Opinión

Crónica rosa de unos premios amarillos

Gala de entrega de los Premios Gaudí. Alfombra roja y posado de las autoridades. ¿Glamour u homenaje a “La parada de los monstruos” del mítico de Tod Browning?

  • Crónica rosa de unos premios amarillos

Si Antoni Gaudí levantase la cabeza, con el mal café que gastaba, la hubiera liado en los premios cinematográficos que llevan su nombre. Ni elegancia en el vestir ni en las formas ni, ¡ay!, en las vestimentas. No es extraño que en Cataluña no existan programas de prensa rosa autóctonos. Como dijo el Marqués de Cubas, aquí no existe la jet set, sino la Renfe set. Nuestros cócteles olvidan los Manhattan, los Negroni o los Bellini, porque lo que priva entre nuestra élite es la Ratafía o algún cava que otro, que es lo mismo que no decir mucho, con perdón, porque no existe espumoso catalán comparable a un champagne francés, por mediocre que este sea. Prueben un Bollinger y ya me darán noticias.

Ada Colau lucía – es un decir -como si hubiera salido del tren de la bruja o de una película de la factoría Troma. “La vengadora Tóxica, III: el retorno de las greñas”, podría titularse. Es difícil hallar a ninguna otra persona que ostente un cargo con un aspecto tan deplorable, desaseado y, lo peor, ridículo. Su camiseta lucía el lema “Deseo de revolución, revolución del deseo”, aunque mucho nos tememos que poco deseo debió despertar tamaño look, y decimos esto a riesgo de que se nos acuse de cosificación, machismo, patriarcado o apología de la barroca displicencia hedonística postmoderna. Esto último, podría ser cierto.

Quim Torra lucía un traje imposible, cortado sin duda por un sastre de Vox, con una corbata amarilla más imposible aún

Isona Passola, presidenta a la sazón de la academia catalana de cine, elaboradora de listas de desafectos al régimen e inquisidora de todo aquel que no sea separatista, a ver si puede apartarlo de su trabajo, lo solucionó más eficazmente: se disfrazó de madrastra malvada, con lo que las dudas quedaban totalmente disipadas. Quim Torra lucía un traje imposible, cortado sin duda por un sastre de Vox, con una corbata amarilla más imposible aún, lo que producía brillos a los fotógrafos, dejándolos prácticamente cegados para el resto de la ceremonia. Por su lado, Roger Torrent llevaba un traje tres tallas menor que la suya, pajarita de avispado reportero y cara de que le apretaban los zapatos.

El clon de la noche consistió en la frase que el ministro de cultura del Reino de España, Don José Guirao, dirigió a la Honorable Consellera del mismo ramo, Doña Laura Borrás. Llevaba esta un traje de noche a medio camino entre el de una dama de compañía victoriana y los cortinajes de una opereta vienesa de antes de la guerra. Eso sí, colgaba gentilmente del mismo una versión del lacito amarillo en forma de delicada mariposa. En viéndolo, el prócer murmuró “El amarillo te queda muy bien”, ante lo cual la Consellera le espetó lo de los presos políticos, el juicio a inocentes, lo suyo, vamos. Gritos de ritual.

No menos de ritual fueron los discursos, que ya pueden ustedes imaginar que giraron alrededor de lo malitos que están los separatistas y lo poquísimo que se quejan

No menos de ritual fueron los discursos, que ya pueden ustedes imaginar que giraron alrededor de lo malitos que están los separatistas y lo poquísimo que se quejan. Ahí todo el mundo iba a hablar del mismo libro. Sergi López y María Molins prometieron “seguir desobedeciendo”, Roger Mas cantó el “Diguem no” visiblemente celebrado por los asistentes – no debían recordar que, a su compositor, el cantautor Raimon, lo han puesto de chupa de dómine por no ser separatista -, y Passola, que fue directamente a por turrón exigiendo la libertad de presos y exiliados.

Eso sí, todos se quejaban de lo mal que está el cine catalán, del poco dinero que hay para subvencionarlo, de que TV3 debería ser la locomotora que tirase de él, de que destinar un 0,7% de los presupuestos en cultura es miserable – recordemos que las competencias en este tema dependen exclusivamente de la Generalitat – para, oh sorpresa, acabar por pedirle al ministro de la aborrecida España que a ver si les echaba algo y ponía dinerillo. Uno se pregunta, a pesar de estar en contra de la subvención, si el dinero que TV3 invierte en productoras separatistas de programas infumables no podría invertirse en el cine. O lo de las embajadas. En fin, que Torra volvió a la carga con la tasa del audiovisual, que en su momento el Constitucional tiró por el suelo, unos kurdos que pululaban por ahí reivindicaron lo suyo, todos estaban encantados de conocerse y la ceremonia fue lo de siempre, una exaltación onanista del provincianismo más cateto, más excluyente, más horrible y más demostrativo de hasta que punto ha descendido la antaño poderosa industria cultural, en este caso cinematográfica, por culpa del pujolismo en su momento y de sus herederos ahora. De los estudios Balcázar con aquellos westerns rodados en Esplugas a la escuela de cine de Barcelona, de los míticos Estudios Orphea sitos en Montjuic a visionarios como Segundo de Chomón, pasando por las magníficas películas de cine negro de la década de los cincuenta, hemos llegado a la inanidad separatista que pretende que paguemos entre todos tostones de dos horas en los que una silla cuajada de lacitos amarillos es enfocada desde todos los ángulos, mientras suena la voz de Nuria Feliu a 150 revoluciones. No ha sucedido todavía, pero, al paso que vamos, podría pasar mañana.

Nada hay de glamuroso, de elegante en todos estos fiestorros que parecen más un taller de macramé que otra cosa. Y eso que el Mag Lari lo hizo muy bien en lo que atañe a la parte teatral de la cosa. Torra lo miraba envidioso. Ya le gustaría a él conocer algunos trucos, los centrados en el escapismo, verbigracia. Total, que no hay quien haga crónica rosa en esta tierra. Todo es amarillo y punto.

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