Opinión

El mayor golpe de Rupert Murdoch y el mayor problema de nuestro tiempo

"No hay mayor síntoma de que una sociedad se encuentra en la adolescencia que el comprobar la facilidad con la que sus ciudadanos toman por ciertos los engañabobos que emiten el poder político y el mediático".

  • Donald Trump

La noticia mediática del año se registró hace unos días en Estados Unidos y volvió a demostrar que el ejercicio del poder no tiene por qué ir necesariamente acompañado de la siembra de la virtud. La historia versa sobre un hombre construido del mismo material que el Ciudadano Kane, ese magnate “que tuvo todo cuando quiso” y que sólo mostró signos de flaqueza en su lecho de muerte, cuando su carrera por acumular riqueza e influencia había terminado y recordó que hubo un tiempo en que fue débil y desdichado.

El caso que nos ocupa es el de Fox y el de la compañía tecnológica Dominion. Ambas anunciaron un acuerdo el pasado miércoles para que la segunda retirara una demanda multimillonaria por difamación. El pacto extrajudicial evitará que Rupert Murdoch -un Charles Foster Kane- comparezca en un tribunal para ser interrogado acerca de las mentiras que se difundieron en sus canales después de las elecciones norteamericanas de 2020. Eso sí, la rendición le costará 787 millones de euros. Para más inri, no es la única demanda que este medio de comunicación ha recibido por este asunto. En su calendario judicial se encuentra otro litigio contra la compañía Smartmatic.

El día en que se alcanzó el citado pacto con Dominion, curiosamente, acababa de estrenarse el cuarto capítulo de la última temporada de Succession, que es una de esas joyas que forman parte del Olimpo de HBO desde el día de su estreno. La serie versa sobre un veterano empresario mediático que construyó su empresa con trabajo, sagacidad y “cojones”. Cuando su salud empieza a fallar, cae en la cuenta de que sus cuatro hijos aglutinan todos los males derivados de una vida fácil, especialmente el de la inutilidad. A partir de ahí, comienza una batalla por la herencia del negocio en la que se reproducen algunos de los rasgos más detestables del ser humano. Entre ellos, el de la ambición, esa condición que tan frecuentemente conduce hacia la desgracia.

Sus guionistas no se empeñan especialmente en ocultar las similitudes del protagonista con Murdoch. Le dibujan como el principal apoyo mediático del Partido Republicano, como un paladín del sensacionalismo y, sobre todo, como un viejo astuto que está curtido en mil batallas y que es duro de pelar. En este caso, no vive en su mansión de Xanadú, sino que gestiona su conglomerado mediático a pie de calle y se pone al frente de las negociaciones más ásperas, pese a tener delegados, al igual que ocurre con el dueño de Fox... o con el propio Berlusconi.

El trumpismo más delirante

¿De qué va el último lío de Murdoch? Digamos que Fox había situado a la empresa demandante como una de las responsables del fraude electoral que se inventó Donald Trump en 2020 y que influyó en episodios como el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Dominion llevó el caso a los tribunales y reclamó una indemnización de 1.600 millones de dólares, a sabiendas de que podía probar -con abundante documentación- que los periodistas del grupo de canales de televisión habían mentido de forma consciente sobre la teoría de la conspiración trumpista.

De hecho, mientras difundían las insidias, algunos redactores se burlaban de Trump y de sus abogados; y los calificaban de "locos" que estaban bajo la influencia de drogas como el LSD y los hongos mágicos, según detalló The New York Times el pasado jueves.

Murdoch se sumó a esta campaña de Trump en un momento –tras las elecciones de noviembre- en el que la audiencia de sus informativos había descendido y en el grupo había cundido la preocupación al respecto. Con el acuerdo judicial, evitará que se expongan en una sala de vistas todas las mentiras que distribuyeron entre millones de espectadores de forma consciente y a sabiendas del efecto pernicioso que generarían en la nación.

La estrategia podría compararse con la de imprimir patrañas sobre el gasto en sanidad en aquel autobús de los pro brexit. O, a una menor escala, pero no menos peligrosa, con la de aquellos que -en el terreno doméstico- se prestan a comprar todas las teorías alarmistas porque les conviene desde un punto de vista editorial, como aquella de los pinchazos en las discotecas. Por ejemplo.

El orgullo de los mentirosos

Se puede pensar que Murdoch ha tirado de billetera porque tenía las de perder; o que lo ha hecho por ese orgullo tan típico de los empresarios periodísticos, que les lleva a querer censurar a todo aquel que afirme que sus periódicos mienten, aunque sea evidente que así es. Seguramente, su decisión se explique en ambos factores.

Sea como sea, todo esto servirá para que quienes trataron de culpar a los creadores de bulos del ascenso de los populistas –y en concreto, de la derecha radical- traten de legitimar su versión de los acontecimientos, que está muy sesgada. ¿Por qué? Porque el malestar de la población por su situación económica y por la falta de expectativas de mejora ya existía. No lo generaron estos oportunistas. Tan sólo lo aprovecharon para medrar. Puede que prendieran la mecha con altas dosis de fake news, pero el camino ya estaba sembrado de pólvora.

Ahora bien, estos sucesos obligan a volver a plantear una reflexión acerca del papel de las empresas periodísticas en el mundo contemporáneo. Porque quizás haya quien esté tentado a pensar que la era en la que armadas mediáticas como la de William Hearst se ponían al servicio de las causas que económicamente convinieran –fueran justas o no- está superada; y que ya no existen portadas con la capacidad para cambiar la historia -como la del hundimiento del Maine- o panfletos como Los protocolos de los sabios de Sion, capaces de generar odio contra el enemigo.

La realidad es que esta lacra todavía existe… e incluso es peor. Porque la competencia en el mundo editorial ha aumentado y eso ha generado algunas anomalías muy peligrosas. En el terreno mediático, se ha desatado una especie de fiebre por la audiencia que lleva a que los periodistas deformemos de forma constante la realidad si eso contribuye a atraer a un mayor número de lectores, oyentes o televidentes a nuestros productos informativos. De hecho, es habitual que los medios paguen bonificaciones variables a los periodistas si sus noticias –sean buenas o no, sean ciertas o no- consiguen un determinado número de visitas. Eso vicia el sistema.

Los ciudadanos también son culpables

Tampoco los ciudadanos son inocentes en este fenómeno. Basta con consultar la lista de las noticias más leídas de cualquier periódico para cerciorarse de que el morbo, el sensacionalismo y lo conspiranoico son productos con una elevada demanda en el mercado de la información. No hay mayor síntoma de que una sociedad se encuentra en la adolescencia que el comprobar la facilidad con la que sus ciudadanos toman por ciertos los engañabobos que emiten el poder político y el mediático para provocar cambios en la opinión pública. Hay quien creyó lo de las caras de Bélmez o que las vacunas tienen trazas de grafeno. Y hay quien considera que todo lo que salga de la boca de sus mesías mediáticos es dogma de fe. Así que Trump habló, sin pruebas contundentes, de que existía un fraude electoral y muchos se lo creyeron.

Diríase que la prensa debería ocuparse de explicar lo que es verdad y lo que es mentira; y de retratar a los vendemotos. Lejos de hacerlo, la tendencia es la de reproducir sus memeces y sus mentiras entre comillas para así ganar unos clics o provocar una reacción en la audiencia. Esta información puede encontrarse por toneladas (much) en el panorama mediático actual, al contrario que la interesante (many), que es más árida y menos atractiva que una acusación rimbombante, pero sin fundamento.

Todo esto provoca que los ciudadanos tengan un concepto de su alrededor similar al que recibirían al observar un espejo cóncavo. Y todo esto ha generado en los individuos una sensación de ansiedad que -no tengo dudas- ha sustituido la reflexión por los insultos. Es decir, lo ideal para los vendedores. Los de 'humo', entre otras cosas. Como Trump cuando perdió las elecciones.

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