El día en que Alberto Nava y dos compañeros espeleólogos se introdujeron en el sistema de cuevas de Aktun-Hu, bajo las selvas de la península del Yucatán, ni siquiera sospechaban lo que estaban a punto de encontrar. Llevaban horas buceando y habían recorrido más de 1.200 metros con vehículos propulsores, cuando penetraron en una gran sala de unos 60 metros de alto y 36 de ancho. En aquella sala, conocida como Hoyo Negro, divisaron restos de paleofauna y entre ellos los huesos de lo que parecía un mastodonte. "Nos dijimos: es el descubrimiento de nuestras vidas, no podía ser mejor, todos estos animales, toda esta belleza...", recuerda Nava. "Y, de repente, subimos un poco más arriba, miramos, y allí teníamos este cráneo humano. Estaba boca abajo, con sus preciosos dientes, los huecos de los ojos... Impresionaba ver aquella bonita calavera".
Naia caminaba por esta cueva hace 12 000 años y cayó en una trampa natural
El cráneo, y el esqueleto completo que se descubrió posteriormente, pertenecen a una chica de apenas 1,46 m de estatura a la que los buceadores bautizaron como "Naia" y que tenía entre 15 y 16 años de edad en el momento de la muerte. Los datos geológicos y la datación radiológica han permitido estimar que Naia caminaba por esta cueva hace unos 12 000 años y que cayó en una trampa natural, donde permanecieron sus restos hasta que el sistema de cavidades se inundó (hace unos 9.700 años) y su cráneo quedó como una extraña joya en el fondo del cenote.
Tres años después, y tras analizar el ADN de uno de sus molares, el equipo científico liderado por James Chatters anuncia en la revista Science la importancia que el descubrimiento de Naia tiene para la historia del continente americano. Se trata, aseguran, de los restos más antiguos de un habitante de América y la clave para responder la pregunta de quiénes fueron los primeros americanos y por dónde llegaron. Los datos genéticos indican claramente que los primeros humanos penetraron desde Asia en el continente a través del puente que unía el Estrecho de Bering hace entre 26 000 y 18 000 años, pero arqueólogos y antropólogos no acababan de entender por qué las características faciales de los esqueletos americanos más antiguos no se parecían a los amerindios modernos. Uno de los casos más conocidos es el de los restos del hombre de Kennewick, un esqueleto de unos 7.500 años de antigüedad encontrados en 1996 en Washington, cuyos rasgos no tenían ningún parecido con los actuales indios.
Se trata de los restos más antiguos de un habitante de América
“Los amerindios modernos se parecen mucho a la gente de China, Corea y Japón”, explica James Chatters, “pero los esqueletos de los americanos más antiguos no.” Los restos de los primeros pobladores tienen cráneos más largos, angostos que los de los amerindios posteriores, y caras más pequeñas y cortas. “Esto ha resultado en especulación de que quizá los primeros americanos y los amerindios provinieron de diferentes lugares de origen”, continúa Chatters, “o emigraron de Asia en diferentes etapas en su evolución.”
A toda esta polémica se une la circunstancia de que los restos humanos son especialmente escasos en América, entre otros motivos, asegura Chatters, porque había muy pocos individuos. "Eran altamente nómadas y parecen haber enterrado o incinerado a sus muertos en donde cayeran, lo que hace que las ubicaciones de sus tumbas sean impredecibles”. El hallazgo de Naia es particularmente afortunado porque se ha conservado sin alterar durante milenios. "La conservación de los huesos es asombrosa”, asegura, Patricia A. Beddows, investigadora de la Universidad de Northwestern que ha participado en el estudio. “El esqueleto de la niña está excepcionalmente completo por el ambiente en el que murió. Terminó en el tipo de agua adecuada y en un lugar tranquilo y sin sedimentos".
La prueba de Naia
Además del esqueleto casi completo de Naia, los investigadores descubrieron ocho esqueletos humanos parciales y los restos de 26 mamíferos grandes en las profundidades de Hoyo Negro. Como sucedía con los restos encontrados en otras ocasiones, la adolescente presentaba características físicas muy distintas de los actuales amerindios, pero por fortuna los científicos encontraron restos bien conservados de ADN en una de sus muelas. "Tratamos una extracción de ADN en caso de que algunos fragmentos subsistieran,” relata Chatters. “Me quedé impactado cuando de hecho obtuvimos ADN intacto.”
Chatters y su equipo analizaron el ADN mitocondrial de la niña, una herramienta útil para examinar la interrelación entre poblaciones, y el análisis reveló una firma genética común con los amerindios modernos. En otras palabras, el hallazgo demuestra que los individuos de hace 12 000 años, descendientes de los asiáticos que entraron por el Estrecho de Bering, habían viajado ya muy hacia el sur del continente, hasta llegar a México. Y lo más importante: los huesos de Naia refuerzan la hipótesis de que América no fue colonizada por eventos de migración por separado de diferentes partes de Eurasia, o múltiples eventos de colonización, sino que los primeros americanos y los nativos americanos actuales proceden de una sola fuente de población.
“Este proyecto es emocionante en tantos frentes", resume Chatters. "La hermosa cueva, los esqueletos animales increíblemente bien conservados, el esqueleto humano tan completo, el éxito de nuestra innovadora propuesta de datación. Pero para mí”, añade, “lo que es más emocionante es que finalmente tenemos una respuesta, después de 20 años, a una pregunta que me ha perseguido desde mi primer vistazo al Hombre de Kennewick: ‘¿Quiénes fueron los primeros americanos?’”.
Referencia: Late Pleistocene Human Skeleton and mtDNA Link Paleoamericans and Modern Native Americans (Science)
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