Estamos viviendo unas jornadas en las que la indignación y la violencia reinan en el cerebro de muchos jóvenes que, sin necesidad de ser dirigidos por nadie, se autoconvocan por medio de las redes sociales provocando un cóctel explosivo cuya extinción se deja única y exclusivamente en manos de la policía. La política y los políticos brillan por su ausencia; seguro que muchos no han llegado, todavía a comprender qué es lo que pasa. Solo pueden apagar la mecha aquellos que entiendan que la manera de conectar con la generación digital ya no puede basarse en el voto depositado en una urna cada cuatro años.
En la era digital, donde la inmediatez está a la orden del día, donde la velocidad y el tiempo se miden de forma distinta a la de antes de la aparición de Internet, cuatro años es una eternidad. El esquema de “tú me votas cada cuatro años y no vuelvo a conectar contigo hasta las próximas elecciones” ya no tiene sentido en la generación de la inmediatez. Y esta nueva sociedad, que algunos se empeñan en no querer ver, hay que imaginarla. Que nadie se empeñe en buscar responsables intelectuales porque no hay nadie al frente.
La aparición de Internet a finales del siglo pasado y la pandemia del primer cuarto de este siglo nos obligan a cambiar para reinventarnos para no quedarnos parados o rezagados. “Cambiar para adaptarnos” es el lema de este tiempo. Está cambiando nuestra forma de vivir como ciudadanos, nuestra manera de relacionarnos, de socializarnos, y está cambiando la manera de trabajar. En cualquier actividad que miremos, notaremos el cambio que forzosa o voluntariamente se está produciendo. Este mismo artículo, desalojado del papel físico, indica que, desde la prensa hasta las comunicaciones, el mundo en el que vivimos es otro. Y lo sorprendente es que estemos obligados a cambiar de manera de trabajar, de manera de estudiar, de manera de comunicar, en definitiva, que nos readaptemos y nos reinventemos y, sin embargo, la forma de hacer política, la manera de gobernar, la propia democracia no se estén reinventando en la misma medida y a la misma velocidad que se está reinventando buena parte de la sociedad.
Tratar de querer conducir a esas individualidades por el camino que se quiera es como pretender llevar a una panda de gatos alineados y ordenados por un callejón
Reinventar la política y adaptarse a los nuevos paradigmas obliga a conocer y relacionarse con esa sociedad invisible que ya no se puede mantener en silencio durante cuatro años de legislatura, ni se puede obviar. Tan importante como un Jefe de Estado o de Gobierno, como un dirigente empresarial o sindical, como un banquero o un intelectual de prestigio, es un componente de esa sociedad impalpable que reclama su papel, porque se considera un creador de ideas que llegan a millones de personas que, a su vez, se consideran creadores de esas u otras ideas diferentes. Se acabaron las escuelas de muñecos ventrílocuos donde se enseña a repetir las consignas del líder. Y se acabaron los grupos alineados detrás de una consigna o un programa. En la sociedad invisible, cada uno es cada cual, y es la individualidad la que mueve y se mueve. Tratar de querer conducir a esas individualidades por el camino que se quiera es como pretender llevar a una panda de gatos alineados y ordenados por un callejón.
No busquen líderes grupales en esa sociedad; busquen aliados con los que interactuar cotidianamente, porque ellos han aprendido que para participar en política no hace falta esperar cuatro años; pueden hacerlo instantánea y momentáneamente.
No deja de ser un drama y un empobrecimiento para todos nosotros que la mayoría de los líderes políticos actuales no entiendan el fenómeno Internet y el cambio de modelo que ello supone. Los indicadores que valoran el nivel de penetración de los países en la sociedad digital acercan cada vez más a España a los países líderes en digitalización. Ningún líder político en sus mítines o en sus apariciones públicas ha destacado que su partido y él apuestan y creen en la sociedad digital. Estamos, pues, ante una sociedad del siglo XXI gobernada y representada por gobernantes y políticos (con honrosas excepciones) del siglo XX. Una España digital con políticos analógicos. En estos momentos hay mucho político, del gobierno y de la oposición, con tabletas y smartphones en las manos que piensan que así demuestran su apego a la sociedad de la información y del conocimiento, pero resulta difícil recordar algún debate parlamentario de cierta transcendencia (investiduras, moción de censura al Gobierno) en el que se haya hecho hincapié en la nueva realidad que han conformado las tecnologías digitales y que cada día más crean situaciones que hace treinta años nadie llegó, siquiera, a imaginar.
Los líderes del Gobierno a cualquier nivel también tendrán que reaprender a gobernar. Cuando la tecnología permite que el control y los procedimientos no sean ya una tarea de las personas, lo que se necesita son gobernantes que sepan escuchar las demandas ciudadanas, que sepan constituir equipos de trabajo para escucharlas, atenderlas y discutirla, transformarlas en proyectos llegado el caso, y eficaces políticos para intervenir y desbrozar las dificultades que cada proyecto encuentra en sus distintas etapas.