Ahora que el fútbol protagoniza su enésimo esperpento con la incorporación del vídeo a los arbitrajes del Mundial de Clubes, es un buen momento para recordar el relato 'Fútbol y Ciencia', incluido en el libro El mayor de mis defectos (Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1990), en el que Roberto Fontanarrosa vaticinaba una imposible convivencia balompédico-tecnológica.
En el mismo, el Negro relata los hechos acontecidos en un partido entre el Benelux-Gotha de Mons y el Astipalaia de Grecia. Frente al estadio se erigía una enorme torre de cristal con una sala con 127 pantallas de televisión, desde la que se enviaban al reloj del árbitro todo tipo de esclarecedoras repeticiones, las cuales veían los aficionados simultáneamente en las pantallas del estadio. Sin embargo, "tras un discutido error del colegiado, un proyectil misilístico del tipo M-L7, versión soviética de segunda generación, impactó y redujo a polvo la torre de control del referato". El cuento concluye chorreando la habitual sorna del rosarino. "Ellos también han progresado mucho", atinó a decir Gerd Walde, titular del Consejo Arbitral Germano y propulsor del sistema A.U.P., a título de conformista comentario". La orgía tecnológica saturó a la hinchada.
La sarcástica rebelión de los aficionados que profetizó Fontanarrosa hace 25 años, coincide con la reacción de los estamentos futbolísticos ante la desafortunada puesta en marcha del vídeo-arbitraje. Dos decisiones han sido suficientes para caricaturizar a la FIFA, por su calamitosa ejecutoria en la implantación del sistema. Un penalti pitado dos minutos después y el gol interruptus de Cristiano han enterrado esta futurista tentativa.
Existe un intangible en el fútbol que el propio Fontanarrosa calificó poéticamente como "el encanto de la controversia" y que choca frontalmente con el absolutismo tecnológico. Porque los partidos, en contra de lo que muchos sostienen, no terminan cuando el árbitro pita el final. Los partidos sobreviven al día después, como una mala resaca, o incluso durante meses, como esos dolorosos derbis que permanecen clavados en el alma y sangran cada vez que te cruzas con el vecino. Y esta medida ataca a esa cultura de la polémica.
Además, y no es un tema menor, un diagnóstico científico de las decisiones terminaría radicalmente con los debates en bucle y las moviolas que alimentan programas y tertulias futbolísticas. El video-arbitraje es una amenaza manifiesta para una parte importante de la prensa a la que le desmontaría el chiringuito y un estorbo para unos futbolistas escépticos. A lo que se suma que el fútbol no está sociológicamente preparado para asumir las decisiones incuestionables del escrutinio de la tecnología.
A diferencia del fútbol, en otros deportes como el fútbol americano, el tenis o el rugby, el TMO se ha integrado con naturalidad en el desarrollo del juego. Quizás porque en estos deportes, además, se respeta la figura del árbitro y no se alimenta "el encanto de la controversia", asumiendo que el colegiado puede errar como lo hacen los deportistas. Pero dar por hecho esta última hipótesis en el fútbol sería tan surrealista como el desenlace misilístico del relato de Fontanarrosa...