Un cuarto de siglo después de anunciar su renuncia como presidente de la Unión Soviética, que certificó la defunción de la mayor potencia comunista, Mijaíl Gorbachov asegura que tiene la conciencia tranquila y que luchó hasta el final por la preservación del Estado. Su dimisión era esperada de un momento a otro: los líderes de las repúblicas fundacionales de la URSS (Rusia, Ucrania y Bielorrusia) hacía un par de semanas habían suscrito un acuerdo que declaraba que la Unión Soviética había dejado de existir como sujeto de derecho internacional y creaba la Comunidad de Estados Independientes (CEI).
Occidente celebraba la Navidad de 1991 cuando Gorbachov dimitía como presidente de un país que ya había desaparecido. Cuatro días antes, en Alma Ata, la entonces capital kazaja, once de las repúblicas soviéticas -todas menos Lituania, Letonia, Estonia y Georgia- suscribieron el tratado de la CEI y asestaron la estocada definitiva a la Unión Soviética. Hasta ese momento, Gorbachov todavía creía que era posible salvar la integridad del país mediante la creación de una confederación de repúblicas.
En su alocución de renuncia, el primer y último presidente de la URSS lamentó que las decisiones de Alma Ata no hubieran sido aprobadas por la voluntad popular manifestada en las urnas. "No obstante, haré todo lo que esté a mi alcance para que los acuerdos allí firmados conduzcan a la concordia real en la sociedad, faciliten la salida de la crisis y el proceso de reformas", dijo. En su despedida como jefe de Estado, defendió con ardor el proceso de reformas conocido en el mundo entero como la "perestroika" que impulsó cuando asumió la secretaría general del Partido Comunista de la URSS.
"Era consciente de que iniciar reformas de tamaña envergadura y en una sociedad como la nuestra era una tarea dificilísima y hasta peligrosa. Pero incluso hoy sigo convencido del acierto histórico de las reformas democráticas que comenzaron en la primavera de 1985", subrayó. En sus últimos momentos en el Kremlin, Gorbachov recordó a los soviéticos que gracias a la "perestroika" fue liquidado un estado totalitario y la sociedad obtuvo la libertad. "Y ésta es la principal conquista no valorada debidamente, porque aún no hemos aprendido a aprovecharla", agregó.
Tras anunciar su dimisión, Gorbachov firmó un decreto por el que traspasó el mando de las fuerzas nucleares soviéticas al presidente ruso, Borís Yeltsin, su antiguo aliado convertido ya para entonces en su principal adversario político. La rivalidad entre ambos se manifestó hasta en la entrega del maletín con el "botón nuclear": Yeltsin se negó a acudir al despacho de Gorbachov y pidió que el traspaso se hiciera en otra sala, lo que rehusó el dimisionario presidente. Finalmente, el traspaso se llevó a cabo en un pasillo del Kremlin con el mariscal de aire y último ministro de Defensa soviético, Yevgueni Shapóshnikov, en calidad de intermediario
Minutos después, los visitantes de la plaza Roja asistieron al histórico momento en el que la bandera roja de la hoz y el martillo era arriada en el Kremlin y se izaba en su lugar la tricolor de Rusia. Hoy, veinticinco años después, Gorbachov pide recordar las conductas que tuvieron los políticos del país en aquellos aciagos días. "El presidente de Rusia, Borís Yeltsin, llevaba a cabo un doble juego: ante las cámaras declaraba que estaba por la Unión (Soviética), pero en secreto encabezó el proceso de su demolición", escribió el exmandatario soviético, de 85 años, en un artículo publicado esta semana por el periódico Rosíiskaya Gazeta.
El 56 % de los rusos lamenta la desaparición de la URSS, según una reciente encuesta realizada por el Centro Levada, en la que la mayoría de encuestados (el 29 %) considera que los acuerdos entre Yeltsin y la líderes de Ucrania y Bielorrusia fueron la causa principal de la desintegración del Estado soviético. De acuerdo con el sondeo, el descontento con las políticas de Gorbachov, con el 21 %, es considerado como la tercera causa en orden de importancia, por detrás de un "complot de fuerzas extranjeras" (23 %). "No eludo mi parte de responsabilidad. Pero tengo la conciencia tranquila. Defendí la Unión hasta el final, actuando con medios políticos", escribió en su artículo el exlíder soviético.
En los últimos años, admite Gorbachov, le preguntan cada vez con mayor frecuencia si debió usar la fuerza como último recurso para preservar la unidad de la URSS. "Hoy estoy convencido, al igual que lo estaba entonces, de que no se debía hacer. Hubiera estallado un gran incendio, en otras palabras, una guerra", enfatizó.