Muchas son las historias dramáticas, algunas macabras o truculentas, que rodean la desparición de algunos de los grandes de la moda durante el siglo XX y el comienzo de este XXI. Traiciones familiares, suicidios, asesinatos pasionales... Repasamos algunas de estas tramas:
Dior murió a alos 54 años, cuando estaba de vacaciones, no se sabe muy bien si atragantado por una espina de pescado (la gula era su perdición) o por una maratón sexual (y sin viagra) con una modelo 30 años más joven que él.
Hay quien dice que a Gianni Versace lo mató la lujuria disfrazada de chico de compañía, que le propinó dos balazos en la nuca en la mansión que el diseñador tenía en Ocean Drive, Miami. Andrew Cunanan, autor del magnicidio (para los fashionistas lo fue), se suicidó al poco tiempo. Dejó tras de sí un total de cinco muertes violentas incluyendo la del modisto y su nombre llegó a estar incluido en la lista de los fugitivos más buscados del FBI. Nunca se pudieron aclarar las causas de la ira asesina de este joven californiano de origen filipino y de hecho, ni siquiera se pudo confirmar que Versace y Cunanan mantuvieran ningún tipo de relación. A su muerte, Gianni le dejó todo el imperio a Donatella, que lo ha sabido disfrutar muchísimo.
Gucci murió a manos de los celos. Sólo tenía 46 años cuando su mujer urdió un plan que llevó a cabo mediante las manos de un sicario en la puerta de su oficina de Milán. De poco le sirvió no haber apretado el gatillo porque la cárcel la esperaba con 20 años sin bolsos, sin zapatos y sin perfumes. Patrizia Reggiani, la mujer que le amó hasta matarlo, también intentó suicidarse pero terminó por adaptarse tan bien a su celda, que renegó de la condicional. Total para qué: ella nunca había trabajado y con salir de vez en cuando y pasear por su mansión los fines de semana le bastaba. La traición de su marido con la joven y turgente rival estaba saldada.
La reciente muerte de Manuel Mota, de Pronovias, ha conmocionado al mundo de la moda española. El diseñador decidió quitarse la vida en un centro de salud con tres cartas destinadas a la policía, su familia y su pareja como únicas explicaciones. El embrollo surgido de ese triste acontecimiento aún no se ha aclarado.
Alexander McQueen, que tenía un talentazo y 40 años, fue el primero en proponer lo que las madres más estilosas denominan “pantalones cagaos”, allá por los 90 (esos que llevan los adolescentes por la mitad del culo enseñando la ropa interior de firma, claro), una tendencia que alarga su brazo hasta hoy. No soportó la muerte de su madre, ni poco después la de su mentora Isabella Blow (la pobre, excelente visionaria para el mundo de la moda, era un poquito bipolar y también decidió quitarse de en medio). Total que Alexander decidió marcharse también sin un au revoir. Vamos que ni se despidió. Ahora McQueen es un completo mito a lo James Dean.
Para mitos Clarck Ossie, a quien la prensa British de entonces llamaba The King of King's Road, y que en los 70 vestía a Mick Jagger y a The Beatles. También la muerte le llegó de manos del amor en forma de puñalada trapera. Su novio se ve que tenía la mano muy suelta y el cuchillo de los celos bien cargado.
No podemos decir adiós a la lista de las grandes muertes de la escena de la aguja, las modelos, los fotógrafos y las fortunas sin citar a Yves Saint Laurent, que se puso malito con un tumor cerebral, a Gianfranco Ferre, al que le dio un ictus, o a Helmut Newton, que se bebió la vida y todo el alcohol que pudo hasta que estrelló su coche a los 84 años. Ellos se despidieron a su pesar y obligados por el destino.
Por último hay una especie fabulosa que está muerta entre los vivos: Galliano es un walking dead. John decidió someterse a este estado mediante la verbalización incontrolada, que es un arma letal en manos de los inconscientes. Bastaron dos palabras: “judíos” y “nazis” intercaladas en un contexto y orden erróneo. Y por ahí anda desnortado, con la dignidad y la creatividad hecha jirones, muerto en un planeta que soñaba con sus desfiles y que ahora, ni le reconoce.