En el cuartel general del Partido Popular se afanan por despejar el camino de los pactos aún pendientes. Murcia se ha atravesado. Y es la antesala de Madrid. Hay confianza en que Vox baje el tono, una vez que ha conseguido hacerse oír en el sobresalto murciano. Madrid es clave para Pablo Casado. Perder el gobierno de la Comunidad sería un severo revés para el partido y para el líder del PP.
Pablo Casado también dedica parte de su tiempo a preparar el discurso de investidura de los días 22 al 25 de este mes. Ya no está en juego el liderazgo del centroderecha puesto que Ciudadanos ha perdido gran parte del tirón que había logrado tras las elecciones generales. El partido naranja ha perdido fuelle, de acuerdo con lo que señalan las encuestas, en tanto que PSOE y PP recuperan electorales al ritmo de cien mil a la semana, apuntan algunos análisis demoscópicos.
Buen orador, excelente dialéctico. Casado tiene a gala, y así lo recuerda con insistencia, haber derrotado al presidente del Gobierno en todas las sesiones de control en las que han competido durante la pasada y breve legislatura. Sánchez se desenvuelve con enorme dificultad, unido a una clara torpeza, en los terrenos de la oratoria. Tiende a leer algunas cuartillas carentes de épica y de fuste y, luego, en el cara a cara, apenas logra levantar levemente el vuelo. Es de una torpeza superlativa, como reconocen incluso en su equipo.
Podemos en la estacada
Casado aprovechará esta oportunidad para lanzar su primer embate de la campaña electoral que algunos contemplan ya como inevitable. Salvo sorpresa de última hora, esta sesión de investidura resultará fallida y tendrá que irse a un nuevo intento, algo que Moncloa no quiere, o bien a las urnas el 10 de noviembre. Todos consideran que celebrar de nuevo elecciones sería un escándalo para la opinión pública, un episodio lamentable. Pero es muy posible que tal escenario se produzca. Entre otras cosas, porque Sánchez no quiere sumar a Podemos a su Gobierno y sabe que unos comicios resultarían demoledoras para la formación de Pablo Iglesias.
El líder de los populares recurrirá a los argumentos clásicos. En primer lugar, Cataluña y el independentismo, con el artículo 155 por delante. Luego, el gobierno de Navarra, un singular contubernio dirigido por los socialistas con la anuencia de Bildu en forma de abstención. También entrará en el repertorio la incapacidad de Sánchez para haber concretado alguna medida de su gestión. Está incluso gobernando con los presupuestos de Mariano Rajoy, contra los que votó el PSOE cuando estaba en la oposición.
Casado también pretenderá rearmar su condición de primus inter pares en el denominado 'bloque de la derecha', del que ya convendría desgajar a Ciudadanos, cada vez más alejado no sólo de Vox, partido del que huye como de una aparición fantasmal, sino del propio PP. Albert Rivera ya no quiere aparecer fotografiado junto a Casado ni siquiera en empeños tan edificantes como salvar a Navarra de la embestida del secesionismo.
Le advertían los barones críticos que si el PP perdía el control del espectro ideológico del centro y la condición de partido alternativa de Gobierno, se produciría un cataclismo. La desintegración y la nada. Casado ha defendido su fortín con empeño y ha recuperado también el control de su formación. Si mantiene el gobierno de Madrid, una vez que ha recuperado el Ayuntamiento, podrá respirar tranquilo y afrontar la campaña electoral que asoma ya bajo la puerta. En el PP, están en ello. Sánchez no es de fiar, insisten, y sólo hará lo que las encuestas le aconsejen. Y hoy por hoy, los vientos de las urnas le son favorables.