El Madrid ya no es ese equipo que tiene que ganar hasta los amistosos. De seguir siéndolo, a estas horas estaría debatiendo qué demonios le pasa en la pretemporada. Con seguridad, aritméticamente la peor de su vida: perdió con el Inter, perdió con el Roma, perdió con el Manchester United y perdió con el Fiorentina. Cuatro de cuatro. Pero no se trata ya de eso. En el verano hay negocio, y mucho, ni siquiera pruebas. Y desde luego no resultados. No debe ser casualidad que el único compromiso oficial del mes de agosto, la Supercopa de Europa frente al Sevilla, el Madrid sí que se lo llevara. Y con autoridad.
Pero en Varsovia volvió a perder. A dejar agujeros defensivos que confirman la idea de quiénes deben ser los titulares. Y a insistir en las alarmas sobre Xabi Alonso, que parece menos jugador de lo que era, en cuesta abajo. Habrá que verlo cuando empiece lo serio. A cambio, la cita dejó tres lecturas de lo más saludables para el Madrid. Incluso cuatro. Porque marcó Cristiano y no se quitó la camiseta. Quizás los botones con los que Adidas ha embellecido la elástica compliquen el desvestirse.
Keylor Navas encajó dos goles en su debut, es verdad, de los que no pareció muy culpable. Y sin embargo, a la primera, dejó la parada del año. O del siglo. Una estirada prodigiosa, la mano fuerte, tras un zapatazo desde la frontal contra el que estaba tapado de visión. Una intervención imposible, que no está al alcance de cualquiera, no desde luego de su aclamado y ya vendido antecesor. Casillas esta vez sí tiene competencia. Y gustó de nuevo Kroos, aunque jugara de suplente. Una delicia en la organización y en el pase, el sencillo y el no tan fácil.
Pero sobre todas las cosas, el que más reforzado salió de la cita fue Di María, al que ya se daba por salido o descontado. Un futbolista que ya estaba y que viene a recordar que el Madrid campeón agónico de Europa no tenía tan mal traje, pese a ese afán comercial por renovarlo cada año. Si Di María finalmente se queda, se convierte en el mejor fichaje del año. Porque ya no se contaba con él, ya no figuraba por ningún lado en el imaginario de las alineaciones. Pero como centrocampista interior, la posición que le descubrió Ancelotti, o como extremo, la suya de toda la vida, es un jugador desequilibrante y útil. Alocado e incierto, pero finalmente resolutivo. Y a la contra, un filón, el mejor socio posible para Cristiano y Bale (ausente ayer) en ese arma que el Madrid aprovecha como nadie. Hoy no hay un contragolpe igual en el planeta.
En cambio, la joya, James, más bien gris. Casi tanto como los resultados. Pero el Madrid ya no es ese equipo que tiene que ganar hasta los amistosos. Cierra la peor pretemporada de su vida sin haber ganado ninguno. Los perdió todos. ¿Y qué?