Opinión

El misterio de los anuncios de perfumes

Hoy, nochevieja, los spots se incrementarán de manera ostentórea, que diría Don Jesús Gil

  • Perfumes

A lo largo de estas fiestas hemos vivido un aluvión de anuncios. Lógico, la costumbre es hacerse regalos en prueba de cariño. Incluso hay quien los hace para quedar bien con los suegros, evitar una bronca con la pareja o halagar a ese jefe a que no puedes ver. También hay quien regala cosas al oscuro objeto de su deseo, a ver si cae, pero eso sucede lo largo de todo el mundo porque el sexo no conoce de efemérides ni estaciones climáticas. Pero vayamos al asunto, y no me refiero a que el señor Pérez desee gozar de la contable, una real moza llamada Maripuri.

La cosa es que dentro de esos anuncios existe una sub especie que es el de a los perfumes y colonias variopintas. Hoy, nochevieja, los spots se incrementarán de manera ostentórea, que diría Don Jesús Gil. Los anunciantes se disputan ser de los primeros en aparecer en las retransmisiones de las doce campanadas, porque saben que congregan el índice de target publicitario más importante del año, a excepción hecha de los partidos de balompié o algún programa donde una cualquiera explica con quién se acostó. Pues bien, no duden que en ese pelotón de cabeza figurará un anuncio del sector perfumista.

A mi resultan un enigma y es preciso ser experto en semiótica, cartomancia, estadística y póker Montana para adivinar qué carajo pretenden decirnos los publicistas. Sé que soy mayor y estoy acostumbrado a una publicidad más directa, más infantil si ustedes quieren, pero prefiero anuncios como el de la Lejía Guerrero que decía “Lava a la señora y también al caballero”, o el de las pipas Facundo, en el que un toro bravío antes de morir en la plaza exclamaba “Siento dejar este mundo sin probar pipas Facundo”. Hombre, la cosa se entendía a poco que no usases un Sonotone y te hubieses quedado sin pilas. Ahora no. Les pongo un ejemplo sin citar nombres. Un perfume para caballeros muestra a unas señoras medio sirenas, medio huríes, todas de dorado en un harén de brilli brilli. A una de ellas le cae una lágrima de oro y piensas, pobrecica, esto del ojo lo tiene muy mal.

En estas estamos cuando una de ellas juega con una botella de vidrio que contiene un barco. La cámara del sagaz publicista enfoca a este, que zozobra en un mar que se mueve más que Sánchez con sus principios y hace ir de punta a punta a una tripulación integrada por mocetones fornidos y tatuados. Le estuve dando vueltas hasta que, comentando con un amigo que da clases de semiótica lo retorcida que se ha vuelto la publicidad que se ve obligada “a contar una historia” y está más pendiente de ganar premios que de incrementar las ventas de su cliente, éste me dijo  “Se trata de una reivindicación de la mujer, porque la figura de la sirena evoca a la antigua leyenda de sus cantos, que suponían la perdición de los marinos, con lo que la sexualidad está implícita en el icono femenino: que sean ellas las que agitan la botella donde los hombres se ven inermes ante este hecho da a entender que el patriarcado zozobra ante el empoderamiento de la mujer, que es ahora quien lleva el control del macho entendido como figura patriarcal subrayado todo por el agua como elemento sexual según las teorías freudianas”.

Me despedí de mi amigo sin que hubiese violencia física alguna, llegué a mi casa, tomé dos aspirinas y me puse una película de John Wayne donde, gracias a Dios, los buenos son buenos, los malos son malos y no hay ningún mensaje semiótico ni epiléptico que descifrar. Así que olvídense de esos anuncios fumistas, compren lo que puedan o lo que les dé la gana y tengan una Feliz Nochevieja y un Próspero Año Nuevo. Nos reencontraremos, si Dios quiere, dentro de unos días. Entre el gobierno y esta cultura de cartulina preciso unos días de paz, leyendo a Conan Doyle, Souvestre y Allain, Agatha Christie, Ellery Queen y tebeos, muchos tebeos viejos donde no haya más que diversión y entretenimiento. Sean ustedes todo lo felices que permite el actual ordenamiento jurídico y gubernamental.

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