Es una de las voces literarias más firmes y potentes de su generación. Se trata de Ignacio Martínez de Pisón, quien ha obtenido este lunes el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Narrativa por La buena reputación, novela publicada por Seix Barral. El premio lo concede el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, a propuesta del Jurado, para distinguir una obra de autor española escrita en cualquiera de las lenguas oficiales y editadas en España durante 2014.
En el caso de La buena reputación, el jurado ha destacado “el retrato del mundo judeo-español en Melilla en la época del Protectorado y el complejo desarrollo de una red de relaciones familiares en el marco de un relato extenso muy fiel a la tradición novelesca”. Justamente las razones aportadas en el veredicto describen la narrativa de Pisón, quien es capaz de crear en sus historias artefactos literarios que tienen como principal atributo su asombrosa belleza; la sencillez, elegancia y efectividad narrativa y, por supuesto, el aliento potente de los discursos literarios que se sujetan en el tiempo.
Tras su primera novela, La ternura del dragón (1984), que obtuvo el premio Casino de Mieres, Martínez de Pisón se dedicó de lleno a la literatura. Ignacio Martínez de Pisón nació en Zaragoza en 1960 y reside en Barcelona desde 1982. Es autor de una docena de libros, entre los que destacan la colección de cuentos El fin de los buenos tiempos (1994), las novelas Carreteras secundarias (1996) –que fue llevada al cine en dos ocasiones, una por Emilio Martínez Lázaro y otra por el francés Manuel Poirier-, María bonita(2001), El tiempo de las mujeres (2003) o El día de mañana (2011), además del ensayo Enterrar a los muertos (Seix Barral, 2005), que obtuvo los premios Rodolfo Walsh y Dulce Chacón y fue unánimemente elogiado por la crítica en varios países europeos.
A diferencia de otros escritores, la España que refleja Pisón en sus libros no se conforma con el ejercicio histórico, tampoco es enunciativa, sino un algo más complejo que impregna sus historias, por lo general libros autónomos que no dependen de lo narrado; ellas, en sí mismas, se convierten en la caja en la que resuenan. Contadas por otro, sus novelas serían sólo novelas. En sus manos, él las convierte en vida. Y eso es lo que La buena reputación es: un libro que bombea su propia sangre, que demuestra que pese a lo que digan los pesimistas, la novela como género goza de una salud de hierro.
Una novela catedralicia.
La buena reputación no es sólo una novela sobre la culpa, aunque parezca el mayor parentesco. No es sólo una novela sobre el fracaso, aunque todo en ella se venga abajo; tampoco es una novela sobre esa forma rara en que los hilos de una misma sangre alimentan a la vez que envenenan. No es nada de eso. Porque lo es todo a la vez. La buena reputación es una historia total. En sus páginas, Ignacio Martínez de Pisón narra la vida de tres generaciones de una familia española de origen judío; una saga que comienza y termina en Melilla y que al retratar a unos, nos retrata a todos. Ya lo dice su autor: “En las familias los agravios nunca prescriben”, dijo el escritor a este periódico hace un año. Es cierto. Como en los países o los clanes, las heridas se heredan. Pasan de unos a otros, como ese afecto que abrasa y mantiene a su merced de hogar y hornilla a quienes lo comparten.
Tan hermosa como terrible, a veces; tan cruel como tierna; tan hecha de la vida como de literatura, La buena reputación es una saga que revuelve el tiempo y sorprende al lector. Contada en cinco novelas dedicadas a un miembro de cada generación y por las que se suceden desde la Melilla de la que partió el alzamiento de los nacionales, pasando por la Barcelona y el Madrid del franquismo, la Málaga por la que se paseaba María Félix o la Zaragoza de los ochenta. Aunque prevalece un narrador omnisciente, es sin embargo un libro coral. En apariencia sencilla, es a la vez complejísima; una historia que se queda prendida, que empapa. Un atlas humano de 600 páginas que se comporta como un retrato de grupo.
Una herencia por cobrar hace las veces de prólogo, la piedra que todo lo trastoca a la vez que pone en marcha la pesada maquinaria del tiempo y los afectos. Así, uno a uno, el lector se topa con la historia de Samuel, un próspero e incansable industrial de la Melilla del fin del protectorado, quien se volcará en ayudar a los judíos que deben huir hacia Israel; la de Mercedes, su esposa, una mujer católica nacida en Zaragoza, quien hará las veces de columna y matriarca a lo largo de más 40 años; Miriam, la hija mayor de ese matrimonio, una mujer que intenta resistir, mantenerse en pie y sobrevivir a las querencias que se revuelven; así como Elías y Daniel, los nietos, quienes dibujan el cierre del círculo en la España de los ochenta. El lector los ve envejecer y cambiar; alejarse y acercarse; elabora como propia cada una sus demoliciones; camina con ellos hacia la búsqueda de las propias raíces, como si constatando las de esta familia fuera tras las suyas. Y en verdad lo hace. Eso es lo que consigue Pisón en esta magnífica historia.