Opinión

Ábalos no tiene que pagar para salir en el ‘Guardian’

Demostrado queda que Ábalos encadenó tal número de mentiras y sandeces para justificar su encuentro de trasnoche con la 'vice' venezolana que resulta fatigoso hacer la cuenta

  • El ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, José Luis Ábalos, en La Coruña.

José Luis Ábalos ha ocupado un espacio destacado en el diario británico The Guardian sin necesidad de abonar los 50.000 euros que tuvo que aflojar su odiado correligionario Chimo Puig, presidente de la Comunidad Valenciana. Ábalos tan sólo tuvo que acercarse, de noche y a hurtadillas, al avión que transportaba a miss Delcy, número dos del dictador Maduro, para que el rotativo británico le hiciera un hueco en sus espacios. The Guardian, en efecto, reproducía este fin de semana la exclusiva de Vozpópuli sobre las increíbles correrías de Ábalos en el aeropuerto de Barajas junto a una colla de malvivientes venezolanos proscritos por la Justicia europea.

Sánchez no recibió a Guaidó a su paso por Madrid pero envió a uno de sus innumerables ministros a recibir recados o a transmitir consejos a la mano derecha del monstruo venezolano. Un episodio maloliente que ha encaramado al habitualmente discreto titular de Fomento a la cima del noticiero mundial. Sin pagar un duro, Chimo, toma nota.

Demostrado queda que Ábalos encadenó tal número de mentiras y sandeces para justificar su encuentro de trasnoche con la 'vice' venezolana que resulta fatigoso hacer la cuenta. Ábalos, el gran capataz de Ferraz, palillo ente los dientes y copa de Soberano a medio terminar, ha esparcido todo tipo de versiones para camuflar su gran patinazo. No por demérito propio sino por la imposibilidad de justificar el dislate. A ver quién dibuja un guión sensato y digerible sobre la función de Ábalos en las tripas de la nave venezolana a altas horas de la noche, con una tipeja vetada en Europa y sin versión oficial conocida ni explicable.

El hombre de Fomento, lo más parecido a Torrente que se asienta en el consejo de Ministros, evidenció escasa habilidad en la lidia con el embuste y en el regate con la falsedad. No era sencillo. Lo tenía más fácil Jack Lemmon para disimular los balazos en el estuche de su contrabajo en Con faldas y a lo loco. Fue engatillando las trolas con la torpeza de un monaguillo al que le pillan bebiendo al vino de la Misa (si es que aún hay monaguillos, y vino en las Misas). He aquí el rosario de las patrañas. Nunca vio a esa Delcy. Fue un encuentro informal. Hablaron dos minutos. Vale, conversaron media hora. Acudió a pedirle que no bajara del avión. Cumplía un encargo de Marlaska. Delcy no pisó suelo español. Delcy hizo transbordo a un vuelo comercial para viajar a Doha pero sin pisar suelo comunitario. Sólo le faltó decir que Delcy no existe. En conclusión, "A mí no me echa nadie", sentenció, pillado en la trampa, con ese tono inequívoco que se escucha por las tabernas antes del fraternal ‘Asturias patria querida’.

En eso Ábalos tiene razón. A él no le echa nadie porque el único que le puede fulminar, Pedro Sánchez, no está por la labor. No le interesa. “Logró evitar una crisis diplomática”, aseguró el presidente del Gobierno, a modo de delirante coartada. Sánchez pillado en una mentira, ¿cómo es ello posible?. Lo nunca visto. ¿Un ministro de Fomento movilizado a Barajas en la madrugada de un domingo para evitar un problema diplomático? Suena raro. Para eso está, se supone, la titular de Exteriores, Arancha González Laya, que ha tenido un tremolante debut en la cartera, tal y como le gustaban a De Mille que fueran sus producciones: arrancar con un terremoto e ir in crescendo.

Para la gente del progreso, Guaidó es una marioneta de Trump y lo de Venezuela es un golpe de Estado capitalista. Tres comidas diarias y hasta siempre comandante"

A Ábalos, a quien suponíamos astuto, le cayó el marrón de Delcy, la 'princesa' de Zapatero, la dama pérfida de la corte bolivariana de los horrorizados, y se lo está comiendo entre sudores y maldiciones. Un mal trago. "Se está cagando en todo", dice uno de sus fieles valencianos. Sánchez le ha echado una mano y se la seguirá echando. No puede por ahora prescindir ni de él ni de nadie. Podemos está al acecho. No se trata, además, de un asunto que abochorne a las socialistas. No es cuestión de aquellas feas trampas con el Fisco de los ex Pontón y Huerta. Es Venezuela, total, nada, cinco millones de exiliados, miles de jóvenes asesinados por la Policía chavista, una democracia apuñalada y un régimen corrupto, narcotraficante y dictatorial, en plena creciente y en plena efervescencia. Pero, para la gente del progreso, Guaidó es una marioneta de Trump y lo de Venezuela es un golpe de Estado capitalista. Tres comidas diarias y hasta siempre comandante.

Exigencias del pacto con la familia morada y, muy posiblemente también, de los tenebrosos negocios de Iglesias y Monedero a orillas del Orinoco. Amen de las pestíferas andanzas de Zapatero por el subcontinente americano, donde araña fondos y recoge gabelas.

Ábalos no logró su objetivo. Fundamentalmente, porque Vozpópuli desveló sus trajines nocturnos por las pistas de Barajas. A Sánchez le gusta maniobrar bajo cuerda, como hace con los golpistas catalanes, farisaicos e hipocritones. No le va mal. Todas sus trampas, por ahora, tienen su asiento. Incluso reciben loas y aplausos. Y votos en sondeos y urnas. Pero lo de Ábalos ha sido otra cosa, la gran mentira envuelta en una enorme engañifa que todavía se pretende blanquear. Cierto es que en Moncloa toda vileza tiene su asiento. Este episodio, tormentoso y vergonzante, por pequeño que sea, dejará huella. Pero en el terreno mediático, Ábalos ha conseguido lo que no logró su día su odiado rival don Ximo, el catalanista de Morella. Salir a toda pastilla en The Guardian sin tener que apoquinar un solo euro. De dinero público, por supuesto. Venga, otra ronda.

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