La gran pregunta, la fundamental y decisiva, es quién está al mando. No se trata, en absoluto, de un ejercicio retórico, sino de saber a ciencia cierta si hay alguien que tome decisiones en este bendito país que parece navegar por aguas especialmente turbulentas sin timonel al frente. Hay, seguro, quien podría pensar que esta formulación no es cierta o que tiene un importante aporte de exageración, pero a las pruebas, y sólo a ellas, cabe remitirse. Atravesamos la legislatura más inoperante de nuestra historia democrática, un reloj legislativo parado por mor de las luchas partidarias, a pesar de los loables esfuerzos de su presidenta Ana Pastor, que no puede torcer el brazo a unas formaciones, también la suya, que han hecho del bloqueo y el aparcamiento de leyes toda una inquietante costumbre. Los datos resultan tan palmarios que sobran comentarios: el Congreso sólo ha aprobado 8 proposiciones de ley de las 220 presentadas.
Ya sea porque nadie se sienta agredido, por el qué dirán, por complejos atávicos o debido a pura ineficiencia, tenemos un poder ejecutivo voluntariamente paralizado, como si el no hacer fuera una opción"
Con un legislativo que no carbura, en palabras de un castizo, cabe mirar al poder legislativo que sestea de manera evidente sin tomar las decisiones que España necesita. El lema parece ser no agitar las aguas, no provocar remolinos y funcionar en modo “e la nave va”, ese territorio tan marianesco, basado en la inacción, que ha rendido frutos durante demasiado tiempo, hasta que su agotamiento aboca a la sociedad a una exasperante y eterna espera en la que no se resuelven los problemas ni se adoptan las medidas que posibilitarían un avance tan necesario como imprescindible.
En esas estamos, en una clamorosa falta de liderazgo que tiene al país paralizado, discurriendo a trompicones, en espera permanente sin que se tomen medidas, se resuelvan los problemas ni se planteen iniciativas tendentes a poner el reloj en hora.
Bien sea porque nadie se sienta agredido, por el qué dirán, por complejos atávicos o debido a pura ineficiencia, tenemos un poder ejecutivo voluntariamente paralizado, como si el no hacer fuera una opción en tiempos tan convulsos como los que vivimos. Ocurre, empero, que cuando nada se hace las vías de agua brotan por doquier amenazando un futuro que ya es presente. El siguiente gran problema al que se enfrenta la sociedad es tan crucial y tan grave como el futuro de sus pensiones, y si resulta cierto que la oposición sólo ha exhibido un catálogo poco trabajado de ocurrencias al respecto, el Gobierno ni siquiera ha mostrado un mínimo plan concreto y detallado para afrontar y resolver uno de los mayores retos colectivos a los que nos enfrentamos como sociedad.
Las coordenadas introducidas en el navegador de Moncloa quizá valgan para un periodo sin turbulencias, pero no para un tiempo en el que nos la jugamos en varios frentes absolutamente decisivos"
Y a todo esto, sin Presupuestos Generales del Estado, por más que Rajoy haya mostrado en más ocasiones de las que debiera su convencimiento en el éxito de tal proyecto. Prorrogar las cuentas públicas obligaría al Gobierno a actuar a golpe de decreto sin una hoja de ruta, lo cual es una pésima noticia para nuestra economía. Si gobernar es tomar la iniciativa, parece claro que nos encontramos instalados en el inmovilismo y sin perspectivas de abandonarlo. Llevamos dos años de gestión prácticamente en blanco, con un aparcamiento temeroso de las reformas políticas y económicas que la sociedad reclama con toda razón. Las dificultades del PP para aprobar la financiación autonómica con el acuerdo del PSOE, se antojan prácticamente insalvables ante la proximidad del horizonte electoral municipal y autonómico. Una muestra más de la parálisis legislativa que vivimos.
El país camina sólo, no hay nadie llevando la manija ni asumiendo liderazgo alguno. Las coordenadas introducidas en el navegador de Moncloa quizá valgan para un periodo de bonanza, sin problemas ni turbulencias, pero no para un tiempo en el que nos la jugamos en varios frentes absolutamente decisivos: uno es el sistema que garantice el poder adquisitivo y la viabilidad de futuro de las clases pasivas, otro es el intolerable desafío planteado en Cataluña. Se trata de asuntos graves sobre los que es necesario trabajar y tomar decisiones. Ése es nuestro déficit, y sin ver la solución al problema, por cierto.