“La socialdemocracia ha muerto porque ha ganado”. El aserto es de Adam Michnick, periodista, ensayista e historiador polaco. Según Michnick, la defunción de la socialdemocracia obedece a que sus objetivos, al menos los fundamentales, han sido asumidos por conservadores y liberales. Para el fundador de Gazeta Wyborcza la socialdemocracia ha muerto de éxito porque el eje principal de su apuesta, el Estado de bienestar, ha sido paulatinamente asimilado, incluso en algunos casos protegido y ampliado, por los partidos ubicados en las zonas más templadas del conservadurismo político europeo.
Sin duda gracias en buena parte a que la construcción de la Unión Europea ha girado en torno al pacto entre las dos grandes familias políticas del centro-izquierda y el centro-derecha. Pero también porque hoy nadie discute la necesidad de una sanidad y una educación públicas eficientes, por citar solo las dos parcelas de la gestión política de mayor impacto social. Nadie salvo aquellos que desde uno de los extremos promueven el raquitismo de todo lo público y los que en el lado opuesto defienden la marginalidad de la sanidad y la educación privadas, y cuyos más destacados apologetas, de esto último, forman parte, o sostienen, al Gobierno de España.
La última de las decisiones de Sánchez, esta particularmente oprobiosa, la de no asistir al funeral por las víctimas de la Dana, le inhabilita para seguir ejerciendo su responsabilidad como presidente del Gobierno
En todo caso, conviene puntualizar que la decadencia de los partidos socialistas en el continente no tiene necesariamente una raíz común. Los casos de Italia, Francia o Alemania, por citar solo tres ejemplos, son muy diferentes. Pero también hay factores que comparten estos y otros países en los que el declive de la socialdemocracia ha ido en paralelo al resurgimiento de la extrema derecha.
¿Hay una relación causa-efecto entre ambas tendencias? ¿Es responsable la socialdemocracia del crecimiento de las posiciones de ultraderecha en Europa? Las respuestas no pueden ser uniformes, pero sí; hay ya suficiente literatura política dedicada a explicar este fenómeno, y es sin duda la incapacidad de la socialdemocracia para ofrecer alternativas equilibradas y eficaces a problemas como el de la inmigración ilegal una de las principales causas del mismo.
Pero la decadencia socialdemócrata viene de atrás. Tiene raíces propias. Una de ellas es la devaluación de la exigencia. ¿Dónde están hoy los Willy Brandt, Olof Palme o François Mitterrand? Y en el otro lado, ¿quién tiene hoy los redaños que tuvieron los Kohl, Thatcher o Merkel? ¿Dónde y quiénes en España? Nuestro país es un triste ejemplo de la depreciación de los liderazgos; de la banalización de la democracia; de cómo la sustitución de la política real por la ficción del relato, y la proliferación de eslóganes vacíos, solo provoca frustración y desencanto. Y combustible para los extremos.
Sánchez según Michnick
España es hoy uno de los prototipos europeos con cuyo ejemplo mejor se explica por qué los antiguos equilibrios entre extrema izquierda y extrema derecha se han desnivelado en favor de esta última. El corrimiento del PSOE hacia posiciones más radicales de izquierda, abandonando las más centradas, sólo podría considerarse un desgraciado error táctico de no ser porque ese proceso de reacomodo ha estado acompañado por decisiones que han debilitado la democracia liberal y el Estado de Derecho. Decisiones adoptadas por estricto interés personal y sin el menor debate interno por un líder que se dice socialdemócrata pero que solo es un oportunista incapacitado para la política con mayúsculas.
Un líder al que la última de sus decisiones, esta particularmente oprobiosa, la de no asistir al funeral por las víctimas de la Dana, le inhabilita para seguir ejerciendo su responsabilidad como presidente del Gobierno. Un líder desaprensivo que, cuando vienen mal dadas, es capaz de autorizar que un supuesto desacierto de la Jefatura del Estado se utilice como pliego de descargo. Un personaje enfangado en la estrategia de seguir partiendo en dos a la sociedad (el último ejemplo es la sustitución de Juan Lobato por Óscar López) en lugar de intentar seducir al conjunto y poner fin, mediante acuerdos con la otra mitad, al chantaje que él mismo ha legitimado como moneda de cambio para seguir pagando la elevada cuota que le pasan sus aliados por garantizar su permanencia en el poder.
Adam Michnick: los nuevos líderes populistas ‘son fríos y calculadores y están siempre dispuestos a sacrificar cualquier principio o valor en aras de su único objetivo verdadero: minar el orden democrático y afianzar su propio poder’
Michnick, viejo socialdemócrata confeso, y confundido, utilizó en el encuentro de la Asociación de Periodistas Europeos una parábola para explicar la decadencia de un modelo estancado: si el Estado, decía, te da una pecera, podrás hacer una sopa de pescado; pero si te da una sopa de pescado no podrás construir una pecera. Es este el punto en el que encaja otra de las fabulaciones de Pedro Sánchez: la España que va en cohete. En lo que no cae el presidente del Gobierno es en lo ultrajante que resulta ese discurso triunfalista para un sector cada vez más amplio de la sociedad. Y la contradicción que en sí mismo encierra.
Porque del contraste entre las buenas cifras macro (y el aumento de los ingresos fiscales) con la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias y el incremento de los índices de pobreza, también de pobreza infantil, lo que en todo caso cabe deducir es el rotundo fracaso de las políticas aplicadas en estos años para lograr una de las principales aspiraciones del buen socialdemócrata: una justa redistribución de la riqueza. El Gobierno de Sánchez ha concentrado sus esfuerzos en repartir sopa de pescado (voto cautivo) en lugar de peceras. Y es que no se trata de socialdemocracia; es populismo.
Termino con Adam Michnick, y este párrafo de su último libro (sin desperdicio): “Hábiles como son en atizar el fanatismo, los nuevos populistas son admirablemente flexibles, por no decir cínicos nihilistas. Sus líderes, llenos de complejo de inferioridad ante las ‘falsas élites’ que combaten, son fríos y calculadores y están siempre dispuestos a sacrificar cualquier principio o valor en aras de su único objetivo verdadero: minar el orden democrático y afianzar su propio poder, que persiguen con inquebrantable porfía” (Pág. 200. Elogio de la desobediencia. Editorial Ladera Norte).
No hay duda de que Pedro Sánchez es un populista, cínico y calculador. Pero, sobre todo, es un político inhabilitado para seguir en el poder porque ha tomado la decisión estratégica de gobernar contra la mitad del país. Y en lo que respecta a su partido, un líder altamente corrosivo e inhabilitante.