García-Margallo y Fernández Díaz han enterrado, al menos temporalmente, sus diferencias. Han suscrito una especie de pax vaticana, un armisticio ante el Santo Padre con ocasión del nombramiento como cardenal de monseñor Ricardo Blázquez, jefe la Iglesia española. Los buenos oficios de Soraya Sáenz de Santamaría han colaborado a la resolución de este diferendo que enfrentaba a los titulares de Exteriores e Interior desde hace meses. Una situación muy singular que producía extrañeza en el seno del Gobierno, pero que no afectaba al desarrollo de sus funciones, según se desprendía de fuentes de la Moncloa.
La disputa entre los ministros estalló cuando García-Margallo no invitó a Fernández Díaz a la beatificación de Pablo VI
La disputa estalló con motivo de la beatificación de Pablo VI. José Manuel García-Margallo, encargado de elaborar la lista de la comitiva oficial española a esta ceremonia, decidió dejar fuera a su homólogo de Interior. Un sonoro bofetón donde más duele a quien pasa por ser uno de los miembros del Gabinete de más profundas convicciones religiosas. Margallo estaba muy molesto porque Fernández Díaz le había desmentido tras unas declaraciones suyas sobre Cataluña. El titular de Exteriores deslizó la posibilidad de la aplicación del artículo 155 de la Constitución como recurso para hacer frente al desafío de los nacionalistas catalanes. Fernández Díaz saltó a la palestra desde Washington, donde entonces se encontraba, para decir que de eso no había nada y que el Gobierno en modo alguno había acariciado semejante alternativa. Margallo no perdona. Y a las pocas semanas, dejó fuera de la legación española que asistía a los actos del Vaticano en homenaje a la beatificación de Pablo VI al ministro que más lo anhelaba, quien viajó a tan sólo título de invitado. Fernández Díaz estuvo dolido durante días de semejante afrenta, e incluso en su momento recurrió al propio presidente del Gobierno para que llamara a capítulo a Margallo a fin de que reconsiderara su actitud. Pero no se le logró.
La tregua de la Plaza de San Pedro
Este sábado, sin embargo, ante el papa Francisco, las aguas volvieron a su cauce. Margallo y Fernández Díaz olvidaron sus disputas en la plaza de San Pedro con ocasión de que Ricardo Blazquez, presidente de la Conferencia Episcopal española y arzobispo de Valladolid, recibiera la birreta y el anillo cardenalicio. Los buenos oficios de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ejercieron como bálsamo en la enconada disputa entre los ministros. La comitiva española fue numerosa. Además de estos tres miembros del Gabinete, también acudieron a los actos religiosos diferentes autoridades civiles de Valladolid, con el alcalde al frente, amén de una cuarentena de prelados españoles. Una cena ofrecida por el embajador español ante la Santa Sede, el muy eficaz Eduardo Gutiérrez Saénz de Buruaga, haría de terreno propicio a la distanción.
Margallo y Fernández Díaz, que no han disimulado sus tensiones desde aquel desencuentro, forman parte del núcleo más íntimo de Mariano Rajoy
Margallo y Fernández Díaz, que no han disimulado sus tensiones desde aquel desencuentro, forman parte del núcleo más íntimo de Mariano Rajoy, el llamado G-5, en el que también se integran Ana Pastor, José Manuel Soria y, en su momento, Miguel Arias Cañete, jefe de filas ahora del PP en la Eurocámara. Todos ellos pasan por ser algo más que estrechos colaboradores del presidente del Gobierno. Son gente de su absoluta confianza, con quienes comparte sesiones televisivas de fútbol o habla de asuntos que van más allá del desarrollo ordinario de su función.
El titular de Exteriores no tuvo inconveniente en esta ocasión en incorporar a la comitiva española al de Interior, tras una amable sugerencia de Moncloa. García-Margallo tiene fama entre sus compañeros del Consejo de Ministros de gastar muy malas pulgas. Tiene un carácter irascible y en ocasiones colérico, aunque lo compensa con un sentido del humor inteligente. Fernández Díaz, de apariencia nerviosa pero bonancible, es más arisco y ceñudo, según algunos de sus próximos, pero olvida pronto las afrentas. Es bastante más ingenuo que Margallo y de un nivel intelectual menos sofisticado. El papa Francisco ha logrado, de esta forma y sin tener que mover ni un dedo, este armisticio, quizás temporal, en el seno del Gobierno. Dos ministros que apenas se dispensaban algo más que los obligados saludos de cortesía, han compartido, por unas horas, la paz del Vaticano.