A algunos, quizá muchos, altos directivos de empresas y bancos españoles se les llena la boca al hablar de la profesionalización de la gestión de sus entidades y de la aplicación de las normas de buen gobierno atendiendo a los inversores internacionales, que critican el excesivo poder que acumulan los presidentes.
Uno de ellos es Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, que presionado por los inversores internacionales y por el intento de Florentino Pérez de desbancarle del cargo, nombró a regañadientes a un ‘número dos’, una suerte de pseudo consejero delegado con el que supuestamente se repartía las funciones ejecutivas.
Eligió entonces a un hombre de la casa, controlado y controlable, José Luis San Pedro, un gran profesional que ha gestionado a gusto de su mentor.
Ahora, San Pedro se jubila y Galán, ya sin la presión del presidente de ACS ni de los fondos internacionales, sigue navegando por los mismos derroteros. Nada de abrir las escotillas y dejar entrar fresca y oxigenada brisa para darle un giro de profesionalización al grupo.
Que algo, pero poco, cambie para que todo siga igual. El elegido es un directivo (Martínez Córcoles) aún más afín si cabe, que seguirá sin rechistar las directrices de Galán, pero permitirá al ejecutivo salmantino poder presumir en sus viajes internacionales de buen gobierno y reparto de poder en la cúpula.
Vicios estos muy extendidos en el empresariado español. Lo mismo hizo hace unos meses Antonio Brufau, presidente de Repsol, que optó por el dócil Josu Jon Imaz, hombre de la casa forjado en el mundillo empresarial a las faldas del ejecutivo de Mollerusa, para el cargo de consejero delegado. Descargó en él parte de su poder ejecutivo, para amortiguar las críticas de los inversores foráneos y del belicoso accionista Pemex, que acabó abandonando la batalla.
Tampoco Emilio Botín se cortó al repartir su excesivo poder presidencial en un consejero delegado de la cuerda, Javier Marín.
Lo mismo hizo Ángel Ron, presidente del Popular, que tras la ampliación de capital en noviembre de 2012 nombró a Francisco Gómez como consejero delegado, un hombre forjado en los entresijos de la propia entidad.
Con estos maquillajes, grandes empresas y bancos españoles responden a las exigencias del buen gobierno de los fondos internacionales, que año tras año y poco a poco se van coscando de la estratagema y, como lluvia fina, van votando (no todos, pero si en número creciente) en contra de las reelecciones de los presidentes, que pese a todo se perpetúan en los cargos.