Opinión

El Estado opresor, ¿es un macho violador?

Eso que llaman himno feminista usa la verdad y la horada al mismo tiempo. Hay hilachas, trazas de algo que no es feminismo y que estigmatiza a las instituciones

  • El Estado opresor, ¿ es un macho violador?

Para las que crecimos leyendo a Susan Sontag y Doris Lessing la palabra himno despierta suspicacias. Suena a marcha y uniforme. Para las que nos gusta la desobediencia, toda coreografía levanta sospechas. Porque lo seriado y asambleario trastoca la cosa pública en utilería y convierte la tragedia en una lluvia de confeti.

Desde que escuché Un violador en tu camino no puedo sacarla de mi mente. Eso que llaman himno feminista, que nació en Chile y se ha extendido por distintos países del mundo, se comporta como los incendios. Su estética multitudinaria abrasa y consume lo complejo. Usa la verdad y la horada al mismo tiempo. El asunto entraña una foto compleja en la que todos terminamos retratados a la fuerza.

La canción creada por el colectivo Lastesis, fundado hace año y medio por cuatro mujeres de 31 años, fabrica una ideología estrambótica, mezcla asuntos dispares de la misma forma en que lo hacen las protestas interesadas. Hay hilachas, trazas de algo que no es feminismo, sino un rumor que guillotina y socava determinadas instituciones, al tiempo que frivoliza e instrumentaliza la tragedia de la violencia contra las mujeres.

Que existan violadores no significa que el Estado sea el perpetrador de esa violencia

“El violador eres tú/ Son los pacos (policías)/ Los jueces/ El Estado/ El presidente/El Estado opresor es un macho violador”. La cita mezcla los distintos tipos de autoridad como instancias de vejación. En determinadas sociedades, aquellas que carecen de Estado de derecho, es una realidad: los policías violan, matan, extorsionan. En sociedades democráticas, si eso ocurre, es en el renglón de la excepción, porque hay una ley que protege y ampara a los ciudadanos.

Entrenadas en la concepción de una guerra contra lo masculino, estas feministas más beligerantes tienden a polarizar el debate y extrapolar la acción individual proyectándola sobre las instituciones. Que existan violadores no significa que el Estado sea el perpetrador de esa violencia.

Existen, cómo no, errores y puntos débiles en el marco legal, pero de ahí a identificar al Estado, a los jueces o al mismísimo presidente como fuente del abuso no sólo supone una falacia sino una manera de agrietar y debilitar las instancias en las que se apoya la democracia, que desde hace meses no para de recibir el estupro de quienes intentan derribarla a pedradas en todo el mundo.

Hay una concepción extraña, que identifica a todos los hombres como prolongaciones de Stanley Kowalski

Hay una concepción extraña, que identifica a todos los hombres como prolongaciones de Stanley Kowalski y reparte el mundo a ambos lados de una línea. Pérfido empleador, hombre malo, mujer oprimida. La sinonimia entre masculinidad y violación propone no la construcción de una masculinidad más abierta, sino su estigmatización.

Usar la lucha feminista para socavar las instituciones políticas no parece la mejor forma de asegurar la igualdad de derechos, pero sí la vía más rápida para hacer tambalear la confianza en la democracia. Algo interesado se cuela en el enfado de estas mujeres, un mensaje espurio, más interesado en atacar las instituciones que en propiciar la igualdad entre hombres y mujeres.

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