Opinión

El olvidado Sacro Imperio Romano Hispánico

Mientras todos tienen sus (falsas) leyendas rosas y presumen sin pudor de ellas, nosotros al parecer no tenemos derecho a defender una visión positiva de nuestra Historia

  • Carlos V de Alemania y I de España.

Suele decirse que los vencedores de las guerras escriben la Historia, pero esto no es siempre cierto. Pero sí lo es que “quien denomina, domina”, y ese poder para poner nombre a las cosas, eventos o situaciones no lo dan las armas convencionales sino el poder de influencia o el puro arte de la propaganda. Como ya he defendido en mis libros La Conjura silenciada contra España y La Historia del odio a España, uno de los primeros éxitos en la batalla del lenguaje fue la estratagema para nombrar al Nuevo Mundo como “América”, más propia de una novela de espías, un nombre por cierto que no pusieron los españoles…, ni los indígenas, sino los de siempre.

Otra de las denominaciones que han presidido el imaginario colectivo europeo y español durante siglos, cuya sombra alcanza a nuestros días, es el del “Sacro Imperio Romano Germánico”. Modelo de prestigio y poder al suponerse sucesor (¿natural?) del legado del Imperio romano. Fue tal el éxito de esta operación de “marketing” público que nuestro Rey Alfonso X perdió su fortuna y su sabiduría persiguiendo obsesivamente el “fecho” del Imperio, cuando ni siquiera había acabado la Reconquista, si bien gracias a que quienes debieron apoyarlo le traicionaron, empezando, cómo no, por el propio Papa. Las cosas parecen no haber cambiado.

Carlos cansado y retirado a Yuste acaba desgajando su herencia en dos: a su hijo Felipe le dejó lo que más quería y valoraba, a su hermano Fernando le legó el avispero

El segundo personaje que sacrificó la fortuna de… Castilla, arriesgándose a una revuelta comunera (cuyo lema podríamos actualizar como “el Imperio nos roba”, en ese caso con razón), fue Carlos I de España y V cuando logró ser Emperador. En este caso, la obsesión era más lógica pues se trataba de una dinastía germánica (los Austrias) y el Rey se había criado en el ambiente de Flandes, pero la aventura no fue menos costosa aunque acabara coronada con el éxito. Cuando Carlos decide asentarse en España surgen los problemas pues la Europa centro-nórdica no iba a aceptar fácilmente ser regida por un Rey “hispano”. Cabe plantear si el protestantismo de los príncipes alemanes y las guerras de religión no encuentran su origen (también) en este hecho. Lo cierto es que el propio Carlos cansado y retirado a Yuste acaba desgajando su herencia en dos: a su hijo Felipe le dejó lo que más quería y valoraba, a su hermano Fernando le legó el avispero.

Cabe cuestionarse tanto que fuera “sacro” pues rompió con la Iglesia, como que fuera “romano” pues no hablaban latín

El Imperio germánico surge como continuador del trabajo de un “franco”, Carlomagno, cuyo legado duraría sin embargo solo 43 años (algo más que el del otro “magno” Alejandro que sólo duró 13 años): desde su coronación en el 800 al Tratado de Verdún en 843, donde se divide de nuevo el Imperio. El adjetivo «sacro» se le añade por Federico Barbarroja para legitimar su reinado por la voluntad divina, siendo la designación Sacrum Imperium documentada por primera vez en 1157, y la de Sacrum Romanum Imperium entre 1184 y 1254. No obstante, cabe cuestionarse tanto que fuera “sacro” pues rompió con la Iglesia, como que fuera “romano” pues no hablaban latín. Es más, fueron precisamente los bárbaros procedentes de esta zona los que causan la caída del Imperio romano, por mucho que luego la mayoría se romanizara (probablemente los que más lo hicieron, los visigodos asentados en Hispania).

El Imperio que habría sucedido realmente al legado del Imperio romano habría sido el español y no el germánico, debiendo conocerse como el “Sacro Imperio Romano Hispano”. Resulta algo lógico pues Hispania fue una de las provincias que más costó conquistar pero que al postre la más romanizada del Imperio (mucho más que Germania en todo caso), aportando emperadores ¾Trajano, Adriano, Teodosio e incluso Marco Aurelio, cuya familia procedía de la Bética¾, o intelectuales como Séneca. Pero más allá de ello, -"por sus obras los conoceréis”- la América Virreinal llevó todas y cada una de las aportaciones romanas “plus ultra” a lo largo de 300 años (450 duró el Imperio romano de Occidente):

-El derecho, no sólo por la creación del Derecho internacional, los derechos subjetivos o el derecho de gentes, sino por el código de las “Leyes de Indias” que estableció un conjunto de normas sociales como no se había conocido hasta entonces, con un sentido protector del Estado que llevó a la construcción de casi mil hospitales.

-La filosofía; la neoscolástica salmantina sentó las bases morales e intelectuales del Imperio, con autores americanos como Juan de Matienzo, Domingo Muriel, Diego de Avendaño, Juan de Oñate o Antonio Rubio de Rueda que enseñaron en algunas de las casi 30 universidades en América y Filipinas

-La religión; el catolicismo no existiría sin su implantación en la América hispana, gracias a lo cual alcanzó su máxima extensión y poder

-Las infraestructuras; los acueductos y las calzadas romanas eran una broma frente a las obras hidráulicas, catedrales, ciudades patrimonio de la humanidad o los caminos reales que atravesaban incluso los Andes (cfr. Felipe Fernández-Armesto y Maniel Lucena Un imperio de ingenieros)

-La lengua y literatura; no sólo el siglo de oro de las letras hispanas se desarrolló a ambos lados del Atlántico (con autores como Sor Juana Inés de al Cruz o Garcilaso de la Vega) sino gracias al “español” el “latín alcanzó su máxima extensión con 500 millones de hablantes

-El arte y la cultura; destacan la escuela quiteña (donde brillaron Manuel Chili “el Miguel Ángel hispano” y José Olmos, “el gran Pampite”) y la cuzqueña, con piezas de música polifónica (la primera en 1630 en quechua) o hasta óperas (incluso en el S. XVIII como la de San Francisco Xavier en chiquitano)

-La economía; se reforzaron las bases de la industria con grandes talleres de orfebrería, fundiciones o explotaciones mineras, y las relaciones comerciales se extendieron gracias al “real de a ocho” que llegó a donde nunca pudo hacerlo el “sestercio” romano, dando lugar a la primera globalización económica y convirtiendo al Virreinato de la Nueva España en el centro comercial del mundo.

Tal vez habría hecho bien Carlos I en coronarse Emperador de los dos Imperios romanos: el europeo y el americano, instaurando el águila bicéfala como símbolo permanente de nuestro escudo

Si el Imperio romano era el imperio mediterráneo, el hispano unió el Mediterráneo (Europa) con el Atlántico (América) y el Pacífico (Asia). Tal vez habría hecho bien Carlos I en coronarse Emperador de los dos Imperios romanos: el europeo y el americano, instaurando el águila bicéfala (si bien el primero en utilizarla fuera Segismundo de Luxemburgo en 1433) como símbolo permanente de nuestro escudo. Tal vez así, nos habríamos ahorrado que Madrid tenga su única calle o plaza dedicada al Emperador con el nombre de Glorieta de Carlos V. Nada extraño en un país que dedica estatuas a sus enemigos (doce a Bolívar) y calles y plazas a sus derrotas (Trafalgar). Habría sido el lógico complemento a las dos columnas de Hércules, una en Gibraltar y otra en Ceuta; curiosamente (o no) sólo la africana es hoy española.

El Sacro Imperio Germano desapareció en 1806, al tiempo que España era invadida por Francia y que se disolvía el mundo hispano ¿Casualidad? Tal vez. En todo caso, mientras “todos” los demás países tienen sus (falsas) leyendas rosas y presumen sin pudor de ellas, incluidos sus más conspicuos intelectuales, nosotros al parecer no tenemos derecho a tentar de defender una visión positiva de nuestra Historia, aunque no tengamos que mentir o exagerar para ello. Cambiemos el relato. No seamos hispanobobos.

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