Charlie M. tenía 25 años y una Kasawaki Zephir 750 “que era un pepino” cuando recibió el encargo de ser la sombra de Maradona en Sevilla. Corría el año 1992, el de la Expo y la gran eclosión. En la calle había mucho trabajo para muy pocos detectives cuando irrumpió el mejor jugador de todos los tiempos acompañado de su séquito ambulante, sus escándalos y su aura de mito viviente. El Diego era ya una versión deteriorada del barrilete cósmico que había conquistado el Mundial seis años antes en México y la aventura hispalense vaticinaba turbulencias. Por eso desde la directiva del Sevilla Fútbol Club decidieron hacerle un marcaje al hombre.
“En mi vida Maradona entró un poco sin querer. Yo soy bético. Para mi Cardeñosa es Maradona. La pelota no la ha tocado nadie en la vida como Cardeñosa. Yo vi a Maradona en el campo del Betis, que jugó horrible”. Este es Charlie. Al otro lado del teléfono se le atropellan los recuerdos y las anécdotas de aquellos días. Se curtió como auxiliar del primer detective que hubo en Sevilla y desde hace ocho años tiene su propio despacho. Se queja de que ahora hay mucha competencia y todo el mundo está muy “resabiao”. “Pero al final la calle es la calle”, zanja. Al día siguiente de esta conversación, tenía que seguir a uno por una baja laboral. Nada que ver.
El Sevilla no le encargó directamente a él los seguimientos, sino a otro detective más veterano de la ciudad llamado Perfecto C., de la agencia Marcus. “Era un tío ya pureta que era amigo de un directivo del Sevilla y por eso le entró el tema. Tenía un Ford Escort blanco, imagínate. Y el otro (Maradona) con un Porsche. Se le iba. Nos subcontrató a nosotros porque éramos una agencia que tenía gente joven. Necesitaba gente con moto. Y pusimos un dispositivo para controlar a Maradona. Me acuerdo del tío con su Ford Escort blanco corriendo detrás por la avenida de El Corte Inglés”, rememora entre risas.
La circunvalación que habían hecho para la Expo no tenía todavía semáforos. El notas se ponía a 190 km/h, como una cabra
Un destacado miembro de la junta directiva de aquel Sevilla confirma el encargo en conversación con Vozpópuli. “Perfecto C. fue el que hizo los seguimientos. Me consta que se hizo valer de personas que le ayudaban”. El dispositivo lo formaban C., Charlie, un amigo suyo que también tenía moto y una cuarta persona. Se ponían en una explanada que había junto al estadio del Sevilla y esperaban a que saliera Maradona. “Se abría la puerta y salía levantando el polvo como los Miura y nosotros arrancábamos la moto. Date cuenta de que la circunvalación que habían hecho para la Expo no tenía todavía semáforos. El notas se ponía a 190 Km/h, como una cabra”.
La bajada de Maradona a los infiernos
Diego Armando Maradona había cumplido 32 años. Venía de forjar su leyenda en Nápoles. Tras ganar su primer campeonato liguero con el equipo del sur de Italia, los tifosi napolitanos colgaron una pancarta a la entrada del cementerio: “No sabéis lo que os habéis perdido”. Allí Maradona saboreó la gloria y bajó a los infiernos envuelto en escándalos de drogas y sexo con la Camorra de por medio. En un control antidopaje dio positivo por consumo de cocaína y recibió una sanción de 15 meses. Su siguiente destino sería España después de unas frenéticas negociaciones con intereses cruzados impulsadas por el entonces entrenador del Sevilla, su compatriota y amigo Carlos Salvador Bilardo.
En su autobiografía, Yo soy el Diego (Planeta), Maradona relató así su llegada a la ciudad hispalense. “Desde Barajas nos llevaron en un avión privado al aeropuerto San Pablo. Ahí le di la mano por primera vez a Luis Cuervas, el presidente. Tenía unas ganas de decirle ‘¿por qué no apurás un poco las cosas, lenteja?’. Pero me pareció demasiado para el primer encuentro”. Su lugar de residencia fue una casa propiedad del torero Espartaco en la urbanización de lujo Simón Verde, a las afueras de la ciudad. Allí pasaron horas apostados los integrantes del dispositivo de detectives.
Yo llevo 30 años en la calle y sé qué gente era. Aquello era un desastre
“Esa casa no tenía salida, eso era lo bueno que tenía. Era un chalet y solo tenía una salida. Entonces pusimos un coche ahí y nos íbamos turnando. Esa casa era como El Corte Inglés. Contamos 18 o 20 italianos, argentinos entrando y saliendo. El informe era que el notas no iba a entrenar. Se metía allí a las seis de la mañana”, cuenta Charlie, que ganaba entre 2.000 y 3.000 pelas a la hora por apuntar todos los movimientos del futbolista. Recuerda un trasiego de coches entrando y saliendo de la casa en la que también vivían su mujer y sus hijas de cinco y tres años. Apuntaban las matrículas de los vehículos que iban de visita y a veces también les seguían. “Yo llevo 30 años en la calle y sé qué gente era. Aquello era un desastre”.
Un espionaje rentable para el Sevilla CF
El detective privado calcula que el Sevilla pagaría medio millón de pesetas por aquel encargo, pero afirma que le salió rentable. “Cuando el tío se fue a las malas, le dijeron: ‘Mira, tenemos esto, esto y esto. Tú no has ido a entrenar por esto, por esto y por esto’. Se ahorraron 150 millones de pesetas porque los perdonó”. El exdirectivo del Sevilla precisa que Maradona tenía firmado un año más uno, pero decidió marcharse “por la presión de los directivos”. “Quería cobrar el año entero, pero no fue necesario sacar la mierda. Fue suficiente con hacerle ver el tiempo que le quedaba y que no llevaba una vida propia de un futbolista de alto nivel. Sus representantes lo entendieron y llegamos a un acuerdo”, dice.
Defiende que “aquellos seguimientos sirvieron para demostrar que era una vida no propia de un deportista” y rebaja la cifra que se ahorró el club: “Creo recordar que cobraba alrededor de 300 millones de las antiguas pesetas y que se ahorraría algo menos de un tercio”. Charlie dice no conservar nada de las fotos y los vídeos que grabaron durante las vigilancias que se prolongaron por un tiempo cercano a los dos meses. “El informe lo hizo Perfecto C. Se quedó en el cajón. Lo tendrá en su casa”, dice. Vozpópuli ha tratado sin éxito de ponerse en contacto con C. para este reportaje. Su familia ha rehusado la invitación alegando que es un hombre ya mayor.
Charlie no olvida el séquito de “gorrones” que siempre rodeaba al astro del fútbol: “Aquí en Nervión era íntimo amigo de uno de un asador argentino. Tenía como 15 italianos, el Marco Franchi que era su representante y diez o doce gilipollas detrás. Maradona era tonto porque era buena gente, pero es que tenía una cantidad de gorrones detrás que los veías chupando y decías: ‘Este tío es carajote’. Tú puedes ser el tío más golfo del mundo, pero te puedes quitar a siete”.
Eran las cinco de la mañana y a las diez tenía que estar en la ciudad deportiva entrenando
Para anticiparse a los movimientos de Diego, lograron ‘infiltrar’ a unas amigas en el clan. “Eran groupies de futbolistas. Eran como modelos y con eso les pusimos la trampa. Metimos mano ahí. Este era muy buena gente, pero era muy golfo. Eran las cinco de la mañana y a las diez tenía que estar en la ciudad deportiva entrenando”, cuenta. “Le cantaban una canción que decía: ‘Me casé con un enano salerito pa jartarme de reir’. Se lo cantaba una tía de dos metros, buenísima, y el otro que no le llegaba ni al ombligo”.
Maradona llegó a Sevilla en septiembre de 1992, debutó en partido oficial en octubre contra el Athletic de Bilbao y las cosas con la directiva se torcieron a comienzos de 1993 después de que el Diez acudiese a jugar un partido con la selección sin el visto bueno del club. Se terminó de estropear cuando se enfrentó a Bilardo en un partido contra el Burgos. Diego tenía dolores en la rodilla y pidió ser sustituido al descanso. Bilardo le hizo infiltrarse con inyecciones para disimular el dolor, una práctica habitual entonces, y a los diez minutos del segundo tiempo le sustituyó para enfado monumental del jugador. Fue su último partido con el Sevilla. Semanas después se fue a Argentina.
Así lo resumió el astro recientemente fallecido en su autobiografía: “Me empezaron a perseguir, a inventar historias, contrataron detectives para que les informaran de lo que yo hacía, lo que yo decía, cómo vivía, y me harté. Me cansé: otra vez había hecho un esfuerzo enorme para volver y nadie me entendía. Solo los míos, solo los que estaban cerca. Como Bilardo. Por lo menos eso pensaba yo en aquel tiempo. Una vez más, me equivoqué”.