Los dioses suelen cegar a aquellos a los quieren perder. Convendremos en que hay que estar ciego para no ver qué ha sido esa reunión, mezcla de groupies y miembros de una secta, denominada congreso socialista. Asistí en mis días de militante a unos cuantos y jamás ví ese histerismo, esa adoración rayana en la patología, ese rebaño sin fisuras y de falta de discernimiento que hemos visto en Sevilla. Al menos en épocas de Felipe estaba la corriente que lideraba Santesmases, Izquierda socialista, tan inofensiva como enternecedora que ejercía el rol de oposición dentro del partido. Luego estaban los diferentes barones que, esos sí, mandaban lo suyo. Rodríguez Ibarra, por ejemplo. O el PSC, siempre el PSC, que intrigaba, compadreaba, movía fichas y acababa saliéndose con la suya. Así es desde que, por razones que sería largo explicar, Felipe decidió que en Cataluña no habría PSOE. Craso error. Pero, con todo, aquel partido tenía votaciones que perdía la ejecutiva, a los hombres de Guerra haciendo “escaletas” – un sistema para asegurarse que salían las personas que querían en Ferraz -, ponencias donde la gente se batía el cobre. Recuerdo la enmienda de un militante catalán, el Dr. Arcelin, que exigía la salida de la OTAN. No prosperó, pero el sistema férreo de todos los partidos poseen no era tan ominosamente monolítico ni lapidante como el actual. En cambio, le salió bien la retirada del Negro de Bañolas sita en un museo, una momia de un africano, en lo que tenía toda la razón.
Sánchez sabe que después de él, el diluvio. También lo saben sus correligionarios, que han ligado el destino de las siglas a un hombre sin principios. El aplauso ha sido a la búlgara. Los que allí se sentaban sabían a lo que iban y pobre de aquel que hiciera la menor insinuación en contra. Un amigo mío que también fue en militante socialista me preguntaba si no habría nadie con un mínimo de honradez. Le contesté que me alegraba mucho comprobar que servidor no era el más ingenuo del mundo, porque en las filas sanchistas no hay nadie que conozca esos términos. Ver como se aplaudía a Chaves o a Begoña como si fuesen héroes de leyenda da la medida de la moral imperante en aquellos predios. Por eso Sánchez hace lo que hace. No tiene oposición interna y, lo peor, externa. Con un Feijoó que hace dos días se sentaba al lado de Pepe Álvarez en el congreso de la Unión Gambera Tradicional y viendo como se pasan el día tirándose los trastos a la cabeza los de VOX y los populares poco ha de temer el presidente.
Pero está Valencia, señores, esa Valencia de la que todo el mundo parece haberse olvidado siendo el gobierno el primero porque ni estuvo, ni está ni se le espera. La gente que se ha visto afectada por el impacto emocional que ha supuesto los dramas personales y colectivos de la DANA no van a olvidar. Demasiadas cosas para no despertar al cloroformizado pueblo español. Se nota como va despertando, quizá poco a poco, pero se aprecian indicios de que esto ya no es lo que era. Luego está la justicia, lenta pero implacable, que cerca más y más al líder socialista, a su entorno, a sus más íntimos colaboradores. Incluso medios poco dudosos como la Sexta comienzan a criticar al gobierno. Sánchez puede haberse dado un baño de sanchismo en un acto de onanismo político, pero su discurso incendiario que, parafraseando a Goebbels, sería aquel en el que pedía una guerra total no ha traspasado el recinto. Lo que nos queda por ver será más o menos largo, más o menos difícil, más o menos desesperante. Pero Sánchez ha invocado el o yo o la nada. Y cuando un dirigente dice este tipo de cosas es que se sabe herido de muerte políticamente hablando. Lo difícil será reconstruir todo lo que se ha llevado por delante. La auténtica DANA, créanme, ha sido el presidente.