Ninguna lengua de España, excepto el castellano, cuenta con hablantes monolingües. No somos una excepción. En Europa son más de cuarenta las lenguas que no viven solas, pues deben sus hablantes conocer otra que se añade al legado de la herencia, tipo bretón y francés. Las lenguas del mundo sin hablantes monolingües son mayoría, digamos que casi todas. Las lenguas que sirven por sí solas para cubrir cualquier situación comunicativa son muy pocas. A la cabeza, el inglés, seguida de unas cuantas, el español, francés, alemán, italiano, portugués y ruso. Y tal vez alguna más, pero no muchas más.
La historia nos enseña que las lenguas mueren, que es algo tan natural como nacer. Lo hacen porque desaparece su último hablante o porque la lengua, que está en continuo cambio, se rompe, se fragmenta, se transforma en dos o más distintas en las que ya no se entienden o entienden mal sus hablantes. Por división murió el latín. Dos de sus dialectos, el español y el francés, figuran entre las lenguas más importantes y demandadas del mundo, si es que se le puede llamar importante a una lengua, pues todas lo son. Completan el cuarteto de grandes lenguas neolatinas, el italiano y el portugués. Por la muerte de sus últimos locutores se extinguió el dálmata en 1898 en las costas de Dalmacia, actual Croacia, y también el manés en 1974 en la isla de Man, en el mar de Irlanda.
Que una lengua necesite de otra es algo natural y habitual para ampliar el horizonte cognitivo de sus hablantes. Galés e irlandés son lenguas condicionadas
Lo que garantiza la estabilidad y longevidad de las lenguas es la abundancia de hablantes monolingües y la consistencia en la transmisión familiar.
El inglés es particularmente rico en hablantes monolingües. Quienes la heredan no necesitan conocer otra lengua. Ni siquiera un poco. Francés o italiano exigen complementarse con algo de inglés, no mucho, para cubrir las injerencias anglo-norteamericanas. Otras como el húngaro, checo o polaco se sirven mucho más de la lengua anglosajona, no tienen más remedio que conocerla para dar cobertura a sus ambiciones culturales. Y otras como el danés, sueco, noruego o islandés necesitan ampliamente el inglés para el desarrollo cultural integral de sus hablantes. Para el galés o el irlandés es imprescindible. Que una lengua necesite de otra es algo natural y habitual para ampliar el horizonte cognitivo de sus hablantes. Galés e irlandés son lenguas condicionadas, lenguas sin hablantes monolingües.
El destino de las lenguas sin hablantes monolingües y estancadas en la transmisión familiar es la desaparición. En los últimos quinientos años el número de lenguas del mundo se ha reducido a la mitad. Su muerte se inicia cuando sus hablantes necesitan hablar dos lenguas. Poco a poco abandonan una de ellas porque la otra se presta mejor a todo tipo de comunicación. La evolución es tan natural como irreversible. Pero la vida de las lenguas es veinte o treinta veces mas larga que la de la gente. Si la evolución sigue sus costumbres, ni el aranés, ni el aragonés, ni el asturiano tienen posibilidades de sobrevivir a largo plazo, si bien podrían mantenerse muchos años. La cooficialidad del asturiano podría revitalizar provisionalmente su uso de manera un tanto artificial porque a la larga volverán las aguas a sus cauces.
Doce palabras en euskera
Los esfuerzos por modificar la trayectoria natural del catalán han fracasado. Los idiomas se aprenden si se necesitan, y ningún catalán necesita hablar catalán para hablar con una comunidad lingüística que ha hecho del castellano, desde hace mucho, la principal herramienta de comunicación. La creación artificial de situaciones que lo exijan solo ha conseguido fragmentar a la población y marginar a los monolingües, con un absoluto desprecio a un principio universal: las lenguas se aprenden con automatismos en la niñez o cuando son necesarias. Si no hacen falta, no se aprenden, y si se imponen o prohíben, el rechazo se incrementa.
En cuanto a la implantación social del euskera en Euskadi podríamos decir que su presencia se reafirma, sí, pero sobre todo para una docena de palabras, tipo egun on, ertzaintza o lendakari. Se difunde en la enseñanza, sí, pero más inyectado que estimulado. Se usa más en casa, tal vez, pero los jóvenes están hartos de las consignas. El proceso de revitalización se atasca porque las lenguas ni se imponen ni se prohíben. Nunca la humanidad perdió tanto tiempo en aprender lo innecesario.
El curso natural de las lenguas es como el de los grandes ríos que descubren y diseñan con fuerza y eficacia sus cauces. A falta de estadísticas viables, la transmisión familiar decrece en todas las lenguas de España excepto el español, única que goza de buena salud y carece de achaques. Las posibilidades de fragmentación ni se contemplan, las de expansión, amparadas en la generalización de sus usos, en la solidez de sus estructuras, en la tradición literaria, en la amplitud de publicaciones y en el afecto que hacia ella muestran quienes la demandan, son extraordinarias. Morirá muy posiblemente fragmentado en dialectos, si es que dentro de unos veinte siglos siguen las lenguas siendo fieles a sus costumbres.