Resulta evidente que meter en la misma ecuación al alcohol con cualquier cuestión que tenga que ver con la salud siempre será negativa. Más aún si hacemos partícipe de ella al deporte, o a personas que se consideran deportistas, y que pueden ver cómo sus resultados no son los esperados.
No importa que hablemos de deporte amateur o que hablemos de profesionales, y tampoco cambia la práctica deportiva que hagamos, ya que en todos los casos su consumo penalizará tanto el rendimiento como los resultados.
Podemos hablar de corredores de larga distancia o de ciclismo, modalidades en las que posiblemente no tengamos ningún interés en desarrollar volumen muscular, pero también hablamos de sencillas rutinas de gimnasio (como tonificar o querer hipertrofiar), a las cuales no vendrá bien en ningún caso beber este tipo de productos.
Lógicamente, aparcarlo será una buena forma de premiar ese espíritu deportivo, y también lo será si lo evitamos tanto antes de practicar nuestro deporte favorito como después. De modo parecido, aunque por diferentes razones, consumir alcohol antes o después de hacer la práctica deportiva puede minimizar el beneficio del ejercicio realizado.
Todo ello no quita que, como a priori podemos pensar, sea -dentro de que no es recomendable- más 'saludable' tomar alcohol tras aparcar el deporte que antes de hacerlo. A ello, evidentemente, también que sumar otro importante matiz: no será lo mismo consumir dos cervezas que beberse siete copas de whisky, aunque en ambos casos sean perjudiciales, una opción será más nociva que la otra.
Los motivos por los que no mezclar alcohol y deporte
Mal llamadas 'virtudes', algunos de los primeros efectos del alcohol incluyen la desinhibición, la euforia o la relajación que produce son consecuencias que no tienen ninguna aparente ventaja deportiva. Más allá de eso, que ocurre en las primeras fases de la ingesta, otras consecuencias como la dificultad de habla, la pérdida de equilibrio o la descoordinación motora son razones más que suficientes para pensar que beber no es una buena pareja de baile del deporte.
En cualquier caso, son varios los motivos por los que no deberíamos asociar a unos y otros realizar nuestro deporte favorito, principalmente por cuatro razones que los hacen totalmente contraproducentes.
Un potente deshidratador
Cuando hacemos ejercicio, por intenso o suave que sea, sudamos y a través de nuestros poros vamos perdiendo el necesario equilibrio mineral para que nuestro cuerpo funcione. Por este motivo, la deshidratación supone una menor energía aeróbica muscular, una reducción de la fuerza y también de la resistencia física.
Por este motivo, además de consumir agua, es frecuente que cuando paramos consumamos bebidas isotónicas con la intención de recuperar esos minerales perdidos. Sin embargo, si apostamos aunque sea unas sencillas cervezas, estamos inhibiendo la producción de la hormona antidiurética (HAD), que se encarga de mantener y regular los líquidos corporales.
Esto aumenta nuestras ganas de ir al servicio, facilitando micciones más frecuentes y abundantes, justo lo contrario de lo que necesitamos al dejar de hacer deporte, donde debemos buscar un equilibrio hídrico a través de la rehidratación.
'Distraemos' al músculo
El alcohol es un tóxico desde la primera hasta la última gota, lo que provoca que nuestro cuerpo active un mecanismo de metabolización y expulsión prioritario a través del hígado. De este modo, el organismo se concentra en eliminar a un enemigo mayor y común, dejando en segundo lugar otras tareas como la regeneración muscular o la quema de grasas, por ejemplo.
En un sentido parecido, también da pie a que distintas hormonas entre en acción. Con su consumo, dispara la secreción del cortisol, bautizada como 'la hormona del estrés', cuyo aumento está aparejado a una reducción del nivel de testosterona, la cual acelera nuestro metabolismo y sirve para ganar más masa muscular y para quemar grasas con más velocidad.
Una interferencia con el descanso
De sobra es sabido que el alcohol es un inductor del sueño, pero lejos de hacerlos dormir como lirones y atravesar todas las fases del sueño, lo que hace es mantener un desequilibrio entre ondas del sueño alfa y ondas delta que torpedea el descanso.
Su presencia impide así un correcto crecimiento muscular y favorecer la regeneración de los tejidos es fundamental que durmamos y descansemos bien. A todo ello no contribuyen en absoluto nuestras cervezas, vinos o whiskys, sobre todo si las consumimos por la noche, lo cual es habitual en los bebedores sociales.
Una bomba de calorías
Si tu intención es perder peso y para eso comienzas a hacer deporte, deberías tener claro que debes mantener lejos de tu alcance a todas estas bebias. Evidentemente, cuanto más graduación tenga, más calorías tendrá, siendo todas ellas calorías vacías, carentes de vitaminas, minerales o cualquier macronutriente, sobre todo si lo mezclamos o consumimos ciertos cócteles muy calóricos.
Razón por la que llevar una dinámica asociada a malos hábitos alimenticios (la única forma real de adelgazar es mantener un déficit calórico) a la que sumemos el consumo del alcohol no le vendrá nada bien a nuestra relación con la báscula.
En cualquier caso...
Todas estas causas están aparejadas a un consumo constante y reiterado de bebidas alcohólicas, que se maximizan si apostamos por aquellas con más graduación o si realizamos su consumo demasiado cerca de la práctica deportiva.
Una cerveza al día o tomar una copa de vino durante la comida de manera esporádica no se convierten así en lastres que torpedeen hasta el extremo a tu forma física, lo cual no significa que la mejor opción siempre sea prescindir totalmente de él.