Las protestas de Simeone al colegiado, su insólita colleja al cuarto árbitro, su expulsión caprichosa y reprobable, su negativa a salirse después de la grada pese a que no podía estar ahí, una reincidencia peligrosa en el pecado. El puñetazo de Cristiano Ronaldo sobre el rostro de Godín reducido nuevamente a una amarilla, esa licencia para el golpe que siguen obteniendo determinados jugadores. La temperatura subida alrededor del derbi, la ceremonia de rivalidad que ha recuperado los hábitos parejos de otras épocas. El Atlético ya no se asusta cuando se enfrenta al Real Madrid, ya no tiene que leer de ningún fondo que se busca rival digno para derbi decente, ya no se acompleja. E incluso en ocasiones, aparte de competir, gana. Cada vez más. Y más. Y más. Y no se acaba.
Pero es una pena que a Simeone se le esté cayendo la compostura. Que se está acercando más al pendenciero jugador que fue que al caballero de los banquillos que parecía. Porque emborrona una obra que exige continuadas reverencias. El mérito es descomunal. Con independencia de los jugadores que maneje, peores esta vez, el plan táctico permanece. Y la incomodidad hacia el rival, el blindaje defensivo, la solidaridad y el hambre, el rendimiento máximo de la ofensiva mínima. Simeone es el gran triunfador, el responsable de que los presupuestos no se noten, el generador de felicidad de una hinchada cada vez menos castigada, el convencedor de jugadores. Y sin embargo a estas horas, junto a su crónica de virtudes y títulos, aparece esa mancha creciente de mal comportamiento. Un orgasmo a medias.
Mucho mejor el Cholo de la naturalidad, el que agarra el móvil para grabar la fiesta de la tribuna, el que siente, o al menos aparenta, la misma admiración por esas gargantas que la que le profesan a él. El que disfruta como un atlético más. Mucho peor el otro Simeone, el que se sube a las primeras páginas de los diarios digitales por su sonrojante tarjeta roja. Y un temor, que sus faltas tengan que ver con su éxito indiscutible, que se trate precisamente de una mala digestión de la proeza. Es verdad que luego pidió perdón, como tras su impropio calentón con Varane en la final de Champions, lo que le honra, pero la tendencia y la reincidencia están ahí. Una imagen que el propio Cholo no debería consentirse. Su milagro no se lo merece.