Mientras las víctimas de la nula gestión del gobierno en Valencia – y las del volcán de La Palma y las del terremoto de Lorca y… - viven en la más pura necesidad, mientras los casos de corrupción salpican al presidente del gobierno y a su círculo más personal e íntimo, mientras se trocea la soberanía nacional y se conculcan derechos constitucionales a diario, en fin, mientras el Estado emanado de la Constitución de 1978 está siendo desmontado piedra a piedra, el debate nacional es la entrevista a Bárbara Rey y si miente o no con respecto a sus relaciones con Don Juan Carlos. Esto es España, señores, y no hay mejor manera de analizarla que observar el comportamiento de los telespectadores.
Las grandes audiencias van en función, salvo honrosas y contadas excepciones como el Horizonte de Iker y Carmen, del partido de fútbol y quién juegue o los programas de corazón, higadillos, tripas y demás vísceras. El pan y circo que descubrieron los crápulas en Roma sigue siendo válido en nuestros días. Debo añadir que la culpa no es tan solo de quienes programan este tipo de circos en los que en lugar de gladiadores, mártires y fieras salvajes los protagonistas son futbolistas millonarios, personajes del papel couché, famosillos de medio pelo y las víctimas que sus maledicencias dejan en la cuneta.
El otro día, viendo como Isabel Rábago se las tenía con Alessandro Lecquio, a propósito de Bárbara Rey, me gustó cuando intervino ese admirable periodista y pedazo de persona que es Joaquín Prat, hijo. Tiene a quien salir. Intentando poner paz, les soltó “¿Pero no sois conscientes de que mientras vosotros estáis descalificándoos personalmente esa señora está en su casa riéndose?”. Exacto. Eso, sin contar con los ingresos que le deben generar estas revelaciones que vienen, no a toro pasado, a toro pasadísimo, porque de esa liason hace más años que la tana y, prácticamente, a la única persona que le importa es a la de Totana por cuestiones alimenticias. Ah, pero le pagan para que raje dando igual si es cierto o no, porque da audiencia. “¡La amante del Rey!” gritan los virtuosos con más esqueletos que el cementerio de Arlington. Es como el “¡Qué escándalo, qué escándalo, aquí se juega!” de Renault en Casablanca.
A mi todo este asunto me parece vomitivo y un claro ejemplo de lo que es la televisión que se hace ahora, con un nivel intelectual tan bajo que precisa de víctimas para ir funcionando porque el pueblo exige carnaza, sangre y víctimas. Es la constatación de que eso que denominamos la audiencia no está para sutilezas ni alejandrinos y lo que desea es la insalivación del morbo, ese turbio y nunca confesado deseo de ver azotar a alguien públicamente. Nuestra sociedad es partidaria del linchamiento y si éste se instaurara como pena capital no duden que acudiría mucha gente a presenciarlo in situ. Como lo hicieron tiempo ha en la Plaza de la Cebada o en otros lugares donde se le daba garrote al condenado. No creo que exagere.
La primera parte de la entrevista “Bárbara Rey, mi verdad” emitida por Telecinco obtuvo un 16,7 de share liderando la noche de su emisión, dejando atrás a sus competidores con 1.025.000 espectadores de rating superando la media de la cadena de ese día. Quienes se preguntan porque ya no hay en TV lugar para espacios como “La Clave”, ahí tienen la respuesta: el personal no está para razonamientos, está para masacres. Me lo dijo un día Valerio Lazarov en plena efervescencia de las Mama Chicho y el Cacao Maravillao: “Si los documentales del National Geographic me dieran mucha audiencia ¿tú crees que no los programaría?
Un sabio.