Opinión

¡Tamames presidente!

Barato nos ha salido escuchar a un anciano sabio que nos avisa de que, si seguimos por este camino, acabaremos como en 1936

  • Ramón Tamames en la moción de censura -

En la era de la inmediatez y las redes sociales, la política se ha convertido en una procesadora de mensajes rápidos y previamente masticados; y muchos diputados se limitan a leer en la tribuna —a veces trompicándose— los papeles que les han repartido antes de que se enciendan las cámaras. Resulta aburrido y emburrecedor. Hay tan pocas ocasiones en las que se pueda disfrutar del espectáculo más caro del mundo que, cuando me enteré de que Sánchez Dragó era el demiurgo de Operación Tamames, decidí seguir la moción de censura.

El ilustre excomunista también leyó su discurso, pero como era producto de la reflexión de una mente cultivada no se hizo pesado, sino que resultó iluminador.  Y tras exponer con autoridad los problemas reales de España, brindó a los congresistas la oportunidad de meditar y debatir sobre sus palabras, que sólo fueron aplaudidas por Vox —ni la libertad de aplaudir concede la disciplina de partido—. Lamentablemente, el último servicio de Tamames a la patria devino en escaparate electoral de los vendedores de crecepelo.

Su Persona no tuvo empacho en demostrar, una vez más, que no tiene ideas propias ni respeto por los españoles, y estuvo una hora y media leyendo un tostonazo que le habían escrito y que no tenía nada que ver con las cuestiones que Tamames había planteado, tal y como éste le reprocharía después. Incluso en un momento dado, el presidente sacó el móvil para consultar lo que le decían sus asesores, lo que me dio un poco de vergüencita ajena; Rajoy le habría dicho que no llevaba preparados los temas. Acabé desconectando del autobombo de su prosopopeya,  deslumbrada por el pin de la agenda 2030 —¿tiene sólo uno o le han dado varios?— y el color eléctrico de su traje, no apto para epilépticos. Creo que su plan era leer y leer hasta que un juez ordenara el levantamiento del cadáver de Tamames.

Cursi como siempre,  habló de una “Constitución huérfana de madres” —el feminismo, perejil de todas las salsas— y de reclamar la felicidad como derecho

Yolanda Díaz, reina de las hadas, también estuvo muy pesada (65 minutos). Agresiva contra el viejo catedrático y empalagosa con sus compañeros: les dio las gracias uno a uno como si se fuera a morir o como si acabaran de darle un Óscar. Y, cursi como siempre,  habló de una “Constitución huérfana de madres” —el feminismo, perejil de todas las salsas— y de reclamar la felicidad como derecho. En su réplica, Tamames constató que ella había soltado su mitin de presentación de Sumar, le aconsejó que en adelante sintetizara y pidó a Meritxell Batet permiso para ir a comer. No hay mejor desprecio que no hacer aprecio.

La tarde se hizo muy larga, me aburrí con el victimismo de la gente de Podemos —leyeron varios de ellos— y con el   quéhaydelomío de regionalistas y separatistas. Incluso con Rufián,  que ni siquiera estuvo gracioso y sí chabacano, faltón y muy pagado de sí mismo —qué manera de posar, virgen santa—. Aunque estoy de acuerdo con él en que Inés Arrimadas es una gran parlamentaria desaprovechada: su intervención fue tan brillante que me dieron ganas de volver a votar a Ciudadanos. Lástima que sus hechos contradigan su discurso y votara en contra de la moción.

Al día siguiente subió a la tribuna Cuca Gamarra, a quien yo nunca habría elegido como portavoz, pues cae mal —ah, cómo me enerva ese tonito— y siempre parece tan enfadada como Irene Montero. Tras hablar pestes del Gobierno, anunció la abstención del PP a pesar de los ataques del presidente. Supongo que Feijóo espera tranquilamente a heredar poder y redes clientelares; por eso las candidatas del PP andan compitiendo con socialistas y podemitas en la maratón feminista. El PSOE, por su parte, soltó a Patxi López —por dinero baila el perro—, que estuvo ladrando no sé qué de Franco a tal volumen que  Tamames le ofreció una cafinitrina.

Tamames ha ido al Congreso a hacer uso de una libertad de expresión que ya pocos se atreven a esgrimir, a poner el dedo en la llaga y a dejar en evidencia el paupérrimo nivel de nuestros políticos

Respecto a Vox, aplaudo la idea de llevar al Congreso a quien ni comulga con su ideario ni se iba a dejar dirigir, y me gusta la metáfora que se desprende de ello: los españoles podemos entendernos a pesar de nuestras diferencias ideológicas. Y, aunque hay muchas cosas en las que no coincido, encontré bastante sensato el discurso de Santiago Abascal y, estoy de acuerdo con Espinosa de los Monteros  en que España necesita   “un gobierno profesional y no infantil”.

Hay quien dice que la moción fue un derroche de recursos públicos. Pero para un país que puede permitirse veintitantos ministerios, mil asesores y un presupuesto infinito para campañas sobre follar con la regla,  ese gasto es el chocolate del loro. Barato nos ha salido escuchar a un anciano sabio que nos avisa de que, si seguimos por este camino, acabaremos como en 1936. Tamames ha ido al Congreso a hacer uso de una libertad de expresión que ya pocos se atreven a esgrimir, a poner el dedo en la llaga y a dejar en evidencia el paupérrimo nivel de nuestros políticos. Quién me iba a decir a mí que un antiguo comunista me representaría mejor que todos los diputados del hemiciclo. Tampoco pensé que llegaría a escribir esto, pero gracias, Dragó. 

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