antagonismo.
Suspizaces mastinazos
Daba la impresión de que todos anduvieran como locos deseando ser ofendidos. Bien mirados, los compromisarios parecían disponer sus orejas como las de una liebre, atentas a no perderse la menor palabrilla que se dijera, por si ofreciera algún sesgo que permitiera, siquiera sea amañadamente, habilitarla para ofensa. Se creaba así una ambivalente conjunción entre la pública exigencia de respeto y la secreta concupiscencia de ser ofendido, como escribiera Rafael Sánchez Ferlosio. De ahí que nos encareciera que abandonáramos para siempre, por guía y por criterio de valor para nuestras obras, “aquel vetusto dicho tan falaz como autocomplaciente: ‘Ladran, luego cabalgamos’. Primero, porque la noche y los caminos están poblados de multitud de obtusos y suspicaces mastinazos o gozquecillos débiles y asustadizos, a quienes todos los dedos se les hacen huéspedes, y en seguida se ponen a ladrarle incluso a la más necia, huera e inofensiva de las extravagancias. Y segundo, porque, sin ir más lejos, Cervantes y Velázquez llevan ya cabalgando -poco más, poco menos, uno u otro- 350 años, y, sin haber oído hasta la fecha, a lo largo de tantas y de tan accidentadas leguas de camino, ni tan siquiera el más leve gruñido, todavía cabalgan en cabeza, tan lozanos, airosos y ligeros como un amanecer”.
Bambarlos
04/12/2024 12:55
Suspizaces, ¿qué significa esa palabrota? El mejor escribano echa un borrón, pero es mejor no echarlo. Tome nota quien corresponda para futuras ocasiones.