Antonio Hernández-Gil, socio director del bufete Hernández-Gil, exdecano del Colegio de Abogados de Madrid y secretario del Consejo de Administración de El Corte Inglés, falleció este miércoles en Madrid a los 66 años. Un hombre bueno, al decir de la mayoría de quienes lo trataron, que vivió siempre discretamente y que ha muerto del mismo modo, llevándose a la tumba no pocos de los secretos acumulados a lo largo de la Transición por nuestra clase empresarial.
En Hernández-Gil y en su despacho, en efecto, se solaparon los negocios de buena parte de la élite empresarial española con el mundo del Derecho en casi todas sus vertientes, desde la mercantil hasta la penal, todo ello pasado por el filtro de la alta política. Hombre discreto hasta la extenuación, parte de la fuerza de este “finísimo jurista, gran civilista, de enorme rigor técnico”, en opinión de alguien que le trató mucho, radicaba en su capacidad para comportarse como una tumba en la que quedaban enterrados los asuntos que pasaban por su mano. “Conocía muchas cosas que los demás ni sospechaban, pero de su boca no salió nunca una palabra de más”. Tampoco de su despacho.
Estudiante precoz, este burgalés amante de la música y la fotografía, además de colaborador habitual de la “Tercera” del diario ABC, era hijo del que fuera presidente del Tribunal Supremo y de las Cortes Generales en la Transición, del mismo nombre, y a lo largo de su vida compaginó la docencia (UCM y UNED), con el ejercicio de la abogacía al frente de su propio bufete y con la presencia en consejos de administración de algunas de las compañías más importantes del país. En la sala de máquinas donde se diseñaban las grandes operaciones.
Entre 1996 y 2008 fue miembro del Consejo de Repsol YPF, del que fue vicepresidente, miembro de la Comisión Delegada y de la de Nombramientos y Retribuciones. De 2003 al 2014 formó parte del Consejo de Barclays Bank, además de presidente de su Comité de Auditoría. Desde el 2014 era secretario de Consejo de El Corte Inglés, donde fue testigo de la pelea societaria entre los descendientes del fundador Ramón Areces: Dimas Gimeno, sobrino de Isidoro Álvarez, y las hermanas Marta y Cristina Álvarez, hijas del matrimonio formado por el propio Isidoro y María José Guil, dueñas de la mayor parte de la propiedad. El apoyo de Hernández-Gil a Marta resultó esencial para que esta sea hoy CEO de El Corte Inglés.
Capital fue su papel en la vida y negocios de los primos Albertos, Alberto Cortina y Alberto Alcocer, muy opacados en los últimos años de vida española, pero personajes de primer nivel durante las décadas de los ochenta y noventa. Miembro del Consejo de Administración del Banco Zaragozano, el negocio original de los primos, entre 1988 y 2003, Hernández-Gil fue el artífice jurídico del gran “pelotazo” que hizo a los primos millonarios: la venta del Zaragozano al británico Barclays, de la que él mismo podría haberse aprovechado, al margen de los emolumentos correspondientes a su trabajo, pero a lo que renunció. El secreto de aquella operación la conocía Hernández-Gil y, obviamente, los primos. Se ha ido a la tumba.
Los Albertos y Baltasar Garzón
Hombre elegante y de trato fino, Hernández-Gil no quiso saber nada del escándalo provocado por el caso Urbanor y su deriva hasta el Tribunal Constitucional, donde la intervención directa del actual rey emérito Juan Carlos I salvó a los primos de ir a parar a la cárcel. A Hernández-Gil no le gustaba la suciedad, a pesar de lo cual no pudo evitar verse involucrado en el affaire, aún por resolver, del famoso bróker suizo Arturo Fasana y la no menos famosa cuenta “Soleado”, donde, secreto a voces, tienen cuenta el propio Emérito, los Albertos y no pocos de los ricos de verdad de Madrid y Barcelona.
Tampoco quiso participar en una operación muy poco conocida, casi secreta, como fue la defenestración del exjuez Baltasar Garzón, expulsado de la carrera judicial por prevaricador (escuchas ilegales a los abogados de la trama Gürtel) en febrero de 2012. Garzón aterrizó en el caso Gürtel como caballo en cacharrería, sin saber que Francisco Correa, el cabecilla de la trama, utilizaba también la cuenta “Soleado” para evadir sus ilícitas ganancias. El descubrimiento de tal circunstancia puso muy nerviosa a gente importante, todos clientes de “Soleado”. Alguien decidió entonces tenderle una trampa al “juez bonito”, y el “juez bonito” picó el anzuelo. Casi todo lo sabía el exfiscal Ignacio Peláez, querellante inicial, pero también ha fallecido. Y lo saben, naturalmente, los Albertos. Mucho dinero de por medio. Garzón probó la misma medicina que él prescribió para su antaño íntimo amigo, Javier Gómez de Liaño, al que traicionó vilmente en el caso Sogecable. El asunto podría volver de actualidad ahora que Garzón, mal bicho donde los haya, ha conseguido colocar a “la que bebe de mi copa” como fiscala general del Estado. Atención.
Dedicado ya a otros menesteres en sus múltiples actividades, los primos Albertos han seguido, sin embargo, tirando de Hernández-Gil hasta el final para atender algunos de los múltiples flecos que su poco apropiada conducta ha ido dejando al descubierto por donde han pasado, como es el caso de las deudas que arrastran con algunos de los protagonistas de los más sonados casos empresariales de la Transición. Hernández-Gil se ha ido con sus secretos, pero parece que sus archivos no han desaparecido, que están a buen recaudo.