La vida de Gauguin fue un constante trasiego, un viaje continuo y perpetuo en el tiempo y el espacio. Una búsqueda en lo primitivo para adelantarse en el tiempo. Y así lo refleja la exposición Gauguin y el viaje a lo exótico, comisariada por Paloma Alarcó, jefe de Conservación del Museo Thyssen, la cual plantea, mediante una selección de 111 obras de este pintor postimpresionista y otros artistas, la revisión del significado cultural de lo exótico y su búsqueda dentro de las vanguardias del siglo XX. La huida de Paul Gauguin a los mares del Sur se convierte, a ojos del espectador, en el gran viaje de ruptura del arte moderno.
En una exhibición dividida en ocho capítulos, Gauguin se convierte en el personaje ideal para escenificar cualquier búsqueda. Inquieto. Extraño. Novelesco. El eterno inconforme. Alguien marcado por su capacidad de partir de cero. Creció en Lima, fue marino mercante, oficial de la Armada Francesa y agente de cambio para la empresa Bertin en la Bolsa de París. Durante algunos cosecho éxito en sus negocios. Llevó una vida burguesa y acomodada. Hasta que un día decidió, a muy tardía edad, dedicarse a la pintura. Comenzó exponiendo junto a los impresionistas. Se mudó a Normandía. Luego a Bretaña. Pero la búsqueda no se detuvo ahí.
Viajó a las Antillas. Primero Martinica, luego Tahití y hasta la Polinesia francesa se marchó este artista salvaje y radical, para recuperar la inocencia y rencontrarse con él mismo. Amparándose en la idea de aquel que se desplaza para buscar lo raro, lo desconocido, la exposición arranca con una obra de Eugene Delacroix, de su serie dedicada a las mujeres de Argel. "Fue uno de los primeros artistas que intuyó lo exótico, con su orientalismo”, comenta la comisaria de la muestra para dar sentido a este viaje plástico y visual a lo largo de lo que sería el signo de las vanguardias: la búsqueda de lo esencial a través de su interés por otras culturas remotas, algo que ya existía desde el siglo XVIII pero que tendrá a finales del XIX y comienzos del XX su mayor explosión. En el camino hacia esa abstracción, las culturas no occidentales y remotas se convertirían en una fuente de inspiración, para prueba, Las señoritas de Avignon de Picasso.
El germen de ese proceso puede rastrearse en Gauguin a través de obras icónicas exhibidas en la muestra como Mata Mua, de la colección de Carmen Thyssen, o Dos mujeres tahitianas, del Metropolitan. Aún así, la exposición no se agota en la gestación de una revelación plástico op personal en Gauguin sino también en la influencia que tuvo sobre también sobre los fauvistas franceses, expresionistas alemanes o vanguardistas rusos, por sólo citar algunas de las líneas seguidas en la muestra. Será posible ver, entonces, a un Matisse ya viejo, fascinado por los paisajes de la Polineasia, a la que viajó en 1930.
La exposición, que estará abierta hasta el 13 de enero, retoma una anterior que ya se había dedicado en 2005 al pintor francés para mostrar su influencia en la transformación del arte europeo, pero que esta vez logra ir mucho más allá en la influencia de Gauguin en la huida hacia lo exótico como lenguaje y búsqueda. Esto es posible comprobarlo, por ejemplo tropicales posteriores de Henri Rousseau “El Aduanero”; las tallas policromadas en madera de André Derain (La danza I y II), la galería de retratos de nativos realizada por Emilde Nolde, entre otras piezas.