Opinión

La Academia descubre la mamitis

El mundo de las palabras produce malestar cuando nos dañan, cuando chirrían, pero se transforma en mágico y misterioso cuando llegan ajustaditas y bellas a nuestros oídos

  • Diccionario Rae

Por sexta vez se actualiza la edición 2017 del DLE con 3192 modificaciones, 280 artículos nuevos y algunas sorpresas navideñas. Nuestra lengua cuenta con cientos de miles de palabras. Las difuntas son las más numerosas; las moribundas, unos cuantos miles; las vivas unas noventa mil según la RAE, que incluye veinte mil americanismos. Las que utilizamos a diario, unos pocos miles. Si las contamos por individuos, bien podría poner el ejemplo de algunos ministros y ministras que no van más allá de las cuatrocientas, y les sobran trescientas (este recurso retórico se llama hipérbole). Las voces que están naciendo ahora o previsto que retoñen en los próximos días, o años, son ilimitadas. Nuestro léxico es un árbol infinitamente frondoso de ramas de palabras sostenidas por troncos cada ver más sólidos que dependen de uno central, la estructura de nuestra lengua, y de unas sólidas raíces regadas por unos seiscientos millones de hablantes.

Ahora en serio. No hay manera de saber de cuántas palabras disponemos. En todos los diccionarios faltan. Siempre se escapan. Ningún español conoce todas. La riqueza léxica de América es inmensa, y muchas voces solo se usan allí, de la misma manera que Cataluña no usa los mismos términos que Galicia o que las Islas Canarias.

Los inventores somos todos. Lo hacemos de manera espontánea, en la medida en que las necesitamos. Un graduado universitario de cierto nivel, no cualquier graduado, aunque añada algún máster, puede manejar hasta ocho mil. La media es de unas cinco mil. Los estudiantes de ahora utilizan muy pocas.

Las palabras nacen porque se necesitan. Se crean mediante los mecanismos que proporciona la misma lengua. Si son urgentes, se toman prestadas.

La RAE ha incluido edadismo, sustantivo creado con raíz y sufijo que describe la discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas. No sé si realmente la palabra se usa en la lengua de todos los días o queda reservada a los tratados de gerontología. Más popular podría ser abuelismo, o viejismo, pero no sé si suenan mejor. Otros términos del día a día formados con el mismo procedimiento y que señalan discriminación son racismo (por raza), sexismo (por sexo) o antisemitismo (por semita o judío). Pero no son todas. Hay más situaciones de discriminación que no tienen palabra. Tomemos como ejemplo la fácil aceptación social de la belleza del hombre y la mujer, sobre todo de la mujer, y el rechazo de la fealdad. Los ingleses tienen palabra, lookism. Nosotros no. Podríamos crearlo con otra raíz y sufijo, aspectismo. Significaría el rechazo a lo feo. La discriminación no tiene importancia alguna si se aplica a las cosas, pero en las personas es uno de los más graves motivos de rechazo, en especial en determinados puestos laborales de la mujer. No hay que lamentar la ausencia porque no necesitamos la palabra. Es un asunto tabú. Lo escondemos para no herir sensibilidades. Si la reivindicación se despertara, que de momento no parece probable, las feministas pondrían el grito en el cielo. Pero la reclamación permanece censurada. Si algún día hiciera falta, seguro que se activa.

La Academia acaba de aceptar micromachismo, que marca la actitud del gran enemigo de la mujer, el hombre (y a la vez compañero)

Mientras tanto, para nombrar la discriminación de la mujer que no supera el listón de la estética socialmente aceptada no tenemos palabra, pues aspectismo es una improvisación que nadie entendería. Pero la Academia acaba de aceptar micromachismo, que marca la actitud del gran enemigo de la mujer, el hombre (y a la vez compañero). Los académicos han tomado nota de ello y aceptado que sea la palabra que define a esas pequeñas actitudes machistas que pueden pasar desapercibidas. Y no les falta razón, ciertamente, pero tal vez les sobre ofuscación a las feministas enfurecidas.

Seguimos en la misma línea para darle la bienvenida a cuarentañero, sobre todo en su uso en femenino, pues para el masculino tiene menos sentido, y también escasa utilidad. La voz se forma como quinceañera, con una pizca de emoción y alegría. Y cuando vemos con qué facilidad (o dificultad, que eso nunca está claro) a los cincuenta, sesenta y setenta puede la mujer conservar su belleza, bien podríamos hablar de cincuentañera y sesentañera, voces que esperan su lugar en el venerable diccionario.

Garciamarquiano y cortazariano son adjetivos derivados de Gabriel García Márquez y de Julio Cortázar. Yo no creo que hiciera falta añadirlos, pero bienvenidos sean. Cualquiera le quita la razón a esos señores tan sabios. Lo digo porque sabemos que cualquier antropónimo puede derivarse. Felipismo, felipista, felipiano, sanchismo, sanchista, sanchiano… y también franquismo, franquista y franquiano, si viniera al caso.

El campo de la informática, se sigue engrandeciendo con puntocom, a la vez que desaparece cedé. No del diccionario, sino de la necesidad de nombrarlo porque están dejando de existir. Son esas palabras de vida breve, como radiocasete o videoteca.

Hay una voz graciosa inventada por la oportunidad en que se utiliza, la putivuelta. Alude al corto paseo de reconocimiento visual que se hace al llegar a una discoteca

Me congratula que aparezca sesión golfa, que tiene gracia, y me agrada mucho menos despertar palabras como pota, copiota, rular y gusa que tan pocas veces contribuyen a mejorar la expresividad de un mensaje. Entiendo que, al igual que habemus, coloquialismo de tenemos, sea necesario que entren en el catálogo. Ya venía utilizándose micromecenazgo, que es la financiación de un proyecto mediante la participación de un gran número de personas con pequeñas aportaciones, pero ni se usa, ni creo que se use micromecenas. Habrá que respetarlo.

No está mal, porque se inspira bien, llamar hagioscopio a la abertura que se hace en la pared de una iglesia para ver el altar, pero resulta innecesario. Poca gente lo va a usar, y si lo hace, sonará inmensamente cursi. Y tampoco traslaticio para nombrar lo relativo a la traducción. Ni lo he oído en boca de nadie (tampoco en la pluma de nadie) ni creo que se aproveche el término. Suena a ficticio.

Y ahora vamos con una voz graciosa inventada por la oportunidad en que se utiliza, la putivuelta. Alude al corto paseo de reconocimiento visual que se hace al llegar a una discoteca, o a un pub para ver qué tipo de gente la ocupa; lo que se cuece, vamos. Tiene su gracia, pero carece de encanto.

Lo que más me ha sorprendido es la incorporación de dársena, lugar de aparcamiento de un autobús en la estación, desquiciante y mamitis, pues yo suponía que ya estaban.

El mundo de las palabras produce malestar cuando nos dañan, cuando chirrían, pero se transforma en mágico y misterioso cuando llegan ajustaditas y bellas a nuestros oídos.

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