Cultura

Farsas y farsantes en la Historia de España (II)

Contaba don Julio Caro Baroja que un día se anunciaba en una exposición un cuadro de su tío, don Ricardo Baroja. Fue a visitar la exposición y, tras ver el cuadro le dijo amablemente a la señorita encargada de las ventas posibles: “Le advierto que ese cuadro no es de Ricardo Baroja”. La encargada, muy hostil, le espetó: “¡Qué dice usted! Ha salido de su misma casa”. A lo que contestó el insigne historiador: “No lo dudo, pero el caso es que el cuadro no es de mi tío. Por una sencilla razón: porque lo he pintado yo”. A pesar de ello el cuadro se siguió exponiendo bajo la autoría de don Ricardo, y de nada valió la explicación dada de tan primera (y nunca mejor dicho) mano.

  • Baldomera Larra (Wikimedia Commons - Edición: J.C.).

Viene esto a cuento de que las farsas, farsantes y falsarios son, a veces, muy difíciles de revelar o descubrir, máxime si nos centramos en obras históricas y que obedecen, muchas veces, a propósitos justificativos de situaciones posteriores a lo descrito. Y muchas veces, la farsa sigue y se multiplica.

Vaya un ejemplo: mucho antes de que fueran encontrados los libros plúmbeos de los que les hablé otro día, se falsificó la Historia antigua de nuestro país hasta el punto, y cito de nuevo a don Julio, que con esa falsificación más la que “urdieron después el padre Jerónimo Román de la Higuera y el llamado ‘Lupián de Zapata’, podría escribirse una Historia falsa de España”. Y para mayor escarnio, el autor de tamaña falsificación no es siquiera español, sino un fraile dominico italiano llamado Giovanni Nanni, nacido en Viterbo en 1432 y que latinizó su nombre convirtiéndolo en Annio de Viterbo.

El tal Annio, que en realidad era un erudito, dominador del latín, del griego, del árabe y del caldeo, así como de la Historia Sagrada y de la Cronología, escribió mucho y variado: desde un Tratado sobre el Imperio Turco, hasta unos comentarios al Apocalipsis, pasando por un Tratado, dedicado al obispo de Padua, sobre el préstamo y el interés. Tras lograr la confianza del Papa Sixto IV primero, y de Alejandro VI después, fue ascendido por éste último al cargo de maestro del Sacro Palacio.

Pero lo que a nosotros nos interesa aquí es que el erudito fraile dijo descubrir unos libros muy antiguos que comentó y publicó, entre los que se encuentran unos escritos por Beroso, personaje real que vivió allá por entre los siglos IV y III a.C., sacerdote de Bel y que escribiera en tres libros la Babiloniaká, obra que recogía las tradiciones babilónicas. Annio amplía los libros a cinco y en el quinto aparece… una lista de los Reyes de España en general. Así, como suena. Según el texto de Beroso-Annio, España fue, desde sus orígenes, una monarquía cuyo primer representante fue Tubal (o Thubal), hijo de Jafet y nieto, en consecuencia, de Noé, y que tal “constitución” tuvo lugar en el año duodécimo (sic) después del Diluvio. Años después, por el 49 después de aquellas lluvias imposibles, reinaba por estos pagos Ibero, del que descienden, lo han adivinado ustedes, los íberos. Hasta un total de 24 reyes consecutivos son enumerados por Annio-Beroso, y entre ellos los hay con nombres evocadores: Hispalo, Hispano, Caco

La obra de Annio es dedicada muy hábilmente a los Reyes Católicos, que ven así apoyadas sus aspiraciones unitarias monárquicas. A pesar de que desde el principio la obra de Annio y su falso Baroso fue desacreditada y tachada de falsaria, historiadores españoles posteriores la siguieron e, incluso, ampliaron. Como Florian de Ocampo, y antes que éste Fray Juan de Rihuerga; o Lorenzo de Padilla, cronista de Carlos V, que siguiendo a éste último escribió Los reyes verdaderos de España, dedicada al emperador en 1538.

En fin, que sobre falsedades y medias verdades se construyen, a veces, edificios políticos con endebles cimientos. Para terminar demos un salto en el tiempo y en el tono y situémonos en el apasionante siglo XIX de nuestra Historia, con Alfonso XII reinando. Pues en aquella turbulenta época, en la que España seguía perdiendo el tren de la modernidad, aparece una figura, revestida de bondad maternal, que no solo fue moderna sino que fue pionera de los grandes engaños financieros: doña Baldomera Larra, hija póstuma de don Mariano José, el gran Fígaro.

Esposa de un médico de la Corte que por sus ideas liberales decide marcharse a Cuba, dejando a su consorte y sus hijos en precaria situación económica, un buen día ve la luz de la economía y pide prestada a una vecina una onza de oro con la promesa de devolverla al mes duplicada, cosa que cumple. Y se produce lo de siempre: la vecina, maravillada, va contando el milagro multiplicador a vecinas, amigas y compañeras de mercado.

Los clientes acuden en tropel a la humilde oficina que doña Baldomera tiene en la entonces calle de la Greda, hoy de Los Madrazo en honor a la saga de pintores santanderinos-madrileños. El éxito también se multiplica pues ¿quién puede resistirse a ganar al 30% mensual que prometía? La oficina se traslada a una mayor en la plaza de La Paja (hay que resaltar el casticismo de doña Baldomera), aunque sin embargo ella vive suntuosamente en la hoy conocida como calle del Marqués de Cubas.

Cuando alguien le preguntaba por las garantías contestaba con una frase: “En caso de quiebra… el Viaducto”, aludiendo a la costumbre de los suicidas madrileños de utilizar el puente sobre la calle Segovia a tal fin.

Doña Baldomera había descubierto la pirámide financiera con la que, se dice, llegó a amasar una fortunita de 22 millones de reales que para la época no estaba nada mal, y que, como se sabe, consiste tal invento en pagar a los segundos con el dinero de los primeros. Por tanto, nada de esquemas de Ponzi, ni de casos Bennett o Haligiannis o Madoff. La pirámide financiera es un invento patrio, como desgraciadamente pueden atestiguar los afectados por el caso Fórum-Afinsa en nuestros días.

Es de esperar que el desenlace de este turbio asunto citado no sea tan benévolo como lo fue el de doña Baldomera que, tras una campaña de firmas de sus afectados a su favor, fue absuelta por el Tribunal Supremo (no se sabe si las firmas tuvieron algo que ver) de los seis años que en un principio la habían caído. Vivir para ver.

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