Isabel Díaz Ayuso le ha propinado dos soberbios guantazos a la solemne soberbia de Pedro Sánchez. Eso no lo perdona. El primero ocurrió en los albores de la pandemia, tras el estallido del los contagios del infecto 8-M. La presidenta madrileña, a la vista de los primeros y alarmantes síntomas, hizo caso omiso al ministro Illa, cortó por lo sano y ordenó el cierre de colegios y universidades. Era el 11-M y se contaban ya por cientos los contagios y las muertes pasaban de la docena. Sánchez e Illa, por entonces acoquinados y catatónicos, se la envainaron. Vitoria también cerró, y luego Logroño. Ayuso se convirtió en la guerrera prometeica contra el desconocido invasor, la primera en reaccionar con firmeza frente al terrible mal que llegaba de China.
El segundo cachetazo sucedió hace apenas unas semanas, cuando un tribunal tumbó el cierre perimetral de Madrid que había decretado Illa en respuesta a las restricciones parciales de movilidad habilitadas por Ayuso. Rabiosamente ofuscado por la sentencia judicial, Sánchez reaccionó con una pataleta infantil y dictó el cerrojazo total de la región, a cal y canto, una decisión que se demostró luego tan desmesurada como inútil. Las medidas del Gobierno madrileño ya estaban funcionando. 'Necesitamos tiempo, un poco de tiempo', había suplicado la presidenta sin el menor éxito. "El Gobierno de Madrid no hace nada", respondían a coro Illa y Simón, con gesto de tacañonas, expertos ambos en ocultar la verdad, manipular datos y aventar todo tipo de trolas.
Ayuso y Santiago Abascal se han convertido en los críticos más severos del régimen sanchista, en sus bestias negras, sus odios cervales. El resto de cuanto pulula por la derecha es centrismo y literatura. El presidente trata a Abascal con displicencia y desprecio. Lo usa como argamasa para encolar su Frankenstein. Cuando surge alguna rencilla en 'la coalición de la gentuza', como la bautizó Marco, se agita desde Moncloa el espantajo de Vox y todo vuelve a su sitio en el frente popular.
Sólo le faltó exigirle a la dama, como sugería un miembro de protocolo de Moncloa, que se descubriera la espalda para, en homenaje a su vicepresidente, flagelarla allí mismo, con sus propias manos
Lo de Díaz Ayuso es distinto. Su sola presencia le provoca a Sánchez una irritación que sobrepasa lo político y se adentra en el territorio de lo personal. Una enfermiza obsesión. Las pocas veces que se han encontrado cara a cara, como en la Fiesta Nacional mientras aguardaban a los Reyes, o en la desternillante escena de las banderas en la Puerta del Sol, podía escucharse el chirriar de los premolares de Sánchez al tensar su mandíbula. Sólo le faltó exigirle a la dama que se descubriera la espalda para, en homenaje a su vicepresidente, flagelarla allí mismo, con sus propias manos, hasta que la sangre brotara a raudales y se deslizara mansamente por la Gran Vía.
Pocas episodios más detestables se han vivido durante el tormento de la pandemia que el empeño de Sánchez en dividir y enfrentar entre sí a las regiones (los estúpidos le dicen 'territorios'), alimentando una especie de 'Liga nacional de los contagios' que, indefectiblemente, debía perder Madrid. En este ejercicio infame participaron activamente algunos baroncillos autonómicos con ínfulas de gobernadores reales, como Page y su 'bomba radiactiva vírica', o el asturiano Barbón, agitador de la aviesa 'madrileñofobia', por no mencionar a ese Puente de aguas purulentas, alcalde de Valladolid, que llegó a poner en duda el 'equilibrio mental' de Ayuso. Madrid era el epicentro mundial del cataclismo y Ayuso, la suma sacerdotisa de la hecatombe.
A Otegi, esa alimaña, le hará ministro. Quizás de Marina, que es la única vacante. Sería el miembro número 23 del Gabinete. Ya lo ha anunciado Pablo Iglesias, el conductor de este Gobierno detritus
"Cada día la fusilan al amanecer", comenta un estrecho colaborador de Ayuso. Pocas veces se ha conocido un ensañamiento político/mediático tan feroz, una persecución tan obsesiva, un bombardeo tan despiadado. Ni siquiera Esperanza Aguirre, uno de los más valorados objetos de odio y deseo por parte de la piara progresista, fue tan perseguida. Sin embargo, la condenada ni afloja ni se apunta al martirologio. Resiste como los numantinos bajo el asedio del segundo Escipión. Así la escupan, la denigren, la persigan, mantiene inalterable su ritmo, su agenda y su proyecto, con una osadía insolente y una convicción a prueba de puñadas. Va cosechando victorias, conquistando fortines, doblándole el pulso a las acometidas del aparato de La Moncloa. Esta semana han sido tres golpetazos. El IVA de las mascarillas, los test en el aeropuerto y el hospital de Valdevebas, futuro almacén de la inaprensible vacuna. Por no mencionar los datos fiscales. Madrid baja impuestos y aumenta la recaudación. ¡Es el liberalismo, estúpido! Es Madrid que resiste y gana.
No han podido aún con ella, pero Sánchez no olvida. Solo su arrogancia supera su rencor. Se reserva cobrar la pieza una vez cumplido el trámite de los Presupuestos, ya encarrilados del brazo de Bildu y demás enemigos de la nación en la maniobra más infecta de cuantas hasta ahora ha consumado. A Otegi, esa alimaña, le hará ministro. Quizás de Marina, que es la única vacante. Sería el miembro número 23 del Gabinete. Ya lo ha anunciado Pablo Iglesias, el amo de este detritus, el diablo exterminador de nuestra democracia: "Bildu se integrará en la dirección del Estado".
Un matarife con experiencia
Quizás Sánchez le encomiende la faena de deshacerse de la molesta presidenta, de esta Isabel que tanto le empreña y que no hay forma de quitarla de en medio. El tembloroso y pusilánime Gabilondo no ha sido capaz de lograrlo. El 'gordo de Eloibar', sin embargo, tiene experiencia en apartar estorbos. Al empresario Abaitua lo tuvieron diez días enterrado en un hoyo en medio de un campo. Diez días de suplicio y torturas. Cuando lo soltaron no era un ser humano, como se recordó en La noche de Dieter. Era un despojo que no recuperó su condición de persona hasta la muerte.
Otegi, el criminal sin escrúpulos que perpetró el secuestro, un terrorista convicto y confeso, no lo tendrá fácil. Tantos lo han intentado, de pensamiento, obra y acción, con escaso éxito. Tantos fusilamientos al amanecer fallidos. Tantos linchamientos frustrados. Tantas degollinas fracasadas. Cuanto más intenta Sánchez asfixiar a Ayuso, someterla, enterrarla, más aire le insufla para volar hacia La Moncloa. En ese Palacio hace ya años que se espera una presidenta.