Precipitaron a Iván Redondo por la ventana al tiempo que los 'pepiños' y los 'brujos visitadores' volvían a la Moncloa. El zapaterismo en pleno de nuevo en los despachos decisivos. Todo se fraguó, en una frugal colación, ante espléndidos manteles. Pedro Sánchez por un lado y, por otro, los dos migueles de los media, Miguel Barroso y José Miguel Contreras, compañeros en mil batallas y reconocidos expertos de la comunicación. Iván, que se pensaba ya ministro de Presidencia amén de repartidor de los fondos de Bruselas, fue sentenciado. Ni la olió. Sánchez siempre ha pensado que la clemencia es una enfermedad canina.
Se fraguó allí el gran vuelco, la tercera reencarnación del presidente. En la primera dirigió durante apenas siete meses un Gobierno en funciones y sin mayoría parlamentaria. La segunda culminó en el pacto de Frankenstein y ahora, el largo esprint hacia la reelección. En esta tercera fase Iván no tenía cabida. La pifia murciana (de la que reniega ahora con tanto aspaviento), la humillación de Madrid y la inútil victoria en Cataluña dejaron maltrecha su egregia figura del Godoy del ala oeste y boba.
La defenestración de Redondo llegó acompañada de una escabechina ministerial en la que los elementos más hirsutos y pendencieros, como Carmen Calvo, Isabel Celaá y José Luis Ábalos, abrasados y despreciados, rodaron por la pendiente mientras se reclutaba a cuatro damiselas de provincias, con la sonrisa en permanente exhibición, para evidenciar el cambio de rumbo en la trayectoria del sanchismo. Un sonoro y contundente aviso, por cierto, a la destartalada Teresa Ribera, discutida con su coiffeur desde hace tiempo y siempre a punto de resultar electrificada por la sobrecarga del recibo de la luz.
Hernando, López y Sánchez integraban un trío bullicioso e inseparable, criado a los pechos de Pepe Blanco, el número dos de Ferraz con Zapatero, y con mucha hambre de poder y de aparato
En esa implacable crisis de Gobierno, inspirada ya por 'los migueles' en cuestión, se colaron inadvertidamente los 'pepiños', antiguos compañeros de Sánchez en el partido, luego fieros enemigos y, ahora, de vuelta, ascendidos a la cúspide de la pirámide del poder. El primero en poner el pie en los anhelados salones de Moncloa, para sorpresa de todos, fue Óscar López, que estaba cómodamente aparcado en el envidiado sillón de Paradores y que pasó a encarnar la jefatura de Gabinete del presidente. Ahora, tras el congreso de Valencia, acaba de aterrizar Antonio Hernando, quien en su día ejerció de portavoz parlamentario cuando la abstención a la investidura de Mariano Rajoy. Hernando, López y Sánchez eran un trío inseparable, criados a los pechos de Pepe Blanco, el número dos de Ferraz con Zapatero, con quien ejerció de ministro de Fomento y protagonizó una exótica escena en una gasolinera, con olor a carburante y corrupción, que pasó a la historia como 'el caso Campeón'.
Paralelamente, Barroso y Contreras han asumido en forma inapelable el control ideológico y efectivo de los medios del sanchismo. En especial, el primero. Ligados ambos a Atresmedia, la Sexta, Planeta y alrededores, el primero de los 'migueles' fue secretario de Estado de Comunicación con Zapatero y uno de los nombres más relevantes en el mundillo de la comunicación nacional. Cebrián los bautizó como 'los brujos visitadores', porque movían importantes hilos en Moncloa cuando se registraron los inauditos asaltos al BBVA o a Endesa, por no mencionar mangoneos en las concesiones de televisión.
Ya está todo el zapaterismo reunido de nuevo bajo la cúpula del poder, al frente del cuadro de mandos del Ejecutivo. José Blanco, oculto detrás de la tramoya, maneja la consultora Acento, un lobby ansioso y voraz en el que ejercen expolíticos de todos los colores, desde el PP hasta Batasuna, y en el que Antonio Hernando ejercía de director general hasta segundos antes de adentrarse en el Ejecutivo a través de una engrasada puerta giratoria que no para de dar vueltas. Los dineros que arriben de Europa, si la cosa no se tuerce, que mala pinta tiene, serán controlados y mangoneados por el Acento de Pepiño, todo el mundo al suelo y a ponerse en lo peor. Los conseguidores lobbistas y los brujos de mediáticos tienen el encargo de relanzar la triste figura de Sánchez, cada día más detestada, cada instante más criticada, incluso por los suyos que, como se pudo apreciar en Valencia una vez apagados los ecos de los aplausos de atrezzo, lo aborrecen en forma desconsiderada.
Un pestuzo a zapaterismo inunda ahora todos los pasillos del poder. Zetapé, conviene recordar, naufragó en su día arrasado por una crisis económica que fue una broma al lado de la que ahora se divisa
Un pestuzo a zapaterismo inunda ahora todos los pasillos del poder. Zetapé, su líder y referente, conviene recordar, naufragó en su momento arrasado por una crisis económica que fue una broma al lado de la que ahora se divisa y se dedicó luego a labores de mediador despreciable con el régimen criminal de Maduro, con los sediciosos catalanes o con los herederos de ETA a cambio de una mina de oro y un Nobel de la Paz.
No se antoja sensato confiar en que el triste Bolaños, los migueles y estos pepiños, antes enemigos odiosos y aborrecibles, vayan a ser capaces de consumar con brillantez la operación política para la que se les ha reclutado. La reaparición de esta singular troupe de saltimbanquis del poder es la evidencia del estado de desesperación y nervios en el que manotea el sanchismo. Las urnas se antojan cada día más esquivas.