Mi asombro llegó incluso antes de la “gran exclusiva”. Veinticuatro horas antes. El pasado domingo, a las nueve de la noche, justo en el instante en el que encendí el televisor y la vi. Allí estaba ella. Su imagen. Como si fuera la mismísima reina, aunque durante años sólo ocupara su lugar en la cama. Un avance de una entrevista a Bárbara Rey todavía por emitir, abriendo un informativo en horario de máxima audiencia. Me quedé ojiplática. ¿De verdad era necesario? ¿Con la que está cayendo? ¿Era ésta la cadena blanca que buscaba Telecinco después de aniquilar el universo Sálvame?
Mi asombró continuó un día después. El lunes, a la hora anunciada a bombo y platillo en telediarios y programas varios, me senté en el sofá con un vino, apreté el botón del mando y puse el susodicho canal. Comenzaba el show con un plató a oscuras en el que deslumbraba una pantalla gigante con una fotografía de don Juan Carlos. Toda una declaración de intenciones. Él iba a ser el verdadero protagonista. Tras su instantánea, una frase lapidaria de la ex vedette que sería sólo un aperitivo de lo que vendría después: “Él me trata como una puta”.
Durante más de dos horas, soltó Bárbara Rey sobre el rey infinidad de barbaridades. “Su” verdad -que así se titulaba el especial- desgranada sin pudor. Aquí sólo algunas frases: “Me da la sensación de que le parecía normal que mi marido me maltratara” o “él los únicos detalles que tiene es de vernos, estar juntos, tener relaciones sexuales y punto pelota”. Insinuó la artista que el monarca tenía un picadero en el chalet en el que comenzaron sus encuentros íntimos, también que pudo haberse quedado embarazada desde el primer día y aquí la estocada final, que si hubiera querido hacer una buena faena, la podría haber hecho.
Dio su versión -una más- sobre la relación y está en su derecho, no seré yo ahora defensora, ni mucho menos, de un don Juan Carlos a quien intuyo que todo esto le habrá rozado levemente la oreja como el viento que apenas sopla en Abu Dhabi
Dibujó en directo ante más de un millón de espectadores -un 16,7 por ciento de share, de pastel de la parrilla- a un jefe del Estado maquiavélico, a una persona sin decencia, a un hombre frío, a un monarca por encima del bien y del mal, a un rey absolutista de otro tiempo, a un acosador con trono: “Hoy en día se llamaría acoso. Entonces era un honor”. Dio su versión -una más- sobre la relación y está en su derecho, no seré yo ahora defensora, ni mucho menos, de un don Juan Carlos a quien intuyo que todo esto le habrá rozado levemente la oreja como el viento que apenas sopla en Abu Dhabi. Sin embargo, ¿a dónde estamos llegando? ¿Dónde están los límites? ¿Todo está ahora permitido? Escupió esta mujer por la boca la que dice ser su historia con el rey emérito y ¿ya está? Tengo la sensación de que se han perdido todos los escrúpulos, de que hemos pasado de la censura total al “todo vale” en esta era de la información. Hasta poner precio a lo más sagrado, a la última parcela de privacidad.
Y esto fue sólo la primera entrega -se vende por fascículos- de un especial para el que se han hecho más de veinte horas de grabación. Una entrevista, en palabras de la presentadora, “que reescribirá la historia de España”. Toma ya. Vaya forma de venderlo. ¿Acaso ha cambiado algo el curso de la monarquía esta enésima confesión de Bárbara Rey? ¿Se ha inmutado alguien? ¿Estaría Doña Sofía frente al televisor asistiendo a la otra parte de la vida de su marido? ¿Y su hijo? Cómo me hubiera gustado escuchar y observar a la familia por un agujero de palacio.
Las pruebas más buscadas
Se despachó a gusto la de Totana -como tantas veces- en un plató de televisión. “¿Cómo le voy a decir que no al rey?”. Le dijo que sí y todo lo demás -o parte de ese todo, de su todo- ya lo conocemos. El dinero, el chantaje, los encuentros, las llamadas telefónicas y que sólo hubo un hombre para ella por encima del monarca. Y es literal. “Mi padre encima del rey, que es donde le corresponde”, zanjó con una sonrisa irónica la artista. Porque fue su progenitor quien guardó durante años bajo su culo, en el asiento en el que reposaba su vejez, las pruebas más buscadas por los servicios de inteligencia.
Confesó también la exmujer de Ángel Cristo que su primer desnudo ante las cámaras lo llevó con naturalidad, que no se sintió incómoda descubriendo y mostrando su piel. A la vista está que tampoco sus entrañas.