La economía mundial se ralentiza y este año no conseguirá crecer más que en el 2012. El problema tiene nombre: Europa. Al viejo continente se le identifica como el gran lastre, más preocupado por las reformas a largo plazo que por salir de la recesión. Desde Washington a Tokio pasando por Madrid, Londres y París, las maniobras para tratar con el paciente europeo han comenzado. El Gobierno de Mariano Rajoy mantiene contactos con las autoridades de Estados Unidos, Francia, Reino Unido y el FMI, al objeto de concertar una suerte de encerrona a Mario Draghi durante la próxima Reunión de Primavera del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Del 19 al 21 de abril, juntos harán de esta cumbre una olla a presión en la que se sucedan los rapapolvos al BCE y los países del norte de Europa. Según fuentes cercanas al Gabinete de Rajoy, intentarán que Mario Draghi se olvide por un momento de la inflación, que ahora mismo se antoja un problema secundario, y pise el acelerador de la máquina de imprimir billetes igual que hacen otras autoridades monetarias.
La presión contra el Banco Central Europeo ha ido in crescendo. En primer lugar, Japón desveló hace dos semanas su estrategia para intentar acabar con casi 20 años de crisis a golpe de inyecciones de dinero. A continuación, el secretario del Tesoro estadounidense, Jack Lew, viajó a Europa con el fin de pedir a Alemania y el BCE que estimulen la demanda. Los americanos se muestran muy preocupados porque Europa deja toda la carga de los sacrificios sobre los hombros de los países en dificultades y porque los remedios sólo se administran a cuentagotas.
A renglón seguido, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, alertó la semana pasada sobre los riesgos de una economía a tres velocidades, con los países emergentes creciendo, Estados Unidos arreglando poco a poco sus desequilibrios y Europa en el vagón de cola y condenada al estancamiento. Ese mismo día, el antiguo jefe de la misión del FMI a Dublín declaró que se había cometido un error con Irlanda al centrar demasiado el rescate en la austeridad.
Y los españoles también han querido poner la cara. Tras reunirse con Hollande y Cameron, Rajoy defendió que se cambien las competencias del BCE para alinearlas con las de otros bancos centrales, más preocupados por el crecimiento y por tanto con menores tasas de desempleo. No en vano, la eurozona presenta un paro en el entorno del 12 por ciento frente al 7,7 de Estados Unidos y el 7,7 de Reino Unido.
A su vez, el ministro de Economía, Luis de Guindos, exigió que todas las empresas de la zona euro puedan financiarse a unos tipos similares. La estrategia recuerda a la ofensiva que inició el Ejecutivo de Rajoy a mediados de 2012, cuando por ejemplo José Manuel García-Margallo tachó al BCE de operar como un banco clandestino.
Fuentes del Ejecutivo español reconocen que hace falta un cambio de actitud en Europa si queremos salir de ésta. “Necesitamos que se dé una pausa a las políticas de austeridad y que el BCE brinde un impulso al crecimiento, reanime la actividad y así se pueda culminar la consolidación fiscal a medio y largo plazo”, explican. De lo contrario, España está abocada a varios años de estancamiento, con los precios de la vivienda a la baja y sin crédito. Sus parados pueden convertirse en desempleados estructurales o permanentes porque carecen de la experiencia. Sin empleo, las cuentas se hacen imposibles de domeñar y la deuda se convierte en una montaña infranqueable.
La misma Europa ha recapacitado y ya ha dado algunos pasos hacia una política menos estricta y más cabal. Hace escasos días, los ministros de Finanzas de la eurozona concedieron siete años más para que Irlanda y Portugal puedan devolver sus créditos. Y la Comisión ya baraja relajaciones del déficit para varios países, incluido España.
Pero, por otro lado, Europa sigue tirando piedras contra su propio tejado: el rescate a Chipre ha reavivado la incertidumbre y Alemania ha vuelto a frenar la unión bancaria porque no quiere hacerse cargo de las facturas.
Además, las reformas en el sur de la UE se atascan. La Comisión ha reprendido a España por su retraso con las medidas, a Francia por su pérdida de competitividad y a Italia por su colapso institucional.
Ante este escenario, el BCE aclara que no puede reemplazar ni la falta de capital de los bancos ni la ausencia de reformas en los países. Sin embargo, fuentes del BCE admiten que se han estado estudiando fórmulas para que la financiación pueda fluir hacia las pymes y los sectores productivos de la periferia europea. Por el momento, la medida más factible es que el banco central acepte con más facilidad los créditos a pymes como garantías para brindar liquidez a las entidades financieras.