Es biólogo, pero sabe más de sociedad civil que muchos políticos. Hace ya 16 años, en 1998, Srdja Popovic ayudó a fundar el grupo Otpor, que en serbio significa Resistencia. Dos años más tarde, la acción de este grupo no violento fue fundamental para sacar del poder a Slobodan Milosevic, el dictador serbio juzgado en La Haya por crímenes de guerra y genocidio tras ocasionar la muerte de más de 200.000 personas en los tres conflictos de los Balcanes en los años 90. Sin embargo, el asunto venía de lejos. Así lo explica Srdja Popovic, el activista y autor del libro Cómo hacer la revolución, editado en España por el sello Malpaso. Es uno de los mayores expertos en lucha política no violenta. No ve sentido en las listas para salvar osos polares -activismo de sofá- ni en las larguísimas acampadas en espacios públicos que impulsaron movimientos como el 15M.
Popovic formó parte del grupo de resistencia más importante en la salida de Milosevic del poder
En efecto, tal y como explica el activista serbio, la mecha había prendido en él mucho antes de 1998. Corría el año 1992. Srdja Popovic asistía a clases en la Universidad de Belgrado –acudir, porque estudiar, no tanto, dice-. Entonces se dedicaba a tocar el bajo en una banda y revolotear entre los bares de Belgrado. Hasta que un día vio cómo una banda a la que habían negado el permiso de tocar en Belgrado se subió a un camión en marcha para tocar dando vueltas alrededor de una plaza. Entonces algo, en su interior, hizo click. Protestar es incidir: tocar a las personas de otra forma. Se puede participar de muchas formas en maneras de resistirse al poder y sus muchas formas de atropello.
Tras iniciar el juicio contra Milosevic, Popovic fundó el Centro para la Aplicación de la Acción No Violenta, del que actualmente es director. El papel de este organismo es canalizar y divulgar el activismo pro-democracia en más de 50 países. Aunque él, por modestia no se explica a sí mismo como tal cosa, es un líder internacional en la promoción y la enseñanza de los principios para el éxito en la resistencia no violenta. Eso sí: no escatima ni una palabra de su inglés atropellado y veloz para decir algo que muchos parecen no haber entendido. “El mundo es otro”, insiste. “Internet ha cambiado el campo de batalla, y mucho. Se pueden conseguir cosas más rápido y sin correr tanto peligro. Internet hace que sea posible aprender unos de otros. Las personas pueden aprender unas de otras. En Venezuela, un grupo de activistas hace un vídeo viral y otro grupo en Ucrania lo recoge. La velocidad de aprendizaje uno de los atributos menos valorados de Internet”, asegura.
Internet ha cambiado el mundo, pero ha producido fenómenos como "clicktivism" y "occupyism"... Activismo de sofá, dice
Eso sí. Internet tiene aspectos buenos, pero también otras dos versiones atrofiadas del activismo, ya sea como instrumento logístico o elemento amplificador. El primero es el "clicktivism", esa modalidad de protesta de quienes piensan que apretando el botón del ratón consiguen cambiar el mundo o salvar a los osos polares. "Salvar osos polares haciendo click no tiene relación con lo que ocurre en el mundo real. A esto le llamamos activismo desde el sofá. Y hay tantos usuarios que hacen clic en sus sofás...”, dice. A eso se suma lo que él llama el "occupyism"."La plaza Tahrir tuvo un afecto contagio en quienes comenzaron a pensar, de manera equivocada, que todo lo que tenemos que hacer es sentarnos en un parque público ocupando un lugar durante el tiempo suficiente sería para algo". Hay que mover el culo, dice. Porque ésa no es una estrategia ni rompedora ni coherente.
“La gente está ocupada con sus propias vidas y el que se queda y se hace con un lugar en la plaza, el que corta una vía, toma un sitio durante semanas y semanas, impide la vida normal de quienes trabajan, viven o tienen un negocio, una tienda ahí. Ese tipo de medidas no consiguen simpatía o cercanía para la causa que defiendes, al contrario porque con esa forma de protestar en realidad perjudicas a quienes quieres convencer”, explica. La lucidez de este hombre resulta tan sencilla, que siente que quien lo escucha y quien lo lee, habitar un mundo en el que el sentido común parece haber desaparecido.
Esa forma sencilla de plantear y razonar las cosas es la misma que emplea en las páginas de Cómo hacer la revolución. El subtítulo Instrucciones para cambiar el mundo, juega la baza del humor como una forma de eludir los patetismos que se adosan a los entusiasmos y las militancias. ¿Puede triunfar la revolución sin que se dispare un solo tiro? ¿Podemos cambiar el mundo con las armas del humor, la obstinación, la inteligencia… y el arroz con leche? Hay que cambiar los tanques por el ingenio y la ametralladora por la paciencia. Sin dejar de lado, claro, el sentido común. Alrededor de estas ideas básicas. Srdja Popovic nos explica el método, su método, para hacer demostrar de qué manera dotar de sentido y táctica las distintas formas de revelarse. La opresión no es eterna si contra ella se emplean los métodos adecuados.