Conserje, soldado, ebanista, panadero, profesor, policía… La mayoría no eran “nazis convencidos” pero fueron tocando el veneno por diversos motivos. La afiliación al partido podía llegar por ventajas laborales como algunos profesores o por la “seguridad” y la estabilidad que buscaba Gustav Schwenke, que seguía mojando la cama a los 20 años, y que el uniforme de las SA le cayó como un regalo del cielo en el año 1932, después de estar años buscando un trabajo. El sueldo y uniforme pardo representaban todo lo que él ansiaba, empleo estatal fijo, salario y pensión.
Gustav era el hijo del sastre Karl-Heinz, este sí un nacionalsocialista convencido. Cuando fue entrevistado más de un lustro después del colapso del Tercer Reich, Karl-Heinz seguía reprochando a Mayer los “atropellos” que las democracias habían infligido a Alemania. “Hasta mi uniforme del ejército estaba ajado. Mis medallas, vendidas. Yo no era nada. Luego, de repente, fui necesario. El nacionalsocialismo tenía un lugar para mí. No era nada… y luego fui necesario”, le espetaba a su interlocutor.
Pero, ¿cómo se hicieron nazis gente aparentemente normal y corriente? Un periodista estadounidense de 42 años decidió instalarse en 1951 con su mujer y sus hijos en la pequeña ciudad alemana de Marburgo y realizar una investigación para conocer cómo la gente normal fue capaz de abrazar el nazismo. Su objetivo era conocer las situaciones personales que empujaron al “alemán corriente” a apoyar la trituradora humana del régimen nazi. También le interesaba la forma en que estas personas aceptaron o eludieron su propia responsabilidad moral por el papel que jugaron en ello.
"Amigos nazis"
Mayer, que no hablaba alemán, se presentó a esta decena de hombres junto a intérpretes, y durante paseos, comidas o cafés fue escarbando entre los recuerdos y sentimientos de los que llamó como sus “amigos nazis”. Mayer nunca desveló sus orígenes judíos, para evitar que esta condición impidiera a sus contertulios hablar abiertamente de antisemitismo. El resultado fue publicado por primera vez en 1956 bajo el título Creían que eran libres. Los alemanes, 1933-1945, que ahora ha publicado la Gatopardo Ediciones. En la precaria situación de la posguerra alemana en la que fueron realizadas las entrevistas, Karl-Heinz el sastre nazi convencido mantenía los reproches a las potencias aliadas. Si en los años veinte el Tratado de Versalles era el culpable de todos los males alemanes, a comienzos de la década de 1950, el resentimiento seguía intacto: “Ya ha visto lo que sus ‘democracias’ hicieron con nosotros”, le reprochaba en uno de sus encuentros a Mayer.
Además de los reproches a los vencedores de la guera, también mantenía incólume su antisemitismo: “Dicen que mataron a seis millones de judíos, pero cuando uno ve cuántos sigue habiendo en todo el mundo, son tantos como siempre”, comentaba sin saber que tenía a uno de ellos delante. Mayer le destaca como el más primitivo y está convencido de que participó en el incendio de la sinagoga de la ciudad. Él, su hijo, el panadero y el cobrador mantuvieron durante las entrevistas que los judíos llevados a campos de concentración eran “traidores”, y solían acompañar sus discrusos con la retahíla conspiranoica que posicionaba al judaísmo internacional al frente de todos los negocios y poderes mundiales.
Dicen que mataron a seis millones de judíos, pero cuando uno ve cuántos sigue habiendo en todo el mundo, son tantos como siempre
El resto de los testimonios muestran la total indiferencia de sus entrevistados ante las emigraciones y deportaciones masivas. Sus “amigos nazis” simplemente no se daban cuenta de que sus convecinos cruzaban el charco y dejaban su hogar porque llevaban años en los que no formaban parte de su misma comunidad. De niños no jugaban con ellos y de adultos, aunque tenían relaciones comerciales, simplemente se despreocupaban por el destino de aquel médico que un día se encontraron en una estación de tren cargado con maletas o de la familia que ostentaba una tienda que cerró. Simplemente se habían ido, se seguían autoconvenciendo años más tarde.
Castigo a los perdedores
Uno de las partes más interesantes del libro llega en el momento de la rendición de cuentas de Núremberg. Los juicios no convencieron a los amigos nazis de Mayer. El Tribunal Internacional condenó a la horca una docena de altos jerarcas del Tercer Reich, después del suicidio de algunos líderes como Hitler, Himmler, o Goebbels. “La nueva era de la moralidad internacional” como calificó The New York Times al cadalso de Núremberg representó una medicina muy amarga para los entrevistados por Mayer. El periodista señala las sentencias como un auténtico fracaso para convencer a estos alemanes de su culpabilidad. “Lo consideraron en su conjunto como un castigo adicional por ser los perdedores de la guerra”, apunta Mayer.
La edición de Gatopardo viene acompañada de un imprescindible epílogo del experto en la Alemania nazi Richard J. Evans que advierte que la muestra de Mayer resulta engañosa en varios aspectos. En primer lugar, las entrevistas no incluyen a mujeres y la ciudad presentaba distorsiones con respecto a otras urbes del Reich al tener un alto porcentaje de funcionarios, más del doble, que en el resto de Alemania. Además de una reducida población católica, generalmente menos partidaria del partido nazi que los protestantes.
Evans comparte la sospecha con el entrevistador sobre si todos los protagonistas dijeron la verdad. En el momento en el que se realizó el trabajo todavía había causas pendientes como la quema de sinanogas y la la rotura de cristales de los comercios judíos. Evans también señala otros sesgos de la investigación de Mayer, pero concluye que las entrevistas resultan un útil testimonio de cómo personas comunes pueden ser seducidas por demagogos y populistas, y “cómo son capaces de apoyar a un régimen que comete más y más acciones criminales hasta acabar hundido en la guerra y genocidio”.
Creían que eran libres. Los alemanes, 1933-1945
Gatopardo ediciones
415 páginas
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gwy
Si el meón se apuntó a las SA en 1932, todavía no tenía "sueldo del Estado". Y por favor, revisen la redacción y la Gramática; da pena pensar que hace unos 20 años cualquier niño de 11 años hubiese escrito mejor el artículo.
S.Johnson
¿Cómo se hicieron nazis los alemanes de a pie? Porque es tan estúpido hacerles preguntas del siglo XXI a gentes del primer tercio del siglo XX como sería igual de estúpido hacérselas a un romano del siglo I.
Espectador
No deberíamos extrañarnos. Hasta hace poco aquí cerquita teníamos una región de la que la gente huía asesinada y en la que muchos de sus ciudadanos decían sobre la víctima el ya famoso "algo habrá hecho", y siguen erre que erre convencidos de muchas tonterías que permiten que cierta casta viva (miren por ejemplo nombre y apellidos de los candidatos de ciertos partidos en las elecciones, sesgo brutal) a costa del resto gracias a un sistema electoral demencial que permite partidos bisagra "étnicos". Y ahora empezamos en otra región, de 25 años hacia acá, con temas parecidos.