Fue hace un año cuando un reputadísimo periodista sientífico entró en directo en un programa de televisión para informar del cuestionable descubrimiento de unos epidemiólogos, que aseguraban que el calor aminoraba el riesgo de expansión del coronavirus. Su relato era optimista porque entonces tocaba serlo, dado que el presidente del Gobierno había declarado la victoria contra la pandemia y no convenía contradecir a las fuentes oficiales, pues eso podía ser malinterpretado por los responsables de las tertulias y generar un agujero en la cuenta corriente. Después de esta intervención, el productor de este magacín político llamó a un científico del CSIC y le preguntó al respecto. La respuesta fue tajante. Vino más o menos a decir que ese periodista no sabía lo que decía.
Si hay algo que ha demostrado esta pandemia es que el rigor de quienes acuden con el colmillo afilado a la ciencia para tratar de obtener la razón, sea como sea, es muy relativo. Digamos que en algunos casos es inexistente. Fernando Simón ha practicado este arte con notable maestría durante meses, hasta el punto de que, en ocasiones, resultaba difícil deducir si el conocimiento universal emanaba de la investigación o de quienes fijan la estrategia política de Moncloa.
Las constantes vacilaciones de Simón sobre la covid-19 desgastaron su figura y su credibilidad. Tal es así que en las últimas semanas su exposición ha disminuido, en favor de Carolina Darias. Hace unas horas, el portavoz aseguraba lo siguiente con respecto a la elección mayoritaria del suero de AstraZeneca por parte de la población -menor de 60 años- a la que le han ofrecido esta opción para completar su pauta de vacunación: “El tema de la segunda dosis se ha utilizado de muchas maneras, por parte de los diferentes grupos políticos, de los lobbies que tienen intereses, de los medios de comunicación que tienen su propia línea editorial además de sus patrocinadores determinados...”.
Las tertulias mañaneras que loaban a Simón y reclamaban la medalla al mérito para el científico por su trabajo durante la pandemia pasaban este martes al ataque y criticaban, al fin, sus palabras. Las consideraban inoportunas y sesgadas, dado que la propia Agencia Europea del Medicamento ha mostrado su conformidad con que se vacune a la población con dos inyecciones de AstraZeneca, en contra del criterio de algunos Estados -incluido España-, que consideraban más seguro que la segunda dosis fuera de Pfizer.
Se cayeron del caballo
Resultaba casi poético apreciar que los tertulianos más afines a Moncloa la emprendían contra Simón. Incluso un científico -en conexión por vídeoconferencia- se atrevía a calificar de "imprudentes" y excesivas las declaraciones del aragonés. Incluso una conocida divulgadora, de nombre cervantino, recordaba que la máxima autoridad sanitaria europea afirma lo contrario a Simón. Esta vez no había un paper que exhibir para darle la razón, ni un llamamiento a seguir escrupulosamente los consejos del portavoz y su equipo de epidemiólogos.
Podrían haber censurado sus palabras cuando aseguró que las mascarillas generaban una falsa sensación de seguridad o cuando realizó una defensa selectiva de las manifestaciones. Pero entonces no convenía. Ahora sí. Básicamente, porque la campaña de vacunación avanza y siempre es mejor que los datos positivos los venda un ministro a alguien que no forma parte del Gobierno.
Hay que recordar que llegaron a imprimirse camisetas con el rostro de Fernando Simón, en el mejor síntoma de que la inteligencia es un bien escaso por estos lares
La función de Simón fue la de distribuir malas noticias entre los españoles y servir de parachoques entre los periodistas y el Ejecutivo durante las pintorescas ruedas de prensa diarias de los primeros meses de pandemia. Hubo entonces quien quiso -de forma interesada- elevarle a la categoría de héroe nacional y fueron muchos estómagos agradecidos quienes transmitieron ese mensaje. Incluso aparecieron camisetas con su rostro, en el mejor síntoma de que la inteligencia es un bien escaso por estos lares.
Pero lo que el poder engorda, el poder lo mata de hambre y era evidente que cuando Simón dejara de resultar útil lo iban a arrinconar. ¿Quiénes? Los mismos que le encumbraron. Le concederán algún galardón o prebenda tarde o temprano, en agradecimiento por los servicios prestados, pero ha dejado de resultar útil y, por tanto, ha llegado su hora. Dijo el epidemiólogo en el programa de Jesús Calleja que se sentía poco menos que una celebrity, dado que los ciudadanos le paraban por la calle cuando le veían. A partir de ahora, todo será diferente. Será una mera cara conocida. El Carlos Lozano de la política. Antes, presente en todos los hogares; hoy, un rostro televisivo cuyo recuerdo cada vez es más vago. Así se mueve el poder para desplazar desde la primera plana hasta las zonas de sombra a quienes conviene en un momento determinado.
Sirvió Simón para contar desgracias con tono amigable, entre algún chascarrillo inoportuno. ¿Qué utilidad tendría en un Gobierno que quiere olvidar la pandemia para hablar de recuperación, aunque ni mucho menos se haya vencido aún al virus?