Opinión

Lo que separa el humor del odio

El que lo señala es el que politiza y desacraliza, nunca quienes promueven la politización y desacralización real

  • La estampita de Lachús

El primer propósito de cada año es no prestar demasiada atención al final del anterior, pero otra vez empezamos mal. Las campanadas de La 1, todo lo de La 1, todo lo que viene fabricado por el Gobierno, tiene al menos dos vidas. La primera es cuando se produce y la segunda es cuando se recuece. Tenemos el hecho en sí y después, durante varios días, la reivindicación del hecho. La provocación de turno no es en realidad lo relevante. Lo que deja poso es la sobreexplicación posterior, que convierte el chiste o el gesto en un acontecimiento social como no ha conocido España en al menos mes y medio. Ahí es donde entran Bolaños, el defenestrado artista de la IA Ion Antolín, algún juez estrella, periodistas del felipismo o incluso lustrosos expertos en lo que toque. Todo lo que hace el PSOE es inédito y transformador, y todo ha acabado siendo Leire Pajín.

Enfadarse por la tontería de turno es ridículo pero restarle importancia es peligroso porque todo forma parte, no de una estrategia secreta, sino de un ambiente concreto que va instalando nuevos elementos sagrados y nuevos demonios contra los que todo vale

El último acontecimiento planetario han sido las campanadas de Nochevieja. Yo no sé qué hacen en Europa que no ven las campanadas de TVE, con el poder que tienen. Sirven para que los infelices de pronto recuperen la ilusión, para que los gordos se quieran o para que los que hablan otras lenguas tengan su segundo de gloria. Gana la tele, dicen. Más, hombre; gana la humanidad. El milagro de estas fechas ya no es el de la Navidad, sino el de Nochevieja con sus campanadas sanadoras. Con esto ya les daba para una semana de autobombo, pero resulta que además han sembrado una de esas polémicas tan aprovechables. Al parecer la presentadora de las campanadas sacó una estampita con la vaquilla del Gran Prix haciendo del Sagrado Corazón de Jesús. Pero la estampa no era vaquilla, sino capote. En eso consiste la técnica. Las reacciones airadas, cuya máxima expresión es la denuncia de Hazte Oír y de Abogados Cristianos, son la respuesta esperada. Cuentan con eso. Quien se dedica profesionalmente a la risa política -Cachitos, Broncano, Hernand y demás miembros de la generación Movistar- busca el enfado político. Cuanto más enfado, más éxito. Todos estos enfados revelan impotencia, ignorancia y a veces incluso indiferencia, porque la denuncia no es un contragolpe sino un gestito, una protesta al aire cuando el destinatario de la ofensa ya está lejos.

 

Enfadarse por la tontería de turno es ridículo pero restarle importancia es peligroso porque todo forma parte, no de una estrategia secreta, sino de un ambiente concreto que va instalando nuevos elementos sagrados y nuevos demonios contra los que todo vale. Joaquim Bosch es un heraldo insuperable de estos nuevos tiempos. Se retuiteaba el otro día a sí mismo después de la polémica con la estampita. Vamos a ver lo que decía en septiembre de 2024, y qué suena después del asunto Lalachús.

 

“El delito contra sentimientos religiosos procede de las antiguas concepciones de blasfemia y herejía. Debería derogarse: las leyes penales han de proteger el derecho a practicar una religión y no los estados de ánimo de los creyentes. Deben proteger derechos y no sentimientos”.

Dices que la inseguridad ciudadana en localidades como Barcelona o Bilbao proviene significativamente en mayor proporción de inmigrantes magrebíes, o sudamericanos, o de los localísimos “clanes” y estás propagando el odio

En ese mensaje hay un par de palabras importantes y una cuestión esencial. Las palabras importantes son “antiguas”, “blasfemia” y “herejía”. El tiempo nuevo no viene a proscribir la existencia de la blasfemia y la herejía, sino a renovarlas. De ahí el “antiguas”. Lo sagrado hoy no es lo sagrado, sino lo profano. La cuestión esencial, por otra parte, es el final. “Deben protegerse derechos y no sentimientos”. Sabe muy bien el portavoz de Juezas y Jueces para la Democracia que la diferencia entre un derecho y un sentimiento es lo que determine el Gobierno mediante algún decreto. Si las leyes deben proteger sólo derechos, convertimos los sentimientos que queramos proteger en derechos. Es tan simple como eso.

 

Los delitos de odio no son otra cosa que un ajuste de la casuística a los nuevos tiempos. Tú describes cuestiones culturales básicas de los gitanos, estadísticas de crímenes según nacionalidad o costumbres sociales de los países islámicos y entras en la categoría de “delito de odio”. Dices que la inseguridad ciudadana en localidades como Barcelona o Bilbao proviene significativamente en mayor proporción de inmigrantes magrebíes, o sudamericanos, o de los localísimos “clanes” y estás propagando el odio e incitando a que la gente los ataque; aunque lo que se esté señalando es precisamente la unidireccionalidad inversa de los ataques. Hay una legión de verdaderos creyentes defendiendo que todo el peso del Estado caiga sobre quienes se atreven a decir que el agua moja. Porque al mostrar estadísticas no están ofendiendo sentimientos, que para eso están, sino “vulnerando derechos”. Es el truco de Bosch.

 

Ahora bien, puedes decir que todos los curas son pederastas, que el aborto es una experiencia recomendable y liberadora para todas las mujeres, que rezar es propio de retrasados -aquí no sería odio-, que vandalizar un pórtico, un Belén o una misa es libertad de expresión, y no sólo es que no pase nada, sino que tienes que celebrarlo. Porque si no lo celebras a lo mejor es que odias a los ateos, a los humoristas o a los funcionarios del Gobierno, y no querrás vulnerar sus derechos.

Sí se habla de lo importante. Se habla muchísimo, y aun así los trenes siguen siendo un desastre, el Congreso sigue siendo un circo, la economía sigue dando para lo que da y el PSOE sigue convirtiendo la voluntad del partido en palabra sagrada. Porque resulta que lo importante no es lo esencial. Lo esencial es el mensaje

Hay una respuesta por defecto a este fenómeno que no siempre obedece al impulso de mostrar una virtud resplandeciente, centrada, de carril del medio. Consiste en decir que no hay que tener un discurso ante estas cosas -provocaciones, bromas benévolas, faltas de respeto, todo es lo mismo para el virtuoso de la virtud- porque eso significa politizar algo que debería ser sagrado, y que nunca, nunca debería usarse para dividir. Es una opción legítima. Pero no hay que hacer trampas. Esta tolerancia ante la postura de desarmar o “resignificar” lo tradicional -que, curiosamente, por ser tradicional unía es lo que ha hecho que muchos centros educativos hayan eliminado el Belén en la entrada, o que hayan cambiado la función de Navidad por el “festival de invierno”. Y es lo que ha hecho que se evite decir “Navidad” casi de la misma manera que en el País Vasco se evita decir España. 

 

Mencionar estos cambios es suficiente para recibir la etiqueta de fanático. El que lo señala es el que politiza y desacraliza, nunca quienes promueven la politización y desacralización real; éstos son siempre gente normal, despreocupada, apolítica y con mucho, muchísimo sentido del humor. Un sentido del humor que les lleva a relativizar precisa y solamente aquellas costumbres que no sienten como propias, o que las sienten como propias siempre que sean radicalmente propias, individuales.

 

“Mientras se habla de esto no se habla de lo importante” es la otra gran respuesta por defecto. Es una forma de verlo. Una forma ingenua. Sí se habla de lo importante. Se habla muchísimo, y aun así los trenes siguen siendo un desastre, el Congreso sigue siendo un circo, la economía sigue dando para lo que da y el PSOE sigue convirtiendo la voluntad del partido en palabra sagrada. Porque resulta que lo importante no es lo esencial. Lo esencial es el mensaje. Y el mensaje se construye precisamente en todas estas tonterías a las que hemos decidido no dar importancia.

 

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli