Los martes se han convertido en el día marcado en rojo por Juanjo y María (nombres ficticios). Ambos, cliente y meretriz, llevan casi tres meses intercambiando confidencias y compartiendo afecto en un piso de apenas sesenta metros cuadrados que ella alquila en Vicálvaro por un precio desorbitado. No le gusta que le digan prostituta, dice que es un término poco sofisticado. Prefiere escort.
A lo largo de sus doce años en el oficio, por sus caderas han pasado más hombres de los que es capaz de recordar. Incluso deja caer (no negaré que sonó a farol) que algún futbolista ahora en el ocaso de su carrera disfrutó hace unos años de sus encantos.
Del sexo al diván
La mayoría de parroquianos que acuden a desquitarse con sus homilías carnales suelen pedir lo mismo. El pack básico del putero hastiado de la rutina matrimonial, que consiste en una ración muy equilibrada de sexo oral y convencional, bien aderezado con esa sensación de libertad que dura lo mismo que el suspiro sostenido de un nostálgico.
Sin embargo, lleva unas semanas que la rutina ya no le sabe a plomo y ceniza. Desde que Juanjo apareció en su salón vestido con camisa, pantalón vaquero y una cara de pena que ni Jim Carrey en ¡Olvídate de mí!, aquella magnífica cinta de Michel Gondry sobre el desamor y los recuerdos, el día a día de María ha cambiado bastante. Juanjo llegó abatido por su enésimo fracaso sentimental a través de Tinder. Es un chico de 28 años, con una posición profesional muy asentada y una estabilidad emocional que él creía imperturbable.
Cuando se encontró desnudo frente a María, se derrumbó por completo. Se hizo pequeño ante su presencia y empezó a relatarle su vida y milagros, el camino de despechos y sinsabores personales que le ha llevado a este pozo sin fondo. No se ha enamorado de ella, pero confía en su capacidad de escucha asertiva, la que ha hecho que vaya, prácticamente cada semana, a verla y volcar sobre sus hombros todos los problemas que le acechan. Jamás le ha pedido nada más que una charla, ni tan siquiera una caricia a deshoras.
María, sorprendida al principio, habló con varias compañeras de profesión y casi todas le contaron casos similares. Muchos clientes ya no quieren sexo, prefieren una confidente a la que contar las cosas que les da apuro relatar a un psicólogo. Aunque es una actitud absolutamente errónea, pues para eso los profesionales de la psicología llevan preparándose años, no deja de ser la consecuencia directa de la putrefacción que reina en estas aplicaciones de citas.
La salud mental es uno de los grandes tabús de nuestra era. Mientras cada vez más gente, especialmente mujeres, acude sin pudor a consultas de psicología para licuar sus sentimientos y quebraderos de cabeza, muchos hombres todavía abrazan el viejo mantra que hizo eterno a John Wayne: feo, fuerte y formal. Es innegable que hay una gran mayoría de varones que pagan por tener sexo, aunque cada vez lo hacen más con escorts que en puticlubs al uso. El perfil sigue siendo el mismo: machos mayores de 45 años y casados desde hace más de siete.
Los jóvenes, que no han conocido la era de los clubes de carretera, también han empezado a recurrir a las profesionales porque se les acumulan los traumas afectivos. No son capaces de hablarlos con nadie más porque no les han enseñado que su salud mental es igual de importante que su salud física. Entonces, bucean en las páginas de contactos hasta que dan con una persona que les inspire (sobre el papel) la confianza necesaria.
Tinder, Bumble y derivados tampoco ayudan. La inmensa mayoría de conversaciones, citas y encuentros sexuales conducen a un callejón sin salida por ambas partes. El ghosting y la falta de empatía condicionan el futuro emocional de muchos usuarios. Especialmente cruel el desenlace con ellos, que no entienden que acudir a prostitutas solo ahonda en sus heridas y perpetúa un drama nacional todavía sin resolver. Lean a esta profesional que defiende con uñas y dientes a su gremio. Por comparar perspectivas.
Juanjo y María son la ejemplificación de la nueva tendencia que domina el mundo del sexo de pago. Ellos buscan una figura casi maternal sobre la que llorar y desahogarse (que no falte un poco de complejo de Edipo), mientras que las profesionales no ven con malos ojos aparcar los gemidos por consejos mientras el dinero siga fluyendo. Este giro de 180º grados no solo atañe al mundo de la prostitución, ya que el cambio de paradigma ha cogido de lleno a los matrimonios.
Las parejas abren el Kamasutra
Lorena y José Miguel llevan tres años casados. En total, y sumando el noviazgo, siete. Cinco de ellos compartiendo hogar. Se saben el uno del otro hasta el número de latidos. Objetivamente, y en palabras de ellos, tienen una vida plena y feliz. Pero, cuando se meten debajo de las sábanas, lo que antes era un incendio ahora es un chispazo. Su vida sexual era bastante monótona, aunque los dos, en su mismidad, no son en absoluto monótonos.
Ambos tenían ideas muy diferentes y originales para resucitar sus noches, pero les faltaba coraje para comunicarse con el otro y empezar a hacer otras cosas en la cama. Una noche, cenando en casa de unos amigos, Lorena comprobó que su compinche Enma se había comprado un strap on (arnés sexual) para incentivar la libido de su marido Miguel.
Hasta habían empezado a ver películas pornográficas porque les atraía de forma sobrehumana. Lorena tomó nota, y a la semana siguiente se sentó en el sofá a hablar con José Miguel del tema. Él, sorprendido por las ganas de innovar de su pareja, vio el cielo abierto. Empezó a soltar decenas de ideas que tenía cogiendo polvo en el rincón más caliente de su cerebro. Ella, fruto del subidón, lo llevó derecho al lecho conyugal.
Aquel fue el punto de inflexión para una pareja que pedía a gritos un cambio de este calibre. Llevan meses probando cosas nuevas, pero sin salirse del núcleo de intimidad que los rodea. Nada de intercambios ni cosas que impliquen a terceros, todo en casa. Libros, pódcast sobre sexo, artilugios de todo tipo y enseres relacionados con los apetitos de la carne.
Como Lorena y José Miguel hay cientos de casos. La vida sexual de los españoles ha sufrido un revolcón gigante en esta era de la desmitificación, la intimidad y las probaturas. Los sexólogos están encantados con este despertar que está teniendo España. Algo que en la Europa rica es rutinario, ha costado muchos años en el país que nunca duerme. Son ellas, por norma general, las que encabezan esta metamorfosis del placer. Una que nunca llega tarde si implica felicidad y estabilidad emocional a largo plazo. Las dos caras de la moneda se han vuelto del revés para darse mutuamente la razón.
Sin_Perdon
Iván, escucha machote, que los psicólogos TAMBIÉN COBRAN. Y dudo mucho que su "ayuda profesional" pueda ser más efectiva que el de una mujer de compañía porque, como bien reconoces, los hombres van allí a desahogarse, a soltar sus penas, a contar lo que ya no se cuenta a nadie porque no hay nadie al otro lado. Antes podías sincerarte con hermanos, primos, amigos, hoy no tienes hermanos, si hay primos demasiados lejos y los amigos son circunstanciales. Es la sociedad que hemos construido, donde solo se privilegia el trabajo y, por supuesto, el MACHAQUE AL VARON, este está solo y desvalido, y el que muestra su masculinidad es apedreado socialmente. De hecho hasta hay campañas gubernamentales reclamando el "hombre blandengue", que no es que sepa gestionar mejor sus sentimientos, es que se somete mejor al matriarcado. Así que, ¡¡¡Siempre quedarán las escorts, mujeres de raza, como las de antes!!!.