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Isco es el camino

  

Hace cosas distintas, muy distintas. Hace cosas hermosas, muy hermosas. Se asocia y también se las apaña solo. Aparece, tiene gol y tiene pase, le sobra repertorio. Se llama Isco y es el camino. La rueda buena a la que seguir, el hombro en el que apoyarse para reconstruir y reimpulsar una selección enferma y caducada. Se llama Isco y tiene un Mundial de menos, una competición que se perdió por su arriesgada apuesta de fichar por un equipo que mira al producto nacional con cierto recelo. Ese pecado no fue de Del Bosque, sino personal, de su falta de protagonismo en el pasado Real Madrid. Se llama Isco, es un regalo para la vista, y a España le conviene que juegue siempre. Como últimamente. El futuro de la Roja en manos de Ancelotti. O de la chequera de su jefe.

Cada vez que el balón pasa por los zapatos de Isco dan ganas de bajar a abrazarle. Siempre ocurre algo. Un control, un recorte, un espacio descubierto, un gol maravilloso: un tiro a la escuadra sin anunciar, sin perfilarse del todo ni armar la pierna, una bomba perfumada de Chanel, un retrato para colgar en el Museo del Prado. Isco marcó el 1-0 de España ante Bielorrusia, pero hizo mucho más. Y volvió a ganarse las mejores ovaciones. Es de esos jugadores a los que se les quiere. A los que se les adora.

Ante un rival de mantequilla, agarrado al virtuosismo de Isco y la dirección de Koke (otro que tal baila), España volvió a parecerse a España. A convencer. No estaba Diego Costa, por cierto. Un dato que no le invalida como jugador (es un nueve descomunal), pero que vuelve a dar que pensar. Que reabre el debate de si pegan, de si juegan a lo mismo o a otra cosa, de si se vienen bien o se perjudican. Renunciar a Diego Costa es un sacrilegio, pero España y él deben encontrar la sintonía. Entre tanto, mientras asisten perplejos a la sucesión de debuts regalados en la Roja, sigan a Isco. Es la rueda buena.

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