Ciencia

Cuando el ejército de EEUU se llevó dos calamares gigantes de Luarca a Washington

Este mes de julio se cumplen diez años de una increíble hazaña logística: el traslado de dos ejemplares de calamar gigante de Asturias al Museo Smithsonian, donde siguen siendo una de las principales atracciones. Así fue la aventura protagonizada por Luis Laria y Ángel Guerra.

  • Científicos del Smithsonian examinan uno de los calamares gigantes enviados desde Asturias

Cuando sonó el teléfono aquella tarde de mayo de 2007 y alguien preguntó por él, Luis Laria pensó que sería uno de los periodistas que le llamaban por entonces para entrevistarlo como director del Museo del Calamar Gigante en Luarca. Pero quien hablaba al otro lado del teléfono le iba a dar una sorpresa. “La voz hablaba medio inglés e italiano”, recuerda. “Y me dice: soy coronel del Ejército del Aire de los Estados Unidos y tengo la encomienda de mis superiores de hablar con usted para que nosotros traslademos sus dos calamares gigantes a Washington”. Por un instante Laria pensó que se trataba de una broma, hasta que comprendió que su interlocutor se refería al préstamo de dos especímenes de Architeuthis que había acordado unos meses antes con el Museo Smithsonian. El coronel, que parecía tan divertido como él por la extraña situación, le informó al cabo de un rato: “Vamos a poner a su disposición uno de los mayores aviones de la Fuerza Aérea, puede usted elegir el vuelo que desee. Solamente le vamos a pedir que nos concedan un deseo: el operativo debe denominarse Operación Calamari”.

"Soy coronel del Ejército de EEUU y nos vamos a encargar de trasladar sus dos calamares gigantes", dijo la voz

El origen de esta extraña operación y de la historia de amor de Luis Laria con los calamares gigantes se remonta unos años atrás, a finales de la década de 1990. “Yo quise ser astronauta, pero como entonces era imposible me dediqué a la imagen submarina y a recorrer el mundo filmando los sitios más recónditos”, explica a Next. En aquellas expediciones recopiló tanto material que empezó a trabajar en la creación de un pequeño museo en la localidad asturiana de Luarca. El mejor reclamo, pensó, podría ser exponer un calamar gigante de los que aparecían de cuando en cuando en las costas y que en aquel entonces era tan desconocido que parecía una criatura mitológica. “Corría el año 99 y yo estaba regresando de un viaje a Borneo cuando, al llegar a Madrid, me llamó mi cuñado y me dijo que había aparecido un calamar gigante y que lo tenían expuesto en una pescadería en Avilés”, recuerda. Después de una breve negociación por teléfono, y de informar al pescadero de que aquel calamar no era apto para el consumo por su alto contenido en amoníaco, éste accedió a vendérselo por 70.000 pesetas. Había conseguido el primer calamar gigante de la que luego sería la mayor colección del mundo, y se enfrentaba a su primer problema: ¿cómo conservarlo?

Calamares en formol

En los días siguientes Luis Laria acudió a la pescadería de Avilés y recogió el calamar gigante, una hembra de Architeuthis dux de casi 14 metros y 147 kilos. “Nos dejaron llevarlo a unos frigoríficos industriales de Ribadeo, donde estuvo durante tres meses hasta que pude hacer la necropsia”, relata. En aquel momento apenas había calamares gigantes conservados en el mundo, solo uno en Lisboa y otro en Washington, ambos bastante estropeados. “No había nadie que supiera muy bien cómo hacerlo, y además, ¿quién era yo para afrontar una hazaña como aquella?”, se pregunta. “Como soy un poco cabezón, me puse con ello y después de darle vueltas creí que había dado con una solución. Por suerte, además, antes de hacer la necropsia contactó conmigo el experto en biología marina Ángel Guerra, que luego me acompañó en las siguientes conservaciones”.

“Había que vaciarlos por dentro y desarrollar nuestra propia técnica de taxidermia”

“Está claro que Luis fue el primero que se dio cuenta de la importancia de estos animales, no tanto por lo grandes que son, que es como tener un dinosaurio en un bosque cercano, sino también desde el punto de vista ecológico”, explica Guerra, que trabaja como investigador en el Instituto de Investigaciones Marinas del CSIC en Vigo y se ha convertido en uno de los mayores expertos del mundo en estos extraordinarios cefalópodos. “En latín, Architeuctis dux quiere decir literalmente ‘el príncipe de los calamares’ y conservarlos era un desafío porque los animales cuando aparecen vienen con los ojos explotados y muy dañados”, apunta. “Había que vaciarlos por dentro y desarrollar nuestra propia técnica de taxidermia”. Después de hacer algunas pruebas, ambos encontraron la manera de introducir una estructura semirígida en el interior, construida a partir de redes de pesca, y sumergirlos en tanques con una solución de formol donde podían ser expuestos al público. Tras la necropsia del primer ejemplar de Avilés, hicieron otra conservación para un museo en Biarritz y después muchas más.

Luis Laria y Ángel Guerra durante una de las disecciones de un calamar gigante

“Como profesional me metí en el asunto y decidimos hacer todas las necropsias y biopsias de los calamares que iban apareciendo en las costas de Asturias”, recuerda Guerra. La costa frente a Luarca es, junto a las aguas de Nueva Zelanda, uno de los lugares de mayor abundancia de Architeuthis del planeta, tanto que es el único lugar del mundo donde la especie tiene nombre común. “Aquí se les conoce como ‘peludines’, porque su epidermis tiene solo una capa de células es muy frágil y en cuanto toca con las redes de pesca y está un poco de tiempo al sol se destruye y aparece pelado”, explica el especialista. La gente que los ve expuestos piensa que los calamares gigantes son blanquecinos, pero este es solo el color con el que aparecen en superficie, cuando ya han perdido la capa de cromatóforos. Poco a poco la colección del Centro del Calamar Gigante que Laria había conseguido abrir en el puerto de Luarca se convirtió en una referencia mundial. “Entre el año 99 y el 2008”, calcula Guerra, “diseccionamos y preparamos algo así como 30 o 40 ejemplares que aparecieron varados en las playas asturianas, no había nada igual en ningún lugar de la Tierra”.

“Podéis traerlo desde España”

La actividad de la Coordinadora para el Estudio de Protección de las Especies Marinas (CEPESMA) y su colección de calamares gigantes pronto llamó la atención del mundo. Llegó un momento en que tenían tantos especímenes, que empezaron a barajar la idea de prestarlos a otros museos. Ángel Guerra viajó casualmente por aquellos días a la Institución Smithsonian de Washington, donde había trabajado unos años antes y donde uno de los mayores expertos mundiales en calamares gigantes, Clyde Roper, trabajaba junto a Mike Vecchione en la habilitación de una gigantesca nave del museo para dedicarla solo al Océano. Como estrella principal de aquel “Ocean Hall”, le contaron, tenían la intención de sustituir el viejo y deteriorado ejemplar de Architeuthis del museo y traer un nuevo espécimen desde Nueva Zelanda. Guerra vio entonces una oportunidad muy clara para ayudarles: “No tenéis que iros al otro extremo del mundo”, les dijo. “Podéis traerlo perfectamente desde España”.

A las pocas horas Luis Laria recibió una primera llamada de la dirección del Smithsonian, en la que le comunicaron la intención de comprar un calamar gigante para el Museo de Historia Natural de Washington. “Yo les dije que no los íbamos a vender, pero que por supuesto podríamos colaborar con ellos y hacer una especie de préstamo”, recuerda. “A la semana siguiente se personaron aquí cuatro miembros del Smithsonian y quedaron impresionados. Les ofrecimos la posibilidad de llevarse una hembra y un macho, pero en cuanto empezamos a hablar vimos que teníamos un serio problema con el traslado”. El primer problema era el tamaño: la hembra puede medir mas de 15 metros de punta a punta y pesar más de 170 kilos. Y el segundo, y más serio, el líquido en el que estaban conservados: si se trataba solo de alcohol, altamente inflamable, no podría viajar en un avión de carga convencional por el peligro que conlleva. Y en el caso del formol, se trata de una sustancia prohibida en Estados Unidos por sus efectos cancerígenos. “Si no puedes entrar en un avión ni con una botella de agua, ¡imagina meter una urna con más de 2.000 litros de formol!”, se ríe Laria.

“Si no puedes entrar en un avión ni con una botella de agua, ¡imagina meter una urna con 2.000 litros de formol!”

“Por entonces apareció un calamar hembra de 172 kilos, y Luis y yo lo preparamos aquí”, recuerda Guerra. “Y con el macho hicimos lo mismo, pero son más pequeños y apenas pesaba 60 kg. Lo conservamos como lo hacíamos nosotros, en formol al 5% en agua dulce porque tiene mucha carne y hay que fijarlos para que no se pudran, pero habría un problema con el recipiente”. “No solo era entrar en un país con una legislación tan rígida como EE.UU., además no teníamos ningún recipiente estándar para trasladar estos calamares en una avión”, añade Laria. “Debido a los cambios de presión y térmicos en bodega, puede haber una dilatación y el formol podría salir al exterior, así que tuvimos que hacer un recipiente adecuado ex profeso, fabricado en doble fibra de vidrio, para evitar problemas”. Una vez resuelto este asunto, Laria contactó con una compañía aérea privada para organizar el traslado, aunque nadie sabía muy bien cómo se trasladaba una carga tan peculiar. Fue entonces cuando llegó la llamada del coronel de la Fuerza Aérea.

- Queremos que se llame ‘Operación Calamari’.

¿Cómo convenció el museo estadounidense al ejercito para ayudar en el traslado? La otra parte del arranque de esta aventura la contaba recientemente Katherine J. Wu en la web del Smithsonian. La encargada de dirigir el montaje del “Ocean Hall”, Elizabeth Musteen, estuvo pensando en cómo solucionar el problema del transporte y se acordó de que en la película “Liberad a Willy” era el ejército el que transportaba a la enorme orca en uno de sus aviones, así que ¿qué les costaba transportar un par de calamares gigantes que, después de todo, pesaban mucho menos?”. Su llamada cayó en gracia a las autoridades del Ejército, que no solo lo autorizaron, sino que le dieron prioridad a los pasajeros y les otorgaron la calificación de VIS (Very Important Squid / Calamar Muy Importante), parafraseando el famoso acrónimo VIP (Persona Muy Importante).

Lo que siguió en los siguientes días daría para el guion de otra película, quizá una road movie con calamares gigantes viajando de un lado a otro de la península. El ejército había puesto a su disposición un avión de transporte C-17, un monstruoso aparato utilizado para el despliegue de tropas aerotransportadas y material militar pesado, que recogería la carga en la base aérea de Rota, en Cádiz. Luis Laria debía apañárselas para llegar hasta allí con sus dos calamares gigantes y entregarlos a los militares. Tras muchas horas de conducción y casi 1.000 km en un camión de transporte, el responsable de los calamares gigantes se plantó en la puerta de la base militar y descubrió que allí no había nadie. “Era 4 de julio, la fiesta nacional de EE.UU. y yo no me había dado cuenta”, confiesa.

Interior de un C-17 en la Exhibición Aeroespacial Internacional de 2006

“Me llamó Luis y me dijo: no tengo ni idea de lo que hacer, los calamares se nos van a cocer, aquí hace 40 grados y los militares están de vacaciones”, recuerda Ángel Guerra. Como él se manejaba mejor con el inglés comenzó una serie de llamadas algo surrealistas a las autoridades de la base, a las que informó de lo que tenían esperando en la puerta. “El soldado que me atendió llamó al teniente y allí se formó un remolino, porque un container con dos calamares gigantes no aparece todos los días”. Finalmente, una empresa local accedió a almacenar los calamares durante unos días, debidamente refrigerados, Luis regresó a su tierra y el ejército los pudo recoger para su transporte. El 11 de julio de 2008, en dos contenedores especiales con pegatinas de “Property of the U.S. Navy” y “Property of the U.S. Air Force” los dos calamares gigantes de Luarca viajaron como única carga de la bodega de un C-17 y cruzaron el Atlántico hasta la base de Andrews, en Maryland. Pero la aventura aún no había terminado.

Imagen del calamar gigante en el interior del aviñon C17 de la Fuerza Aérea

La inventiva española

Una vez en la base, y con su carga de formol, los dos calamares gigantes no podían entrar en la ciudad de Washington porque lo prohíbe expresamente la ley. De modo que los militares los trasladaron a unas instalaciones del museo en Maryland, el llamado Centro de Apoyo del Smithsonian (MSC, por sus siglas en inglés) donde se almacenan cientos de especímenes conservados en formol durante años y que no pueden ser exhibidos por motivos de seguridad. “Nos llamaron para hacer el trasvase definitivo a otro fluido”, recuerda Laria, “y nos recibieron en Washington con todos los honores”.

Un grupo de científicos extrae un calamar gigante en las instalaciones del Museo de Historia Natural de EEUU

Durante más de 48 horas, Laria, Guerra y los especialistas del Smithsonian trabajaron a brazo partido para pasar los cefalópodos a un nuevo contenedor con un líquido de protección patentado por la empresa 3M. “Nos vistieron con trajes especiales, como si fuéramos a la Luna, y nos metieron en una sala para sacarlos del formol y hacer la conservación para la colección”, recuerda Guerra. “Con aquellos trajes aquello parecía la guerra bacteriológica”, apunta Laria. “Había una gran cantidad de responsables del ejército y dentro de la sala comenzamos a hacer la abertura de los cuerpos para meter dentro una especie de torpedos que mantienen la forma del animal”.

Angel Guerra (rosa) y Luis Luria, trabajando mano a mano con el equipo de Mike Vecchione (verde)

El trabajo de los técnicos del Smithsonian era exquisito, hasta el punto de que sustituyeron la antigua estructura hecha con redes por Laria y Guerra por un molde de porcelana que hacía las veces de esqueleto. “Lo metieron dentro y luego lo cosieron”, detalla Guerra. “Aquello debía estar preparado para durar varios siglos”. Aun así, había detalles en los que la experiencia de los dos españoles era fundamental. Para fijar la cabeza al cuerpo, por ejemplo, había que fabricar una capucha en forma de prolongación que sujetara el peso. “No se les había ocurrido porque no conocían bien la anatomía de un calamar gigante; ahí teníamos nosotros mucha más experiencia”. Para fabricar los ojos del calamar, los americanos estuvieron barajando muchas opciones hasta que Laria les indicó cómo utilizar un par de bombillas con forma cónica de un conocido fabricante que eran perfectas para simular su estructura. “Aquella solución les pareció muy ingeniosa”, recuerda Guerra. “Y alabaron la inventiva española”.

Los técnicos del Smithsonian trabajando sobre el ejemplar hembra en las instalaciones de Maryland

A pesar de que tenían algunas dudas sobre el comportamiento del líquido de conservación, que no se había probado a largo plazo, lo cierto es que diez años después los dos calamares gigantes siguen expuestos en el Ocean Hall del Smithsonian y son una de los mayores valores del museo. La hembra de 15 metros está extendida en horizontal y el macho, más pequeño, ha sido inmortalizado en vertical, para mostrarlos en distintas perspectivas. Cada año millones de visitantes pasan por estas salas y se admiran de la grandeza de estos ‘monstruos’ marinos, aunque la mayoría desconoce los detalles del viaje que les llevo hasta allí desde un pequeño pueblo en la costa de Asturias. El acuerdo de “alquiler” supuso una valiosa fuente de ingresos para CEPESMA, pero una desgraciada carambola del destino hizo que aquellos dos calamares del Smithsonian se volvieran aún mas únicos y especiales. En el invierno de 2014 un fuerte temporal destruyó el Museo del Calamar Gigante de Luarca y se perdieron algunos de los ejemplares más valiosos que Laria y Guerra habían diseccionado y conservado durante años.

"El mar los reclamó y se los llevó al mismo lugar de donde nosotros los habíamos sacado”

“En total se perdieron no menos de 15 ejemplares, entre calamares gigantes y de Humboldt”, recuerda Guerra. "El mar los reclamó y se los llevó al mismo lugar de donde nosotros los habíamos sacado”. Con mucho esfuerzo, Luis Laria ha retomado su labor en un centro nuevo llamado Parque de la Vida, también en Luarca pero ya lejos del peligro de las olas, y cada año miles de personas pueden seguir viendo algunos de los calamares gigantes a los que ha dedicado media vida. “No solo hemos recuperado el mismo número de calamares gigantes del antiguo centro, sino que tenemos uno más, hasta un total de once”, explica satisfecho. Por su parte, Guerra sigue investigando el comportamiento de estas extrañas criaturas y hace apenas unos meses acaba de publicar un estudio en el que muestran por primera vez pruebas de que los calamares gigantes se roban las presas entre ellos. Y no es el final. Porque Guerra está convencido de que estos misteriosos gigantes marinos aún tienen muchas historias increíbles que contarnos.

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